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Artemisia, Eva Green  en su versión cinematográfica Artemisia, Eva Green  en su versión cinematográfica

Artemisia, Eva Green en su versión cinematográfica

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Javier Sanz

A pesar de ser griega, a esta protagonista de las Guerras Médicas, la serie de conflictos entre el Imperio aqueménida de Persia y las ciudades-estado del mundo helénico, la encontramos luchando junto a los persas. Era Artemisia I de Caria, Eva Green en su versión cinematográfica en “300: El origen de un imperio”. Ya fuese por la muerte de su padre o la de su marido y la correspondiente regencia durante la minoría de edad, cuando estalla la revuelta contra los persas Artemisia es la tirana de la polis de Halicarnaso, la más importante de la región de Caria y, por aquel entonces, satrapía (provincia o división territorial) del Imperio persa. A pesar de ser sus vecinos, Artemisia no se unió al levantamiento contra los persas. Es más, sabemos de su existencia por todo lo contrario, por luchar junto a ellos. 

Una vez sofocadas todas las revueltas que estallaron tras su nombramiento, Jerjes, el hijo de Darío I, trató de vengar la derrota sufrida por su padre en la batalla de Maratón en 490 a.C., por lo que planificó una operación de castigo y conquista. En el 480 a.C., ante el avance de rey persa Jerjes hacia Grecia, nuestro querido Gerard Butler, interpretando al rey espartano Leónidas en “300”, se dirigió al angosto desfiladero de las Termópilas para bloquear el paso del ejército aqueménida, mientras el general ateniense Temístocles trataba de inmovilizar a la armada enemiga en el estrecho de Artemiso. De esta forma, se protegía el acceso terrestre y naval hacia el Ática y el Peloponeso. A lo largo de tres días de combate, los atenienses resistieron ante una flota persa mucho más numerosa, sufriendo un importante número de bajas. Sin embargo, cuando Leónidas y sus trescientos espartanos cayeron —la historia también ha olvidado a los setecientos tespios y cuatrocientos tebanos que cayeron junto a ellos—, Temístocles decidió retirarse. Con la vía terrestre hacia Atenas libre, de nada servía seguir sacrificando la flota helena. 

En aquel triunfo persa, por retirada de su oponente, destacó como comandante y táctica Artemisia, que algo tendría esta mujer para que, incluso traicionando a los suyos y aliándose con Jerjes, su paisano Herótodo y el historiador romano Plutarco la elogiasen por su astucia y pericia. De haber seguido sus consejos, la historia habría sido otra. Tras arrasar Atenas, que no a los atenienses porque habían sido evacuados, los persas pusieron rumbo a la isla Salamina, donde la flota aliada se había refugiado. Aunque los ojos inyectados en sangre de Jerjes ya hacían presagiar la decisión que iba a tomar, Artemisa, al contrario del resto de capitanes, recomendaba prudencia y esperar para poder coordinar un ataque por tierra y por mar, lo que obligaría a sus enemigos a retroceder y dispersarse para proteger sus ciudades. Nadie le hizo caso y pasó... lo que tenía que pasar. Los persas cayeron en la trampa de Temístocles y la flota aliada griega infligió una severa derrota a los persas. En Salamina, Artemisa, por la que los griegos ofrecieron 10.000 dracmas a quien la capturara o la matara, tuvo que tirar de ingenio para salir airosa de una situación crítica. En el fragor de la batalla, su barco se encontró bloqueado por varios navíos persas y, a la vez, una embarcación griega puso rumbo a su nave para embestirles; así que la capitana ordenó cambiar su pabellón, izar la bandera griega y embestir a un barco persa. El barco griego pensó que era de los suyos y cambió de rumbo en busca de otro barco enemigo, momento que aprovechó la capitana para recuperar el pabellón persa y poder salir de aquella ratonera.

La batalla de Salamina fue una gran victoria para los griegos y una derrota muy dura para las fuerzas persas, que vieron incluso peligrar su posición en la zona. De esta forma, Jerjes reunió a sus comandantes para planificar el siguiente paso. Mardonio, el gran rival de Artemisia, se ofreció para quedarse con un contingente importante del ejército e intentar la conquista terrestre, a la vez, tal y como estaban las cosas, sugirió que Jerjes regresase a casa. A pesar de que todos estaban de acuerdo en que aquel plan era el más adecuado, el rey no tomó una decisión hasta que escuchó a Artemisia en privado:

Creo que deberías retirarte y dejar aquí a Mardonio con las tropas que pide, ya que se ofrece a hacerlo por su propia voluntad. Si tiene éxito en las conquistas y las cosas van como él pretende, el logro es tuyo, Maestro, porque fueron tus hombres quienes lo hicieron. […] Pero si algo le sucede a Mardonio, en realidad no importa; además, si los griegos ganan, no será una victoria importante porque solo habrán destruido a uno de tus súbditos. El objetivo de esta campaña era arrasar Atenas hasta los cimientos; ya lo has conseguido, así que ahora puedes irte.

Jerjes, esta vez sí, aceptó el consejo de Artemisia y se retiró de Grecia dejando que Mardonio combatiera a los griegos, pero el comandante murió en la batalla de Platea al año siguiente (479 a. C.), en una derrota decisiva que puso fin a la invasión persa.

Por cierto, no confundir a nuestra Artemisia con Artemisia II de Caria, esposa del sátrapa de Halicarnaso Mausolo, a la que se conoce, sobre todo, por el extraordinario dolor que provocó en ella la muerte de su marido a mediados del siglo IV a.C. Convocó a los mejores arquitectos y escultores de la zona para que se luciesen con la tumba de su esposo e hiciesen un monumento de singular belleza para que todos los que por allí pasasen le recordaran. Y lo hicieron, y muy bien, hasta el punto de que hoy en día con el término “mausoleo” designamos un enterramiento suntuario y el mismo Mausoleo de Halicarnaso fue una de las siete maravillas del Mundo Antiguo. 

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