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¡Por los clavos de Cristo y de la cruz! ¡Por los clavos de Cristo y de la cruz!

¡Por los clavos de Cristo y de la cruz!

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Javier Sanz

“¡Por los clavos de Cristo!” es una forma de rogar encarecidamente algo o de expresar sorpresa. Al igual que esta expresión, e independientemente de la confesión o grado de creencia religiosa de cada uno, hay otras muchas que utilizamos casi a diario y cuyo origen tiene que ver con esta semana en la que se recuerda y recrea la pasión, muerte y resurrección de Jesús… o, simplemente, estamos de vacaciones.

Judas Iscariote guió a los guardias que arrestaron a Jesús hasta el lugar donde se encontraba y, para indicarles quién era, lo besó (“beso de Judas”). Por su traición, fue recompensado con treinta piezas de plata (“Judas” o “ser más falso que Judas”). Tras ser apresado, nadie lo quería juzgar y se quitaban el problema enviándolo de un sitio a otro (“ir de Herodes a Pilatos”). Poncio Pilato, el gobernador de Judea, se desentendió del tema (“lavarse las manos”) y permitió aquel disparate (“barrabasada”): que la multitud de judíos, azuzados por el Sanedrín, exigiese el indulto de una mala persona (“Barrabás”) y la crucifixión de Jesucristo.

Tras la sentencia de muerte, tuvo que recorrer un camino tortuoso (“Viacrucis”) portando la cruz (“llevar la cruz” o “con la cruz a cuentas”) hasta llegar al monte Calvario (del latín calvarium, calavera, era el nombre que se daba a los lugares donde se amontonaban las calaveras de los reos ejecutados) donde sería crucificado (“vivir o pasar un calvario”). A modo de burla, y siguiendo una antigua tradición romana de indicar el delito, (“para más inri”) la cruz tenía una tablilla con la inscripción Iesus Nazarenus Rex Iudaeorum (INRI, Jesús de Nazaret, Rey de los judíos), tal y como Jesucristo afirmaba. Durante este trayecto, en el que fue golpeado y cuyo aspecto era lastimoso (“Eccehomo” o “ir hecho un Eccehomo”), siempre le acompañó María Magdalena, la que más tarde descubriría el sepulcro vacío y la encargada de anunciar la resurrección. Lógicamente, lloró amargamente su pérdida (“llorar como una Magdalena”). Y a todo esto, si Pedro no hubiese negado a Jesucristo tres veces antes de cantar el gallo… (“otro gallo cantaría…”)

Para muchos, estos días son simplemente una semana de vacaciones, pero saben que van a tener que aguantar el estruendo de las matracas (“dar la matraca”; para anunciar los actos religiosos de Semana Santa se utiliza este instrumento de madera construido con dos mazas que forman una especie de aspas, y que cuando se hace girar produce un sonido que resulta bastante molesto) y las procesiones de nazarenos (“timo del nazareno”; el timador, nazareno, se gana la confianza de una empresa proveedora haciendo algunos pequeños pedidos que paga rápidamente, una vez generada la confianza el nazareno realiza una compra de mucho más valor que no paga y desaparece) con sus capirotes (“tonto de capirote”; gorro con forma de cono forrado de tela que caía sobre los hombros y con un par de agujeros para los ojos que protege la identidad; cuando se lleva con la cara descubierta, el pueblo se reía de quién lo llevaba porque se desvelaba su identidad y ya no tenía sentido).

Y ya que hablamos de los clavos de Cristo, ¿nunca os habéis preguntado por qué fue crucificado y no ahorcado o devorado por las bestias? Hoy ya podréis dormir tranquilos porque vais a tener la respuesta...

Jesús el Nazareno fue juzgado por el Sanedrín por un delito religioso (blasfemia), que acarreaba la muerte por lapidación según la ley hebrea. Recordemos que estamos en la provincia de Judea sometida al Imperio romano, lo que implica que la autoridad competente para dictar una condena a muerte corresponde al gobernador romano (Poncio Pilato). Así que, los dirigentes judíos lo llevaron ante Poncio Pilato. Sabedores de que por el delito religioso, según las leyes romanas, le habría caído el equivalente romano a 10 Padrenuestros y 3 Avemarías, cambiaron el delito por el de sedición (lo acusaron de sublevar al pueblo y pretender usurpar el poder político haciéndose llamar rey). Como el gobernador sabía que todo era un plan orquestado por el Sanedrín para eliminarlo por “el bien de la comunidad” -las palabras del sumo sacerdote Caifás fueron reveladoras: conviene que uno muera por el pueblo y no que perezca la nación entera-, intentó librarlo, pero no hubo forma. Así que, lo condenó por el delito de sedición castigado con la muerte según la Lex Julia lesae maiestatis (traición, sedición, promover rebeliones, asesinato de magistrados…). El Derecho romano contemplaba varias formas de ejecución, dependiendo del delito y de la condición del criminal. Así que, dada la gravedad del delito y la condición de extranjero del Nazareno, la ejecución quedaba reducida a la categoría de summa supplicia: la crucifixión, la hoguera o la exposición a las fieras en el circo ¿Y por qué se eligió la crucifixión? Pues porque era la más indigna, una forma de escarmiento publicitario contra agitadores y rebeldes. Como sociedad clasista y jerarquizada, se tenía en cuenta también a la hora de las ejecuciones, y la crucifixión era una práctica prohibida para los ciudadanos romanos condenados a muerte, quedando reservada para esclavos y extranjeros. Otro ejemplo lo tenemos en la más famosa rebelión de esclavos, cuando los 6.000 hombres que Craso capturó, incluido Espartaco, fueron crucificados en la Vía Apia desde Capua a Roma como macabra advertencia a todo esclavo que pensase que podía volver a desafiar el poder de la República. Con la crucifixión, además de la humillación de ser expuesto a la intemperie y a la vista del público, había que añadir que era una muerte lenta y dolorosa, que se podía prolongar durante varios días. La ejecución del condenado a morir en cruz se hacía fuera de la ciudad en un lugar de acceso público... hoy en día se hace en las redes sociales.

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