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20 años de Dinópolis: 20 años de Dinópolis:
Enrique Escriche posa junto al dinosaurio Torvosaurus en Tierra Magna

20 años de Dinópolis: "Al que se le ocurrió la idea, acertó de pleno"

Enrique Escriche trabaja en el parque paleontológico desde la inauguración del centro
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Enrique Escriche es una de las personas que cada día convierten en una experiencia mágica la visita a Dinópolis. Lleva en el parque paleontológico desde su inauguración hace veinte años, cuando entró pensando como lo hicieron otros compañeros que iba a ser un trabajo de verano y poco más. Dos décadas después ha hecho de esta experiencia profesional su proyecto de vida. “El que pensó hacer Dinópolis acertó al cien por cien, porque nadie imaginábamos que iba a ser el motor de desarrollo que ha sido”, asegura.

Son cerca de las dos de la tarde y hace un sol de justicia. El calor es sofocante y no hay manera de aparcar cerca porque Los Planos está invadido por los equipos de la Baja Aragón. Enrique espera en Dinópolis para atender a este periódico antes de salir de su turno, ya que es el más madrugador y todos los días está en pie a las seis de la mañana. Es uno de los que echa a andar el parque cuando quienes lo van a visitar todavía sueñan en la cama con las maravillas que esperan encontrarse.

Los visitantes de ese día al llegar a Dinópolis no se muestran muy contentos. El sueño de sumergirse en un mundo mágico se ha convertido en una pesadilla al no poder aparcar ni en Los Planos ni en el estacionamiento del supermercado que hay al lado. Es algo que no es culpa del parque, pero que les afecta con la Baja Aragón porque al final el malestar se lo trasladan a ellos.

Buen trato

Enrique es uno de esos trabajadores de Dinópolis que con su simpatía le toca hacer frente a situaciones así y que con su buen trato consigue que al final del día los visitantes se vayan contentos pese a haberlo iniciado con el pie cambiado. “Se encuentran algo que no se esperaban porque nadie piensa que Dinópolis sea todo lo que es”, afirma.

Desarrolla su trabajo como personal de control desde que se abrieron las instalaciones el 1 de junio de 2001. Es una pieza más en ese mecanismo de relojería preciso que es Dinópolis, donde el trabajo de cada uno de los que componen el personal del parque es vital para que las sonrisas de los niños estallen a cada momento y los padres disfruten de su estancia.

“Nosotros encendemos las luces del museo y vemos que todo esté bien”, cuenta, con lo cual se puede afirmar que el personal de control de Dinópolis es el que a diario prende la chispa de la magia en el parque.

Cuando entró en 2001 pocos días antes de que se inaugurara no imaginaba que veinte años después seguiría allí, y ni mucho menos que Dinópolis acabaría convertido en lo que es hoy.

Tenía entonces 38 años, había trabajado en el sector jamonero y en ese momento se encontraba en el paro, así que echó su currículum y fue seleccionado. “Desde el principio entré como personal de control cuando todavía esto estaba en obras”, recuerda. Destaca de aquellos inicios el compañerismo que siempre ha habido.

A la pregunta de si en aquel momento pensó que empezaba a echar a andar un proyecto no solo de futuro para la provincia sino para su propia vida, responde que “no, no tenía ni idea, pero como estaba en el paro pensé que para ese verano al menos tenía un trabajo”.

Trabajo ilusionante

Su hija tenía entonces 6 años y su hijo solo un año, por lo que entró ilusionado, algo que se ve que no ha perdido por cómo habla del parque camino de las instalaciones de Tierra Magna.

“El primer contrato era de tres meses, solo el verano, y éramos una plantilla joven que entre los más mayores estaba yo, puesto que el resto eran jovencicos y había un ambiente espectacular; claro, nadie sabía en ese momento lo que iba a pasar”, cuenta, a la vez que admite que todos se quedaron sorprendidos de cómo funcionó aquel verano a pesar de que llegar a Teruel no era fácil entonces porque ni había autovía ni una infraestructura turística suficiente para lo que se le venía encima a la ciudad.

