Reconocimientos y restauraciones del mudéjar turolense: la declaración de la Unesco fue el final de un largo camino de valorización que arrancó en 1882
Por Antonio Pérez*
Dos torres se señalan entre todas / hechas con tal primor que no se sabe / cual se alabe mejor, materia o arte, / son de azulejos de colores varios, / mezclados de manera y con tal traza, / que hacen obra en extremo milagrosa.
Esto escribía Juan Yagüe de Salas, secretario de la ciudad de Teruel, en el canto 25 de su Epopeya Trágica Los Amantes de Teruel publicada en 1616 y añadía que en una de las torres a la que faltaban cimientos un francés gran maestro en cantería, refiriéndose a Pierres Bedel, le cortó una pierna y le puso otra, aludiendo al refuerzo de la torre de San Martín. Es quizá el texto más antiguo impreso que hace referencia a nuestro mudéjar, que en aquella época todavía no tenía esa denominación pues a finales del siglo XVIII se le nombraba como estilo arabesco. De hecho, en el libro Aragón, Recuerdos y Bellezas de España, de José María Quadrado publicado en 1844, el grabado de la torre de San Martín realizado por Francisco Javier Parcerisa aparece como Torre árabe de San Martín. Es en 1859 cuando a raíz del discurso de ingreso de José Amador de los Ríos en la Academia de Bellas Artes de San Fernando sobre El estilo mudéjar en arquitectura cuando empieza a tomar cuerpo esta denominación, aunque se sigue adoptando el término arte arábigo.
En esos momentos, el papel jugado por las instituciones públicas turolenses respecto del patrimonio arquitectónico fue nefasto. Un ejemplo es el oficio que el jefe político (Gobernador civil) Antonio López de Ochoa, dirige a la Academia de Bellas Artes en 1844, basado en el informe del ingeniero de Caminos, Canales y Puertos de la provincia, que expresa la ignorancia y desinterés cultural que existía. “…aunque en la capital hay algún edificio que puede ser bastante antiguo, no cree ésta sea razón suficiente para conservarlo mayormente cuando existen en España otros de la misma clase que les sobrepasan en muchos grados en la pureza de su arquitectura en el gusto y belleza de su tiempo y en su construcción esmerada filosófica y elegante…”
Es en las dos últimas décadas del siglo XIX cuando en torno al Instituto Provincial, sociedades culturales y publicaciones periódicas surge un movimiento local con voces como la de Gabriel Llabrés, bibliotecario del Instituto que, en 1882, denuncia la inexistencia de Comisión de Monumentos en la provincia y habla de las deficientes noticias que pueden darse de esas torres moriscas cuajadas de labores que embellecen el recinto de Teruel.
Cinco años después en 1887 es nombrado arquitecto provincial Francisco Reynals y Toledo quien se dirige en una carta fechada el 15 de abril de 1889 a la academia de San Fernando solicitando la creación de la Comisión de Monumentos en estos términos: “…En esta provincia hay joyas artísticas de verdadero mérito, predominando el estilo mozárabe (sic) tales como sus torres de San Martín y El Salvador etc. etc. Dichas torres como otros edificios se ve que en ellas hay una ruina incipiente debido a la falta de conservación y ésta a su vez por no poder ser declarados monumentos nacionales pues no existe la comisión que tiene que proponerlo…”. Su celo y el hecho de que en ese momento era gobernador el turolense Bartolomé Esteban, las gestiones llegaron a buen fin y en 1892, bajo su presidencia, se constituyó la Comisión con personas vinculadas al mundo de la cultura como Pedro Andrés Catalán, Jerónimo Lafuente, Damián Colomés, Miguel Atrián o Salvador Gisbert, y el nuevo arquitecto provincial Miguel Garriga, autor del gran pedestal que sustenta la estatua del Venerable Francés de Aranda en la plaza que lleva su nombre.
Pero hay que esperar al siglo XX para que se fragüe la declaración de Monumentos Nacionales. La primera gestión ante el Ministerio de Instrucción Pública, es de Manuel Sastrón Piñol, diputado en las Cortes por el distrito de Albarracín elegido en 1905. Ese mismo año, el Congreso acordó que las Academias emitieran un informe sobre la conveniencia de declarar las Torres de San Martín y El Salvador y la techumbre de la Catedral. El informe de la de Bellas Artes se emitió en 1906 y el de la Academia de la Historia en 1908 basado en el que realizó el marqués de Monsalud a raíz de los datos enviados por la Comisión de Teruel. La declaración llegó por Real Orden de 10 de marzo de 1911.
