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Los moluscos ya eran claves en la era de los dinosaurios para limpiar los ríos de Teruel Los moluscos ya eran claves en la era de los dinosaurios para limpiar los ríos de Teruel
Los paleontólogos Javier Verdú y Graciela Delvene (d) buscando fósiles de bivalvos en el yacimiento La Maca de Galve

Los moluscos ya eran claves en la era de los dinosaurios para limpiar los ríos de Teruel

La ciencia incorpora al registro mundial un nuevo género de bivalvos hallado en la provincia
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Los moluscos bivalvos son uno de los animales más presentes en el registro paleontológico mundial aunque no desaten las mismas pasiones que los dinosaurios entre los aficionados. Sin embargo, han jugado siempre un papel clave para el equilibrio de los ecosistemas y en la era en la que los grandes vertebrados del Mesozoico poblaban la provincia ya eran fundamentales para limpiar las aguas de los ríos turolenses. Una investigación científica acaba de incorporar al registro mundial un nuevo género de bivalvos que vivió hace 129 millones de años en lo que hoy es la zona comprendida entre Galve y Miravete de la Sierra.

Los hallazgos paleontológicos más espectaculares de los que siempre se hacen eco los medios de comunicación y circulan por las redes sociales son los de los dinosaurios, pero en cambio cuando se trata de otros seres diminutos como los moluscos bivalvos, tan importantes porque son imprescindibles para los ecosistemas, suelen pasar desapercibidos.

Una de las pocas expertas que hay de estos animales en el Mesozoico es Graciela Delvene, del Instituto Geológico y Minero de España (IGME). Su pasión por estos seres, que le llevó a tener un acuario siendo estudiante para ver cómo vivían, la transmite a quienes se acercan a ella para conocer cómo eran en el pasado; y consigue no solo eso sino despertar el interés por unos animales de los que disfrutamos mucho al comer una paella sin ser conscientes después de su importancia.

Los bivalvos son eso, los mejillones, almejas, chirlas y similares que viven en los ríos y los mares; unos moluscos con concha que además de servir de alimento a otros dentro de la cadena trófica se dedican con su filtrado a purificar las aguas. Si ahora los amantes del marisco los devoran, hace 129 millones de años eran los dinosaurios los que les hincaban el diente y no siempre con éxito porque los ejemplares descritos en Teruel tenían una concha de 4 mm de grosor.

El trabajo que acaba de publicar Delvene en la revista Cretaceous Research, con paleontólogos de la Fundación Dinópolis  y del Museo de los Dinosaurios de la Isla de Wight en Inglaterra, describe una nueva familia de bivalvos y pone nombre a un nuevo género.
 
Ejemplares del género ‘Monginaia’ recogidos en el yacimiento La Maca de Galve en las últimas excavaciones realizadas


Estos invertebrados ya se conocían y habían sido descritos por una paleontóloga francesa como una especie nueva, aunque perteneciente a un género ya existente. Hasta ahora el material se clasificaba como Elliptio galvensis y lo que ha hecho la nueva investigación es reclasificarlo al describir un nuevo género, Monginaia, si bien el nombre de la especie se ha mantenido en honor a Galve, el lugar donde se encontraron estos fósiles.

El trabajo científico, que junto a Delvene firman Martin Munt por el Museo de los Dinosaurios de la Isla de Wight, y Rafael Royo-Torres y Alberto Cobos por la Fundación Conjunto Paleontológico de Teruel-Dinópolis, estudia en profundidad fósiles de bivalvos excavados en los años sesenta del siglo pasado por el paleontólogo frances Albert-Félix de Lapparent en Galve, junto a otros extraídos en la década pasada de este siglo por los propios autores de la publicación, además de una colección recogida por una alumna de doctorado de la Universidad de Zaragoza en Miravete de la Sierra.

Orígenes


Delvene los estudió todos, entre ellos las colecciones de Lapparent que se encuentran depositadas en Francia y que revisó, y fruto de ello fue la descripción del nuevo género y de la nueva familia de bivalvos, que ha denominado Monginaiidae en honor a la experta francesa que estudió los fósiles en sus orígenes, Denis Mongin.

“Nosotros hemos revisado este género, típico de Norte América, hemos comparado con los géneros conocidos y hemos observado diferencias que han permitido crear un género nuevo, Monginaia, para incluir galvensis. Sus características han permitido definir también una familia nueva donde incluir este género”, precisa Delvene, quien asegura  que uno de los avances importantes que se han hecho es que “este estudio pone de manifiesto las diferencias entre faunas europeas y americanas”.

Los bivalvos como los de la familia Monginaiidae son conocidos también con el nombre de náyades, que es como en la mitología griega se llamaba a las ninfas protectoras de los ríos. La científica explica que el género Monginaia “filtraba el agua y vivía en colonias en un número elevado, por tanto podemos decir que oxigenaban y limpiaban las aguas que habitaban”.

“Los bivalvos en general son grandes filtradores de agua, toman el agua y la filtran a través de sus branquias, aprovechando gran cantidad de las sustancias disueltas en el agua para su alimentación. De esta forma oxigenan y limpian los ambientes que habitan”, explica la paleontóloga.

Además de ser purificadores naturales de las aguas, formaban parte de la cadena trófica, precisa, y podían servir de alimento para vertebrados como cocodrilos o dinosaurios. De hecho, se han encontrado marcas de esas mordeduras en las conchas, que podrían estar asociadas a algún dinosaurio carnívoro tipo espinosaurios, que son aquellos cuya cabeza es alargada y se asemeja a la de los cocodrilos.

