Ya no nos acordamos… no recordamos el miedo, la incertidumbre y el aislamiento. No recordamos a los que enfermaron y todavía no se han recuperado, a los que se fueron sin dar opción a ninguna despedida o a los ataúdes apilados en palacios de hielo. No queremos acordarnos de las empresas cerradas para siempre, de los empleos perdidos, del trabajo desde casa y de los niños sin escuela. No nos apetece recordar las restricciones, las calles vacías y las prisas en las compras. Ya no rememoramos la solidaridad vecinal, los aplausos en el balcón y la emoción por los que trabajaron por mantener una esperanza que creíamos haber perdido.
Es muy corta la memoria y muy largo el olvido. En este mundo donde la prisa y lo inmediato es más importante que la reflexión y el sosiego, no cabe el recuerdo de una amenaza que todavía sigue ahí. Necesitamos recuperar la normalidad, y lo necesitamos ya. Queremos volver a la realidad anterior a la pandemia pero, una vez más, la realidad supera la ficción y lo que veo a mi alrededor en este veroño que la meteorología nos ha regalado, me parece un despropósito.
Necesitamos socializar, divertirnos, volver a abrazar y besar, salir de esa cárcel invisible en la que nos ha metido un virus de origen todavía a desconocido. Pero quizá deberíamos pensar que todavía no está garantizada nuestra inmunidad y que aún no existe un medicamento que cure los estragos que hace en nuestro cuerpo este maldito bicho. Y sobre todo, no deberíamos abandonar la idea de que también somos peligrosos para los demás, incluso para los que más queremos.
Yo sí recuerdo a aquellos que durante los peores momentos solo se quejaban de que no podíamos divertirnos y que no eran capaces de ver más allá en la peor crisis que seguramente ha pasado la humanidad. Y son ellos los que hoy hacen botellones multitudinarios, sufren avalanchas en las puertas de las discotecas, se molestan cuando se les indica que deben llevar mascarillas en el interior o se abalanzan contra ti para darte dos besos por la calle, aun cuando eso no lo hayan hecho nunca antes.
Cuando el mundo se paró, nos parecía que íbamos a ser mejores que antes. Estábamos equivocados, nunca hemos dejado de ser lo que somos.