Mi primer encuentro con el cine de Woody Allen resultó decepcionante. Dejen que me explique: tendría unos once o doce años cuando, zafándome del control paterno, asistí a una reposición en el extinto Canal + de la película Todo lo que siempre quiso saber sobre el sexo y nunca se atrevió a preguntar. El sugerente título prometía llenar las lagunas que me habían dejado las clases de ciencias de don Pedro y, a su vez, ayudarme durante los recreos en mis frustrados acercamientos al universo femenino. Nada más lejos de la realidad. En aquel momento la película me pareció ridícula, una sucesión de sketches supuestamente cómicos protagonizados por un tipo bajito y escuchimizado que escondía su rostro tras unas enormes gafas de pasta negra. Esta mala experiencia me mantuvo alejado durante una larga temporada de la filmografía de Allen hasta que, años después, más maduro y con más horas de cine a las espaldas, descubrí Annie Hall y, sobre todo, Manhattan. El impacto fue mayúsculo. Recuperé todas sus películas, las devoré una y otra vez y me convertí en un devoto seguidor del cineasta neoyorquino.
Su cine demuestra el talento versátil de su creador. De la comedia disparatada (Toma el dinero y corre) al drama nihilista (Delitos y faltas), pasando por el musical (Todos dicen I Love You), el falso documental (Zelig) e, incluso, la parodia de ciencia ficción (El dormilón). En la actualidad, a sus 86 años, Woody Allen se encuentra ultimando los preparativos de la que será su película número cincuenta y amenaza con poner fin a su carrera como director. Para hacer más llevadera la espera a sus seguidores llega a las librerías Gravedad cero (Alianza editorial), una nueva antología de relatos con el sello inconfundible de Allen que se suma a los legendarios volúmenes Cuentos sin plumas y Pura Anarquía. A través de diecinueve narraciones, el autor regresa a las obsesiones que han marcado buena parte de su obra: Dios, la muerte y el sexo. Todo ello servido con su inteligencia y sofisticación habituales, haciendo gala de un espíritu transgresor y polémico que convierte la lectura del libro en una experiencia desternillante.
Si tuviera que enfrentarme a la ardua tarea de elegir un único relato de los que componen Gravedad cero, sin duda, me decantaría por el más extenso de ellos, casi una novela corta, Crecer en Manhattan. Un nuevo canto a la ciudad de Nueva York y una conmovedora historia de amor entre dos jóvenes cuya relación se ve truncada por algo tan poco usual como una invitación a participar en una orgía.
Precisamente, el retrato del matrimonio y la crisis de pareja son temas recurrentes en la obra del director y también los aspectos más controvertidos de su vida privada. Hoy en día todo el mundo conoce la relación sentimental que comenzó hace treinta años con su hijastra y las duras acusaciones de abusos sexuales a sus hijos menores vertidas por su ex Mia Farrow. Un escándalo que ha copado las portadas de diarios y revistas, ha dado lugar a una docuserie Allen v. Farrow (HBO max) y, a su vez, es una de las partes más tristes y morbosas de la autobiografía que Woody Allen publicó en 2020, A propósito de nada. Un libro magnífico y de lectura trepidante, donde su autor hace un repaso exhaustivo de su carrera y justifica algunos de los capítulos más oscuros de su vida.
A pesar de todo ello, nadie puede negar que Woody Allen es uno de los creadores más lúcidos e influyentes de la cultura moderna, un cineasta atípico que en lugar de presumir de su legado, prefiere burlarse de la posteridad: “Más que vivir en los corazones y en las mentes del público, prefiero seguir viviendo en mi casa”.