Un amigo me mensajeó la semana pasada avisándome de que estoy a punto de entrar en el mundo de lo proscrito. El motivo es que yo (espero evitar los azotes) redacté, grabé y difundí un anuncio de chocolate para una empresa local. Ya saben, una niñería, pero que el año que viene prohibirán. Ya ha dicho el ministro que los anuncios de dulces, postres, galletas, zumos y helados (estos sobre todo corrompen a los jóvenes) irán como el porno, para los horarios sin niños.
Haciendo esto a los que tratan como niños no es a nuestros vástagos sino a nosotros. Porque ante el vicio de pedir, ya saben, está la virtud de no dar. Si no, puestos a prohibir podrían eliminar los anuncios de Barriguitas, los programas de fornicio (citas, islotes y mierdas varias) y poner el “piiiii” en las declaraciones de políticos que se conjuguen en futuro, no se cumplen al 99%.
Antes si recuerdan ya se discutió si determinadas imágenes como la de un niño a punto de ser comido por un buitre eran emitibles. Gervasio Sánchez explicaba que cuando alguien le decía: “Voy a mandar a mi chico a Londrés, a que haga un máster”, él les decía: “Envíalo a Sierra Leona que vendrá más curtido”, y relataba que estuvo allí en un proyecto para denunciar la realidad de los niños soldado con su propio hijo, convencido de que “viajar es la mejor vacuna contra la intolerancia”. Meneses, otro dios de la fotografía, decía que esos niños a los que escamoteamos muertos, luego se van a matar marcianitos, y que tienen que aprender que la muerte es la muerte.
Tampoco hay mucho chollo en que nos vean y traten como Pinochos, esa marioneta que no sabe cuidarse. Ya ven el concepto que tienen de los niños: esos que pudieron salir de casa más tarde que los perros en el confinamiento, que tienen salas de apuestas frente a cada cole y esos que siguen llevando la mascarilla a troche y moche en colegios que, como dice una amiga, recuerdan en disciplina a Corea del Norte, mientras cada fin de semana y en grupos de a cien se llenan bares, bodas y restaurantes con la mascarilla en el bolsillo.
De todos modos y para gilipollas, ellos, porque ¿saben? los niños ya no ven la tele. Mi anuncio por cierto era para meterme en la cárcel y mis amigos todavía se siguen descojonando con él. Fue mi primer éxito.