“Aquel verano Dinópolis funcionó de categoría, vino mucho visitante, sobre todo de la parte de Valencia, mientras que ahora ya casi es internacional porque prácticamente ves gente de todos los sitios”, relata Enrique, contento de que aquella “casualidad” de quedarse en el paro le llevase al final a entrar en el parque y haber podido desarrollar allí su carrera profesional. Ahora, con 58 años ya, comenta que espera jubilarse en este trabajo.

“Yo creo que ni yo ni nadie pensábamos que esto iba a crecer como lo ha hecho, que se iba a quedar en un producto veraniego de tres meses y ya”, insiste, si bien admite que ese mismo verano ya se dio cuenta de que “eso iba a ir a más por la afluencia de gente que venía y lo contentos que se marchaban, cuando lo único que había entonces era el museo, es que no había nada más”.

“Luego empezaron a hacer obras con nuevas atracciones y la Paleosenda, y vi que aquello crecía ya a unos niveles que hacía que viniese gente de toda España”, cuenta Enrique emocionado  al recordar aquellos primeros años de crecimiento que supusieron expandir Territorio Dinópolis por toda la provincia con la apertura de las subsedes.

Aquella expansión supuso que Dinópolis dejara de ser un producto turístico para un día y se convirtiese “como mínimo en una oferta para dos o tres días, o incluso toda una semana, porque un catalán cuando viene lo hace por más tiempo y los madrileños antes no pasaban de Albarracín y ahora se quedan aquí”.

El puesto de Enrique está en el acceso al parque y habla con la gente tanto al entrar como al salir, así que funciona como un termómetro exacto tanto de las expectativas con que llegan los visitantes como de las sensaciones con las que se van.

Crecimiento

“Este ha sido un proyecto que ha crecido poco a poco pero con paso firme, y si Dinópolis no existiera, hoy día se tendría que inventar porque es lo que ha dado vida al turismo de Teruel y la provincia”, argumenta Enrique. En su puesto ve cómo la gente tras recorrer el parque y decide acudir a otras sedes, que se visitan rápido porque son pequeñas, pero que constituyen el factor de atracción necesario para que los visitantes hagan después turismo por toda la provincia.

Recuerda que hay una oferta especial para visitar todo Territorio Dinópolis con la sede central y las siete subsedes, y que esta misma semana una familia sevillana con niños le comentó lo bien que se lo habían pasado haciendo casi todo el recorrido. “Decían que se habían quedado extrañados para bien, que no se podían imaginar lo que era Teruel, porque eso es lo que tiene la estructura de Territorio Dinópolis, que las sedes de los pueblos se ven rápido, pero después tienen muchas cosas alrededor para ver”, puntualiza.

Ratifica que es la fórmula que ha hecho triunfar el proyecto de Dinópolis y lo ha convertido en un motor de desarrollo. “Ha sido el verdadero motor del turismo en Teruel y el que lo pensó acertó cien por cien porque ya somos conocidos en todos los sitios”, manifiesta. Recuerda por ejemplo una final de la Copa del Rey entre el Barcelona y el Bilbao que se celebró en Sevilla y que ganaron los primeros. Al día siguiente se encontró con niños por el parque con camisetas rojiblancas del Athletic, y es que de vuelta a sus casas tras asistir a la final de fútbol hubo familias que se desviaron para pasar antes por Dinópolis.
 

A la semana de inaugurar Dinopólis, en junio de 2001, con su hija Blanca


Enrique, a la vez que rememora estas anécdotas, reflexiona  sobre si los turolenses son conscientes de la poca infraestructura hostelera que había antes de que abriera el parque. “Hace veinte años había tres fondas, poco más, y ahora tienes todo tipo de hoteles y restaurantes, hasta de cinco estrellas, y la mayoría, el 90%, los ha traído Dinópolis”, argumenta en favor del parque paleontológico, del que es un firme defensor porque ha cambiado la vida de las personas y de la provincia, y por el futuro que todavía tiene por delante con las ampliaciones que se van a acometer.

