En sus expediciones e incursiones, entre finales del siglo VIII y el XI, en las que igual comerciaban que saqueaban, los vikingos alcanzaron el mar Negro, las costas eslavas, Inglaterra, Escocia, el Mediterráneo, Constantinopla, sitiaron París, remontando el Sena, e incluso saquearon Sevilla durante una rápida incursión a través del río Guadalquivir. Crearon ducados, el reino de Sicilia, la Rus de Kiev y fundaron asentamientos permanentes en Islandia o Groenlandia, y otros que abandonaron posteriormente como los de Dublín o Terranova (actual Canadá). Sí, sí... llegaron al continente americano casi 500 años antes que Colón, aunque no pudieron establecer una colonia permanente por ciertos problemillas de convivencia con los indígenas. Visto lo visto, los que han conocido a estos pueblos por la serie “Vikings” tienen una imagen más cercana a la realidad, y digo cercana, que no veraz, que los que crecimos viendo los dibujos animados de “Vickie el vikingo”. La de veces que nos habremos frotado la nariz buscando la solución a algún problema... ¡Qué tiempos, aquellos! La realidad es que, a pesar de toda esta actividad comercial y de exploración, la imagen que se ha quedado grabada en el imaginario popular de estos demonios venidos del norte es la de aquellos europeos del Medievo que veían como unas naves estrechas y largas arribaban a sus costas y de ellas desembarcaban hombres altos, rubios, tatuados, armados con hachas y cuchillos para desmembrar los cuerpos, y que, en un abrir y cerrar de ojos, arrasaban con todo y desaparecían.
¿Y por qué a estos agricultores y comerciantes escandinavos les dio por hacer el vikingo? Pues hay diversas teorías, pero si vives en una zona de crudos inviernos y de terrenos difíciles de cultivar, no sería nada descabellado pensar que buscaban tierras más fértiles y un clima más benigno; que los proscritos, un castigo muy habitual entre esta gente, tratasen de encontrar un nuevo hogar o que los que estaban en edad casadera intentasen amasar un buen botín para contentar a su futuro suegro. Y no es un tema baladí este del matrimonio, porque eran concertados y suponían, más que la unión de dos personas, la alianza entre dos familias o clanes que, de esta forma, veían una oportunidad para aumentar sus riquezas y extender sus dominios. Lógicamente, lo normal es que los matrimonios se concertasen entre miembros de similar capacidad económica o poder. ¡Cuántos vikingos de condición humilde habrán perecido echándose al mar en busca de riquezas para conseguir la mano de su amada! Total, los vikingos estaban hechos para la gloria, no para vivir muchos años.
Lo normal es que las mujeres se quedasen en las poblaciones cuidando de la familia, de las granjas y protegiendo los territorios. Y cuidado porque, aunque obtenían preciados botines en sus incursiones, una mala gestión de la granja podría llevar a la economía familiar al desastre y a la hambruna. Además, las mujeres eran el vínculo transmisor de las creencias y tradiciones a los futuros vikingos. Eran el alma de la sociedad vikinga. Y luego tenemos algunos casos en los que no se quedaron en casa y combatieron junto a los hombres, como la escudera Lagertha (interpretada en la serie Vikings por Katheryn Winnick). ¿Realmente existió? Siendo generoso, diría que estaríamos entre la leyenda y lo verosímil, más que entre lo verosímil y lo veraz, porque las fuentes donde aparece nuestra protagonista son las Sagas, esas crónicas medievales cuya veracidad es bastante complicada de establecer al mezclar personajes y hechos reales con otros legendarios y míticos. Encontramos la historia de Lagertha en Gesta Danorum (Hechos de los Daneses) del siglo XII, donde la retrata como una especie de valquiria terrenal. Las valquirias, representadas como jóvenes y guapas amazonas, con lanza y armadura, cuyo brillo produce la aurora boreal (queda genial), eran deidades femeninas menores encargadas de elegir a los más heroicos de entre los caídos en la batalla para llevarlos a los salones del Valhalla.
