Tras sesenta años de lealtad cinematográfica a su majestad y alguno más desde su nacimiento como personaje literario en 1953, James Bond se queda huérfano. El popular agente 007 con licencia para matar ya no tiene a nadie por quien luchar. Su patriotismo le ha llevado a viajar por el mundo entero y participar en arriesgadas misiones en nombre de una bandera y una reina, Isabel II de Inglaterra.
Al igual que don Quijote, el viejo agente, resignado a morir en acto de servicio, se repite a sí mismo: “No se ha de decir por mí, ahora ni en ningún tiempo, que lágrimas y ruegos me apartaron de hacer lo que debía a estilo de caballero”. El caballero andante llora desconsolado pero su sentido del deber sigue intacto. Otro Bond vendrá que a un nuevo rey servirá.
La providencia ha querido que la noticia del fallecimiento de Isabel II me encuentre leyendo la novela El nudo Windsor, obra de la escritora S. J. Bennett.
Una coincidencia oportuna, ya que la protagonista del libro no es otra que la mismísima reina de Inglaterra convertida, para solaz del devoto de Agatha Christie, en una perspicaz detective.
Se trata del primer volumen de una saga excéntrica y adictiva que les recomiendo como divertimento para hacer más llevadera la rentrée del otoño. Según la crítica, el libro es una mezcla perfecta de Miss Marple y The Crown.
Yo no iría tan lejos, pero sí es cierto que, durante la lectura de la novela, no dejaba de imaginarme a la protagonista con el rostro de Imelda Staunton, la actriz británica que desempeñará el papel de la reina en la quinta temporada de la afamada serie (programada para el próximo mes de noviembre).
En 2016, Peter Morgan puso patas arriba el Palacio de Buckingham con el estreno de The Crown en Netflix. Tras cinco temporadas, el guionista inglés, que ya había jugueteado con la figura de la monarca en el film The Queen (Stephen Frears, 2006), ha creado un fresco sobre la realeza británica que bebe por igual del drama clásico de la BBC y de los reportajes amarillistas del diario The Sun.
No seré yo quien reniegue del cotilleo, reconozco que el morbo y la sensación continua de estar accediendo a un terreno vetado durante años son algunas de las claves de su éxito. Otras las encontramos en su magnífico reparto.
Existen pocos castings tan acertados como el que desfila en los capítulos de The Crown. Los actores y actrices logran trascender el físico de sus personajes para aferrarse a sus entrañas y hacerlos suyos hasta en el más mínimo detalle. Mención especial merecen Clare Foy, Olivia Colman y la citada Staunton, las tres actrices encargadas de desempeñar el rol de Isabel II en diferentes etapas de su vida.
Tampoco hay que olvidar el increíble elenco de secundarios encargado de acompañarlas, desde el Churchill de la primera temporada que escondía bajo el maquillaje al gran John Lithgow hasta la dama de hierro de Gillian Anderson o un joven Felipe de Edimburgo a cargo del actor Matt Smith.
Este último ha pasado de ser el doctor Who a formar parte de La casa del dragón, donde luce una larga melena rubia a medio camino entre Pocholo y Haaland, el flamante fichaje del Manchester City. En resumen, un cosplay digno del fan menos mañoso del Juego de tronos original.
Estos días Reino Unido se viste de luto. Hay crespones negros hasta en los mullidos brazos del oso Paddington, una de las primeras “personalidades” británicas en presentar sus condolencias a la familia real.
Supongo que más tarde acudirán Mr. Bean, Bridget Jones e, incluso, Harry Potter. Los ingleses son así, capaces de amar hasta el dolor a la soberana menos campechana de la Europa moderna sin cuestionarse su figura. Para un servidor, que no conoce más reinas que las de los naipes Fournier, es un sentimiento difícil de entender.
No obstante, me sumo a la despedida a Isabel II y alzo mi copa en su memoria. God Save The Crown.