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¿Cuál es tu faro? ¿Cuál es tu faro?

¿Cuál es tu faro?

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Grupo Psicara

Por Beatriz Gonzalvo Iranzo

Hoy abrimos la puerta, una vez más, a la reflexión y el debate sobre la nueva era contemporánea y los cambios que le siguen en la sociedad que vivimos.

Hace tiempo que vengo observando el funcionamiento del ser humano. Intento indagar en su sentido más profundo, el móvil de sus acciones y cómo se desenvuelve en las relaciones interpersonales, pero también de puertas para dentro, donde sólo se encuentra consigo mismo. Y es en este punto donde no siempre encuentro respuesta o, mejor dicho, la respuesta que encuentro me llama, cuanto menos, la atención y despierta mis alarmas.

Cada día construyo, con más claridad, una de las ideas que, en contra de atreverme a lanzar una afirmación que no tengo certeza absoluta más que la intuición, la formularé en forma de hipótesis: estamos perdiendo el norte, el faro que nos guía, nos estamos dejando los valores por el camino.

La educación en valores se está viendo mermada por una especie de (en mi lenguaje coloquial e inventado) “ataques difusos” de la era digital que alimentan un estilo de vida automático y fácil, sin pensar demasiado, viviendo con comodidad. Pero no es oro todo lo que reluce y esto, evidentemente, tiene considerables riesgos. Uno de ellos (de los más importantes) está relacionado con nuestros valores, nuestros códigos más internos e inquebrantables que guían la conducta. Una de las carencias más habituales y que tanto malestar despierta hoy en día.

Vivimos en un mundo cada vez más lleno de vacíos que llenamos con cosas vacías. Sin sentido, sin reflexión ni valoración profunda. Construimos sociedades vacías que se llenan con cosas materiales y apariencias, con las tendencias de moda del mes, las publicaciones en redes sociales más llamativas del día y una retahíla más de artimañas que nos inventamos y nos enseñan para aparentar lo que deseamos ser. O quizás ni eso. Para aparentar lo que aprendemos que está bien ser. Pero, ¿te has parado a pensar? o mejor aún, ¿te has parado a sentir?, ¿te escuchas?

Quizás sea ese uno de los problemas por los que comenzar. No nos paramos a escuchar(nos), a reflexionar sobre aquello que realizamos, a observar si lo hacemos en consonancia con nuestras necesidades o si, por el contrario, es una acción automática que sigue a la mayoría. Eso que haces cada día, durante cada semana, el resto de tu vida o aquello otro que realizas en el fin de semana, fuera de tu rutina, ¿te acerca a lo realmente valioso para ti?

Pongámonos en la tesitura de que lo hiciésemos, un análisis reflexivo de la situación y de nuestra forma de vivir, ¿sabes hacia donde vas?, ¿cuáles son tus valores?. No puedo saber si voy por buen camino, si no se cuál es mi destino.

Entre muchos otros, uno de los valores extensamente tratados en la historia, es el referente al coraje. Palabra que, en origen, significaba «decir lo que pensamos expresando todo lo que siente el corazón». Con el tiempo, esta definición ha ido viviendo ciertas modificaciones y, entre ellas, se ha ido perdiendo la idea de hablar con honestidad y abiertamente sobre lo que somos, sobre lo que sentimos y sobre nuestras experiencias (buenas y malas), eso que constituye la auténtica definición del coraje. Poner nuestra vulnerabilidad en juego, algo que en el mundo actual resulta, cuanto menos, muy poco frecuente. Dedicando gran parte de nuestro tiempo a trabajar una carátula bonita pero fría, que esconde vacío, espacio, sin llenar, sin reflexión. Y esto deriva, entre otras cosas, en problemas personales e interpersonales que no hace falta andar muy lejos para percibir.

Es fácil caer en las redes de lo fácil, lo establecido, lo que nos impone la sociedad automáticamente. Pero, hablando de coraje, me parece una muestra muy valiente parar, analizar y decidir tú con lo que te quedas, quizás romper con lo establecido, no por el mero hecho de ser diferente o revolucionario, sino por el hecho de ser coherente contigo, y con tus valores. Hay que ser muy valiente para salir del rebaño cuando no te sientes oveja.

“No hay viento favorable para el barco que no sabe adónde va”

- Lucio Anneo Séneca -

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