Los que leen este periódico desde hace tiempo recordarán que en una de mis primeras columnas hablaba sobre el lenguaje inclusivo respecto a las personas con discapacidad. Les contaba, con toda la honestidad que me permite mi condición, que los calificativos que se ponen a mi colectivo son innecesarios. Porque, en realidad, lo único que nos diferencia del resto de ciudadanos son las condiciones desfavorables con las que nos encontramos por la inacción de los poderes públicos.
Esta semana, por fin esos poderes públicos han decidido unificar criterios en cuanto a nuestra forma de llamarnos. Se ha aprobado el anteproyecto para reformar el artículo 49 de la Constitución Española, y así dejar de llamarnos "disminuidos" para pasar a ser "personas con discapacidad". Este es el sustantivo apropiado según la Convención Internacional por los Derechos de las Personas con Discapacidad de la ONU, firmada por España en 2007.
En términos coloquiales, nos importa bastante poco cómo nos llamen. Pero la verdad es que este cambio nominativo a nivel institucional es muy importante para nosotros. La palabra discapacidad no es una maravilla, de hecho se apunta como idónea la expresión "diversidad funcional". Pero desde luego, "disminuido" tiene una connotación tan negativa que debe desaparecer en el más que estrenado siglo XXI.
No comprendo a aquellos que dicen que esta es una reforma innecesaria, que este apelativo es el que se usaba cuando se redactó la Constitución y que está bien que se quede así. A ellos debo decirles que esto no es una cuestión de moda, no tiene nada que ver con ese lenguaje inclusivo que todavía hoy parece un tanto absurdo de cara a algunos grupos sociales. Esto es una cuestión de dignidad, en el los últimos 40 años hemos avanzado sustancialmente en cuanto a los derechos de las personas con discapacidad, por lo tanto, es lógico que la legislación española deje de menospreciarnos. Además, deben tener presente que esto es una obligación asumida voluntariamente por el Estado español hace 14 años.
Por eso, si se dirigen a mí, sigan llamándome Elena. Pero si en sus conversaciones tratan temas relativos a mi colectivo, utilicen el término correcto. Ya va siendo hora.