Un crecimiento, sostiene, que aparte de lo que ofrece el parque con sus subsedes, ha conllevado el desarrollo de otros proyectos paralelos como el de Dinoexperience en la Comarca Comunidad de Teruel, o la amplia oferta que hay en El Castellar con las rutas de dinosaurios que se han hecho, donde es posible visitar yacimientos de icnitas y de huesos in situ, esto último algo único e imposible de ver en otro sitio.

A Enrique es frecuente verlo también por El Castellar, ya que es el pueblo de su mujer Mari Carmen. Él proviene de al lado, de Formiche, que también ha dado algunas riquezas paleontológicas de gran valor.

En Tierra Magna se hace una foto al lado de la reconstrucción de Torvosaurus, el gigantesco dinosaurio carnívoro que abre las fauces en posición de ataque para exhibir la hilera de afilados dientes en forma de sierra con los que devoraba a sus presas aunque fuesen mucho más grandes que él.

Gigantes en Formiche

Resulta que ese animal asoló lo que hoy es Formiche Alto a finales del Jurásico, hace unos 150 millones de años, cuando estos gigantes alcanzaron tamaños descomunales. No se han encontrado restos de huesos de estos dinosaurios carnívoros como Torvosaurus, el terópodo que está representado en Tierra Magna, pero sí algunos de sus dientes y sobre todo sus huellas, sus inmensas pisadas tridáctilas que van apareciendo en esa franja de territorio que va de El Castellar a Riodeva, pasando por Formiche, en los afloramientos de la Formación Villar del Arzobispo, que es la que corresponde al tránsito entre el Jurásico y el Cretácico.

Enrique posa sonriente al lado de Torvosaurus, orgulloso de que en Dinópolis se exhiba semejante dinosaurio y que encima tan descomunal depredador hubiese vivido en su pueblo. Hace unos años se encontró allí parte de un diente que ganaba en tamaño al que había aparecido con anterioridad en Riodeva, ambos relacionados con Torvosaurus o pertenecientes a algún terópodo similar. En El Castellar se han encontrado sus huellas tridáctilas, son visitables y han dado lugar a la definición de un nuevo icnogénero, Iberosauripus grandis.

El trabajador comenta satisfecho que el diente de este gigante se exhibe en el museo, que primero apareció una parte y que buscando en la misma zona los paleontólogos  de la Fundación encontraron después la otra. Aunque le faltaba la punta se convirtió en el diente de terópodo de mayor tamaño hallado en España.

“Estoy muy orgulloso de que Formiche haya aportado su granito de arena al Museo de Dinópolis”, cuenta Enrique, y encima con una pieza tan espectacular, precisa. Confiesa que antes de trabajar en el parque paleontológico tenía poca idea de fósiles y ni se imaginaba la importancia que tenían. En cambio, ahora lo que más le gusta del parque es el Museo de Paleontología.

Fósiles

“Yo desconocía todo el valor que tenían los fósiles y ahora veo su importancia porque a mí me gusta mucho el museo, aunque las atracciones del parque no están mal, pero a mí lo que más me gusta es el museo”, manifiesta a la par que aclara que en nada tiene que ver lo que había en sus vitrinas cuando abrieron, de lo que hay ahora con todos los hallazgos hechos en la provincia por la Fundación y que se han ido incorporando a las salas.

Se dan casos, cuenta, de gente que le pregunta por fósiles que creen haber encontrado y él los deriva a los paleontólogos de la Fundación Dinópolis. Estar en contacto con el museo le ha educado la mirada, puesto que antes era incapaz de distinguir un fósil de una piedra, pero al final es a los profesionales a los que remite cuando le hacen consultas de este tipo.