A raíz de esa declaración, se encargan los proyectos de consolidación y restauración al arquitecto Luis Ferreres. En 1914 redacta el de la techumbre de la Catedral, pero la obra no llegó a realizarse ante la duda de si debía demolerse la bóveda que bajo ella se había construido a finales del siglo XVII durante el mandato del obispo Gerónimo Zolivera. De las torres, en ese mismo año Luis Ferreres únicamente emite informes, y es en 1920 cuando se intensifica la campaña local pro-restauración en la que tomará parte el Ayuntamiento de la ciudad, pero la realidad es que el Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes, hasta 1924 no encarga al arquitecto Ricardo García Guereta el proyecto de consolidación de la torre de San Martín que amenazaba ruina. El de la torre del Salvador lo realiza en 1929 pero no se llega a intervenir en ella.
Las obras de San Martín se adjudicaron al contratista turolense Luis Pastor y se inician en 1927. Seis años más tarde, aún había un castillete en el cuerpo de campanas de torre, pendiente de que se repusieran las almenas eliminadas pues, la supresión defendida por Ferreres, García Guereta y la propia Academia, en base a publicaciones que las databan en el siglo XIX, había resultado polémica en Teruel, teniendo en cuenta que en el siglo XVI ya existían según relata el propio Yagüe de Salas en estos términos “…por verse sus almenas de seis leguas...”. Las incorporó el arquitecto Jeroni Martorell en 1935.
La declaración de Monumentos Nacionales de la Catedral y la Iglesia de San Pedro incluyendo sus torres llegó dentro del paquete de 798 edificios dispersos por toda España que aprobó en 1931 el Gobierno de la República, 50 días después de su proclamación. Desgraciadamente, los daños de la guerra en el patrimonio mudéjar fueron importantes. Las más dañadas las torres de El Salvador y San Pedro. Cuando el arquitecto Manuel Lorente Junquera redacta los proyectos de restauración de todas, entre los años 1943-1953, sobre la de San Martín afirma que se mantuvo en pie “gracias a su disposición constructiva y a la intervención realizada por García Guereta”.
En 1984, el Ministerio de Cultura encargó la documentación necesaria para solicitar a la Unesco la inclusión del mudéjar de Teruel en Lista del Patrimonio Mundial. La propuesta surge por iniciativa de Antonio Almagro Gorbea, en ese momento arquitecto de la Dirección General de Bellas Artes. El expediente llegó a París a finales de 1985 y en la 10ª sesión del Comité del Patrimonio celebrada del 25 al 28 de noviembre de 1986, después de la defensa realizada por el profesor de la Universidad de Parìs León Pressouyre, bajo la denominación de Arquitectura mudéjar de Teruel se incluyeron las torres de San Martín y del Salvador, la torre, techumbre y cimborrio de la Catedral y la torre e iglesia de San Pedro. Fue la undécima inscripción española que se realizaba en la Lista. Bien es cierto que en 2001 el nombre de La arquitectura mudéjar de Teruel desapareció de la Lista del Patrimonio Mundial, convirtiéndose en La arquitectura mudéjar de Aragón para extender la inclusión a seis nuevos bienes de nuestra Comunidad.
Hoy se cumplen 35 años desde este reconocimiento que ha supuesto un período fructífero en cuanto a la restauración llevada a cabo desde la Diputación General de Aragón, iniciada en 1990, y que ha puesto al servicio de los turolenses y visitantes la plenitud de la belleza, color, historia y uso de nuestro mudéjar. Hemos de ser conscientes de nuestra responsabilidad y compromiso con su protección y transmisión a las generaciones futuras.
* Antonio Pérez. Junto a José María Sanz, el arquitecto dirigió los trabajos de consolidación y restauración de los monumentos turolenses mudéjares declarados Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, desde que comenzó la redacción del Plan Director en 1986. Tres líneas fueron las principales inspiraciones: hacerlos ‘eternos dentro de lo humano’; devolverles el esplendor robado por el tiempo; y hacerlos visitables por el mundo.
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