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No pasa nada No pasa nada

No pasa nada

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Javier Lizaga

Me encanta el fracaso. Debería escribir sobre grupos de wasap de padres y otras torturas que conlleva septiembre. Quizá sea por influjo de las grullas, siempre pienso que el invierno para unos, otros lo sienten como una primavera. Ser padre está mal visto pero es maravilloso. Por ejemplo, me ha obligado a conjugar el verbo fracasar.

Una de las ventajas es que uno nunca se cansa de fracasar. Nunca veo por segunda vez los directos que me han salido perfectos, encajo regular las felicitaciones. Sin embargo, me obligo a ver esos, esta semana me ocurrió, en los que se traban las palabras con las ideas. Esos en los que haces sufrir al espectador, a algún familiar e incluso al cámara. “Pero, ¿qué le pasa?”. Periodismo al borde del tropezón. Siempre les digo a quienes veo afligidos que la ventaja es que los fracasos o los grandes éxitos caducan al mismo tiempo: al día siguiente.

El fracaso es primo del miedo. Ese escalofrío cuando empieza a despegar el avión. Esa sensación cuando uno enferma. Esa inseguridad cuando uno duda si cumplirá las expectativas, si acabará tal trabajo. Igual que el conocimiento te hace confirmar que no sabes nada, los años te vuelven temeroso. El antídoto es recordarse a uno mismo cuesta abajo con un hierro de bici. Precisamente ahora es cuando tus hijos te miran y esperan que digas: “Tranquilo, todo irá bien”.

Este septiembre he pasado a la siguiente lección, a la de enseñar que fracasar es el único camino para lograr algo. A mí me lo enseñó mi padre. Fue la primera vez que me dio unas herramientas y me puso frente a un coche para que desmontase una batería. Me alertó de que lo que nunca debía hacer es unir los bornes. Allí me quedé yo encantado, responsable, tanto que me descuidé. Dejé una llave haciendo un puente y quemé toda la instalación del coche. Cuando esperaba una bronca, merecida incluso, me miró y me dijo: “No pasa nada, hay que aprender”. Nunca le he dado las gracias. Entonces no supe ni que decir. Ahora les cuento esta historia a mis hijos para que disfruten, como yo, de cada fracaso.

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