Enrique ha terminado haciendo su carrera profesional en Dinópolis después de veinte años trabajando allí. Hoy, con 58 años, comenta que ha visto crecer las instalaciones al igual que lo hacían sus hijos, por lo que siente un vínculo muy especial con su lugar de trabajo.

Muestra con orgullo la foto de su hija Blanca cuando con 6 años visitó Dinópolis por primera vez. Acababa de terminar Infantil y el parque llevaba abierto solo una semana. Por detrás de la foto pone la fecha, 7 de junio de 2001, con el apunte “Fiesta de graduación, 3º de E. Infantil”. La niña no puede estar más sonriente con su birrete de graduación junto a su padre posando al lado de la fuente que hay a la entrada de Dinópolis con el logotipo del parque.

Media vida

Han pasado veinte años de aquella instantánea y ese pelo negro oscuro que luce Enrique en la foto se ha encanecido por completo hasta acabar en blanco nuclear, símbolo inequívoco de un tiempo que ha pasado sin apenas darse cuenta. “Es casi media vida y cuando echas la mirada atrás te percatas de lo rápido que pasa todo”, comenta.

Prueba de ello son sus dos hijos, que han crecido a la par que el parque, porque su hija tenía 6 años y el chico un año cuando Dinópolis abrió sus puertas. El chaval, Jorge, aparece en una foto de septiembre de 2001 con su hermana Blanca, su madre Mari Carmen y su tía Josefina, en la atracción de “El viaje en el tiempo”, cuando a los visitantes se les hacía una instantánea al final del recorrido en el momento en que Tyrannosaurus rex les atacaba cogiéndoles por sorpresa.

Hoy su hija tiene 26 años y hace el doctorado en Valencia mientras que su hijo Jorge está estudiando tercero de Finanzas y Contabilidad también en la capital del Turia. Aquel niño de un año, que nació casi a la vez que el parque, ha madurado conforme crecía Dinópolis, cuyas instalaciones se conoce al dedillo porque también ha trabajado en ellas.

Su padre cuenta que en verano su hijo Jorge ha trabajado días sueltos cuando hace falta más personal y que siente Dinópolis como algo muy cercano. “Su habitación está llena de peluches de dinosaurios, creo que tiene todos los de Dinópolis y cuando le comentas que tendrá que quitar alguno porque ya es mayor, te dice que los dejes ahí que están muy bien”, afirma.

Jorge Lorenzo

Son muchas las personas que Enrique ha visto pasar por Dinópolis en estos años, entre ellas algunos famosos como Jorge Lorenzo, “que supongo que habría corrido en Alcañiz e iba tapado, como que no quería darse a conocer”. La actriz Paz Padilla, Roberto Brasero o Capdevila, el que fuera futbolista del Villarreal, son otros famosos con los que se ha topado en el parque, pero a Enrique lo que más ilusión le hace es volver a ver a personas jóvenes que trabajaron en Dinópolis durante los veranos a la vez que estudiaban para sacarse un dinero, como ha hecho su hijo. Ahora vuelven de visita con hijos de hasta cinco y seis años.

“Les he visto crecer, a los padres y ahora a sus hijos, y piensas, ¡madre mía cómo pasa el tiempo!”, comenta Enrique, que sin darse cuenta, desde su puesto de control, ha sido testigo de las transformaciones del Teruel del siglo XXI y de sus gentes en estas dos décadas que lleva abierto Dinópolis, como si de la rampa del tiempo geológico con que se inicia la visita al Museo Paleontológico se tratara.

Ha sido una transformación que ha convertido Teruel en un lugar de obligada visita en el que en torno a los dinosaurios ha ido surgiendo una oferta más amplia que ha hecho de la provincia un destino turístico de excelencia; algo que Enrique asegura que era “inimaginable” a finales del siglo pasado a pesar del potencial que tenía esta tierra. Por ese motivo considera que los dinosaurios han dado vida a Teruel a pesar de llevar muertos desde hace 66 millones de años.

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