La primera aparición de Lagertha, según la saga danesa, tiene lugar en Noruega, cuando Ragnar Lodbrok, rey legendario nórdico y partenaire de Lagertha en la serie, viaja desde Jutlandia (Dinamarca) para vengar el asesinato de un pariente a manos de un clan sueco. Allí descubre que, además de la usurpación del trono, varias mujeres de la nobleza local han sido humilladas y quieren unirse a los daneses para ajustar cuentas con sus verdugos. Y nadie, con dos dedos de frente y cierta estima por su pellejo, les iba a llevar la contraria. En medio de la batalla, destaca el coraje de una de esas mujeres que llama poderosamente la atención de nuestro apuesto Ragnar. Como era de esperar, ya que esta saga es la de los daneses, consiguieron echar al usurpador sueco. La verdad es que Lagertha también le había echado el ojo al gran danés (vikingo, no al perro), pero no se lo iba a poner fácil y se hizo de rogar. Eso sí, ayudó que fuese de noble cuna para que, al poco tiempo, la desposase. Tuvieron dos hijas, de las que se desconoce su nombre, y un hijo llamado Fridleif, y vivieron felices y comieron perdices en las gélidas tierras de Jutlandia... pero apenas unos años, porque en el camino de Ragnar se cruzó Thora, la hija del conde de Götaland (Suecia), y se terminó el cuento. Se divorciaron y Lagertha regresó a su tierra... sí, sí, habéis leído bien, divorcio. Tanto el hombre como la mujer podían divorciarse alegando sus motivos ante testigos. Si era el hombre el que solicitaba el divorcio alegando, por ejemplo, infertilidad o mala gestión de la granja, recuperaba el precio pagado por la vikinga y se quedaba con la dote aportada por esta, a la que no le quedaba más remedio que volver a la casa familiar con una mano delante y otra detrás. Si, por el contrario, era la mujer la que lo solicitaba, recuperaba la dote aportada, y si la culpa del divorcio era imputable al vikingo, por causas como la impotencia o los malos tratos, podía pedir la parte aportada por él. Así que, si hoy algunos matrimonios están unidos por la hipoteca, en tiempos de los vikingos quedaban unidos para evitar la ruina.
A pesar del divorcio, siguieron manteniendo una buena relación e incluso volvieron a luchar juntos cuando Lagertha regresó al mando de una flota de barcos para ayudar a su ex a sofocar una guerra civil. Y en alguna batalla, como la de Laneus, volvió a recuperar el toque valquirio sobrevolando el campo de batalla a lomos de su caballo para decantar la victoria por los suyos, cual San Jorge en la batalla de Alcoraz (Huesca) de 1096, cuando el santo acudió en ayuda de los cristianos frente a las huestes musulmanas volando en su caballo desde Tierra Santa. De regreso a casa, nuestra valquiria mortal se dio cuenta de que su segundo marido, aun siendo conde, era poco hombre para ella y que sería mejor gobernar sin él. Casualidades de la vida, su amado esposo falleció tras sufrir un terrible “accidente” y Lagertha gobernó en solitario. Y en este punto de la historia... ya nada más se sabe de ella.
Lo que podemos deducir de todos estos datos es que, si bien hubo mujeres que lucharon en la era vikinga, fueron algo extraordinario ya que se describen como casos puntales y haciendo frente a situaciones excepcionales. Y aunque estas mujeres no participasen de forma activa o habitual en las incursiones y expediciones vikingas junto a los hombres, no quiere decir que no supiesen luchar y que, llegado el momento, lo hiciesen como cualquier hombre. Recordemos que las mujeres pasaban largos periodos solas en las granjas, acompañadas de niños, ancianos, esclavos y podían sufrir ataques tanto de pueblos extranjeros como de otros pueblos nórdicos.
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