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¿Qué te pasa? ¿Qué te pasa?

¿Qué te pasa?

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Javier Lizaga

Triste y sencilla. Como un cumpleaños que no se celebra, como un día sin recreo. Leí a Pedro en la sección de cartas al director de un periódico. Un homenaje a su mujer fallecida convertido en golpe de realidad. Núria era “extraordinaria”, siete idiomas, fue azafata, guia de turismo, profesora  de teatro y de música. 45 años de “complicidades y emociones”. El final del relato era Pedro explicando que, desde su muerte, la ha llorado por parques, calles y en el metro. Casi hasta la extenuación. Y nadie, nadie, nunca en todos esos días, se le ha acercado a preguntar qué le pasaba.

Dan miedo las lágrimas y la soledad, casi por igual. La soledad arrasa, quedé abrumado haciendo un reportaje sobre ella. Uno de cada diez españoles vive solo, 850.000 tienen más de 80 años. Pero son más. El otro día contaba tantos niños como móviles en una cena de restaurante. Reinaba la técnica del atontamiento infantil hasta que algo falló y una pequeña disputa acabó en gritos, lloros y sillas chirriando, “te doy una hostia” se oyó. Cuando eramos niños, eramos nosotros los que hacíamos ruido, ahora son los padres los que dan vergüenza ajena.

Siempre estamos un poco solos. Lo recordé cuando este sábado me aferraba a la pulsera que me había regalado mi hija, para que me diera suerte en la carrera que tenía. 34 grados, piernas cansadas y muchos pensamientos. La paradoja del egoismo de Stuart Mill sostenía que solo son felices quienes tienen la mente fijada en algo que no sea su propia felicidad. Ese algo pienso, quizá, podrían ser los demás. La felicidad, matiza Kant, no es un ideal de la razón, sino de la imaginación.

Quizá a Pedro le falten aun lloros por Núria, pero cuando un día alguien le pregunte, se dará cuenta de que la hizo feliz, mejor, de que fueron felices o, simplemente, de que aprovecharon ese “instante” que, dice, fueron sus 45 años juntos. Muchos, en cambio, ya se han quedado solos porque se olvidaron de preguntarse por los demás. Son los mismos que nunca le van a preguntar a Pedro. Ni a nadie. Nunca pronunciarán ¿Qué te pasa?

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