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15 de agosto 15 de agosto

15 de agosto

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Javier Lizaga

Aullaban los coyotes, silbaban las locomotoras y Truman Capote metió tres tiros y un muerto.

En ese plan, suenan las campanas, voltean las banderolas y campan las malas hierbas y el  pachuli cada 15 de agosto.

Lucen estos días los campos recién cosechados, pelo rapado. Amarillos, rojos y verdes pesimistas resumen tantas hectaréas como alcances a ver, e intuyes lo de siempre, que la fiesta está a mitad, septiembre más cerca.

En la montaña unas aspas que, de quietas, convierten las montañas en un cementerio. Relucen a ratos los morros exagerados de los cochacos de los veraneantes, que van y vienen.

Donde no hay orquesta, hay carteles, de colores y con mucha letra, que informan de las fiestas del pueblo de al lado.

En agosto tienen los pueblos hasta coches mal aparcados, sombrillas del ¡bar!, alguno que cruza sin fijarse mucho y una cuadrilla que vuelve de la piscina. Porque si hay donde remojarse es que el pueblo aun va.

Los veraneantes van a misa repulidos, aunque luego se ponen camiseta de tirantes. Saludan a todos, aunque no tienen ni puta idea de quien son.

Respetan las tradiciones, como el vermú. Todo les parece maravilloso, aunque lo criticarán en una semana. Son felices, aunque lo habrán olvidado en dos.

El 15 de agosto, ese día que para los italianos sigue siendo Ferragosto (feriae Augusti, las fiestas de Augusto), condensa que la vida es lo que pasa entre agostos, entre fiesta y fiesta.

Todos pensamos en algun momento… ¿y sí…? Nadie quiere responder, ni darle mucha importancia. Nadie quiere pensar que si sacaramos cuentas entre todos los pueblos de Burgos, Soria, Cuenca, Guadalajara, León, Jaen, Extremadura, gran parte de Galicia, media Asturias y casi todo Aragón hay más España de muros de adobe y bancos desgastados que de doble carril y patinete.

Lo mismo pasa con nuestra vida: hay que pensar ya, a ver que hacemos el próximo agosto.

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