¿Qué inspirarán esas montañas? Lo pensé al irme cuando se veían más peladas, al llegar eran insultantemente impresionantes y las volví a ver desde las ventanas del cole. Recordé mis cinco años de universidad mirando a un patio interior, sintiéndome afortunado. Mayor fortuna es haber estado en la última clase del cole de Pitarque, desde Casablanca uno entiende que las cosas son el poso que dejan, lo provisional son los finales.
Sería una asignatura nueva, “soñar”. La pondría después del recreo, no sea que alguno aproveche para adormilarse. Y nada de tonterías, se daría sin libro, pero con método y disciplina. Primero las definiciones, ya saben que otra cosa no, pero la escuela española es muy de conceptos. ¿Los sueños?: “Aquello por lo que hay que luchar cada día nada más levantarse”, “otra forma de ver el mundo”, “es comenzar a vivir tu propia realidad”. Estas tres son copiadas (soy de la vieja escuela) del muro pintado que tienen en el cole de Pitarque. Hay que ser descarados, mira que avanzar temario sin avisar.
El cole de Pitarque es un despropósito: pupitres grandes y cómodos, una tortuga que casi la piso, miles de grullas de papel porque estan ayudando a un niño de Hiroshima, manejan igual una pistola de silicona que las tijeras, incluso tienen independencia, y rodeados de libros, ya les digo un maravilloso despropósito, como no hay otro igual. Hablé con una madre, con Paquita, a ver si me contaba algo malo. Me dijo que Alberto, el profe, había sido un segundo padre: “¿Sabes la confianza de llamar o que te llame el profe de tus hijos? Llevamos todo el año sopesando opciones por si cerraba el cole”.
La peor fue una exalumna: “Acabo de terminar los exámenes y si me preguntas qué he dado este año, no recuerdo nada, lo vomitas. Y, sin embargo, puedo contar cada actividad que hacíamos aquí”. Ya ven, encima demostrándoles a los chavales que se puede hacer mejor, que se puede hacer diferente, enseñándoles a tener criterio. “Papá, ¿mañana empieza el verano?”. Y pensé que sí, que, a veces, hablamos sin escuchar.