“Vamos a seguir trabajando en esta línea porque tenemos ejemplares de otros yacimientos donde hemos visto marcas similares”, comenta la especialista, quien recuerda que hace algunos años ya publicaron unos ejemplos de bivalvos de agua dulce con marcas de mordeduras “que asignábamos a cocodrilos del Cretácico Inferior de la Cuenca de Cameros”.

Los paleontólogos llegan a esta conclusión al observar las superficies interiores y exteriores de las conchas para ver “si hay marcas, su forma, tamaño, profundidad, simetría, si perforan las conchas”.

Para determinar si una de esas señales puede corresponderse con los dientes de un dinosaurio o un cocodrilo se fijan en los datos morfológicos, que “permiten atribuir las marcas a determinados tipos de dientes”, ya sean cónicos, biselados o de otro estilo.

“A partir de ahí podemos plantear una hipótesis sobre los posibles autores que mordisquearon y posiblemente se alimentaron de bivalvos”, indica la científica, sin poder precisar de momento si fue un dinosaurio carnívoro el que dejó las marcas. “Hoy en día los bivalvos de agua dulce son comidos por aves, cocodrilos y peces entre otros depredadores”, indica.


Vocación temprana


En el colegio, Graciela Delvene tuvo un profesor que era geólogo y reconoce que le marcó tanto que fue con él como nació su vocación en una doble vertiente, la geología y la biología. “Los bivalvos me parecieron un grupo interesante porque podía aprender cómo vivían de una manera sencilla y directa; de estudiante tenía un acuario de bivalvos marinos donde podía observar cómo se enterraban o comían”, asegura. Se encontró con que era un grupo en el que había pocos especialistas y dice que se  “lanzó” a por él.

Hoy día es una de las grandes especialistas que existen de bivalvos del Mesozoico y es así como tuvo conocimiento de los de Miravete de la Sierra que se han asignado al mismo género, y de los nuevos hallazgos que en la década pasada se hicieron en el yacimiento La Maca de Galve, donde Lapparent ya había extraído fósiles similares hace más de medio siglo. En el primer caso fue una estudiante de la Universidad de Zaragoza quien se puso en contacto con ella, y en el segundo el paleontólogo Rafael Royo-Torres, compañero de promoción de Delvene.

Recientemente la colaboración con el equipo de paleontólogos de Teruel se ha formalizado por medio de un proyecto de investigación del Ministerio de Ciencia e Innovación liderado por la Fundación Dinópolis.

La importancia del estudio de estos fósiles es grande por más que no se trate de los gigantescos huesos de los dinosaurios, puesto que son una parte más del puzle  para conocer la historia de la vida en el planeta. A través de bivalvos como los de Galve y Miravete se puede saber cómo eran los paleoambientes de hace millones de años.

“Los invertebrados bentónicos, es decir los que viven en el fondo de los ecosistemas acuáticos, nos aportan mucha información de cómo es el ambiente en el que viven. Así los fósiles de invertebrados nos hablan de salinidad, temperatura, oxigenación de aguas, naturaleza del sustrato en el que habitaban”, comenta Delvene, quien considera que los ecosistemas del pasado son “como puzles, y solo estudiando cada pieza”, desde invertebrados, vertebrados, plantas y otro tipo de fósiles, “puedes llegar a una reconstrucción paleoambiental completa y lo más fiel posible a la realidad”.

En España Delvene ha trabajado todos los aspectos posibles sobre estos invertebrados de agua dulce, desde su taxonomía a la paleocología o cuestiones tan específicas como la microestructura de sus conchas.

Es así como es capaz de establecer nuevas teorías sobre estos fascinantes animales del pasado, muy presentes también hoy día tanto en los ríos como en los mares. Los descritos en Galve del Cretácico Inferior tenían un tamaño medio de 5 centímetros como máximo, vivían enterrados y eran filtradores.

“Se alimentaban filtrando el agua por medio de sus branquias, aprovechando las sustancias alimenticias y expulsando los desechos”, comenta la paleontóloga. Y sobre sus gruesas conchas de carbonato cálcico de hasta 4 mm, explica que es de lo que se deduce que vivían en sistemas fluviales, además de revelar las características sedimentológicas de la Formación Camarillas en donde se encuentran.

Una característica muy importante que ha permitido definir el nuevo género, y que los convierte en “únicos”, es que con las valvas cerradas tienen dos aberturas, anterior y posterior. “Estas características tienen ciertas implicaciones paleoecológicas relacionadas con su pie y capacidad de enterrarse en los fondos”, aclara la especialista.

Así se dispersaban


Cuenta la experta que los bivalvos de agua dulce tienen un ciclo reproductivo altamente especializado. “Necesitan un vertebrado hospedador, normalmente un pez”, indica Delvene, puesto que en sus branquias o aletas terminan su metamorfosis las larvas del bivalvo, llamadas gloquidios, que dan lugar a “juveniles libres que se entierran en los fondos de lagos o ríos”.

Por ese motivo la dispersión de los bivalvos a lo largo de los ecosistemas depende de hasta dónde lleguen los hospedadores. Por ahora las larvas más antiguas se han registrado en el Pleistoceno y Holoceno, desde hace
2,58 millones de años a la actualidad, cuenta la experta, si bien reconoce que los especialistas en estos invertebrados “asumimos que la reproducción de los bivalvos de agua dulce en el pasado fue similar y necesitaban de su hospedador para poder dispersarse”. En cualquier caso, manifiesta no perder la esperanza de poder encontrarlos también en el Cretácico.

Actualmente esta investigadora tiene en marcha varios trabajos, tanto sobre el Cretácico continental español e inglés, como del Jurásico asturiano, además de investigaciones sobre fósiles turolenses, en particular los bivalvos de la mina Santa María de Ariño. “Es un material espectacular que va a dar lugar a taxones nuevos”, avanza.


 

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