"Cosas veredes, amigo Sancho, que harán hablar a las piedras”. Asumamos que Don Quijote y Sancho inauguraron el turismo. Esa confusión de sentirse ante un alcaide cuando en realidad estaban ante una mugrienta posada se repite cada verano ante la paella de chiringuito. Su discurrir posterior lleno de porrazos y desilusiones es lo mínimo de parar dos veces en la gasolinera y superar tres peajes.
Empezamos como Sancho, es igual desde la primera vez que me fui de campamentos, “¿qué hago aquí?”. Es un poco efecto de esta sociedad de postureo. Las redes sociales son las novelas de caballería, fantasías. Y peor aun cuando la ciudad se parece a las fotos. Hay algunas convertidas en escenarios: se pueden ver sin bajar del tren turístico y saltar de manolas a burrikin para “alimentarnos”. Espero que pronto hagan un tour virtual y no haya ni que salir del hotel. Es el nace, crece y desaparece del turismo de cucaracha: se descubre un sitio, llegan los turistas con su pastizal, se transforma para acoger más, vender más, pierde su identidad y se convierte en otro centro comercial con despliegue de tiendas de Amancio y souvenirs coloristas y cutres cuyo centro se vaciará. Todos somos turistas y a la vez buscamos sitios sin turistas.
Decepcionarse es por tanto imprescindible. Quizá no tanto como la madre e hija que delante de mí discutían: - “Aquí ya se pueden poner las pilas restaurando”. – “Pero mamá, si hay obras por todos lados” – “En Madrid hay muchísimas más”. Los que venimos de Teruel en cambio somos fáciles, nos sorprendemos cuando hay parques infantiles que no tienen 40 años o flores en las rotondas. Lo peor/mejor, para que nos entiendan los pijos, es cuando logras sentarte en una terraza o tirarte en una playa y estás totalmente camuflado entre paisanos. Hace un rato ya no has dicho a tus hijos “esto es lo que hay” y, de repente, te sientes un poco de allí. Y entonces descubres que no fue Quijote sino el Cid. El rey le pidió conquistar Cuenca, éste le dijo que primero “sosegara sus tierras”, un abad le llamó cobarde. El Cid se encabronó y el rey soltó: “cosas tenedes, el Cid, que faran fablar las piedras”, que viene a ser un “fliparías lo que tengo que aguantar yo”.