Así, a bote pronto y a grandes rasgos, podemos definir las Guerras Médicas como una serie de conflictos entre el Imperio aqueménida de Persia y las ciudades-estado del mundo helénico que comenzaron en 499 a.C. y se extendieron hasta 449 a.C. Vamos, los enfrentamientos entre griegos y persas que nos enseñaron en el cole y que se originaron con la revuelta en 500 a.C. de las polis jonias ocupadas por los persas. Situados en el mapa y en el tiempo, vamos con nuestra prota.
Liz Taylor es a Cleopatra, lo que Lena Hadley es a Gorgo. Lo que vienen siendo las versiones que, gracias al cine, el imaginario popular tiene de estas dos grandes mujeres de la Antigüedad. Gorgo de Esparta, la esposa de Leónidas, además de ser (la única) protagonista de la película 300 (2007), homónima del cómic de Frank Miller, y con un papelito secundario en la secuela 300: El origen de un imperio (2014), es una de las pocas mujeres mencionadas por Heródoto en su obra Los nueve libros de la historia. Y no solo para decir que fue hija, esposa y madre de reyes de Esparta, sino con una historia propia, hecho harto difícil por la escasa presencia de las mujeres griegas en la historia (obviando la mitología) escrita por los hombres de los períodos clásico o helenístico (lógicamente, en este ausencia de mujeres no incluimos el campo de la mitología). Ya decía Pericles que “la mayor gloria de una mujer es que se hable poco de ella, ya sea para bien o para mal”. Pues algo tendría Gorgo cuando rompió estos cánones.
Para situarnos, no hay que ser un lince para darse cuenta de que Esparta, situada en la región llamada Laconia, al sur de la península del Peloponeso, era una polis diferente, sería suficiente con fijarnos en dos adjetivos: espartano (austero, disciplinado o sobrio) y lacónico (breve, conciso o parco). Eso para empezar, y, además, las muchachas espartanas eran educadas y “entrenadas” para ser madres de guerreros sanos y robustos. Aunque no tenían derechos políticos, la casi inexistencia de la vida familiar y no tener que ocuparse de sus maridos y, apenas, de sus hijos, les permitía gozar de amplia libertad en comparación con las mujeres del resto de polis.
Su principal tarea era la procreación. Es más, el privilegio de inscribir su nombre en la tumba solo se concedía a los hombres caídos en combate y a las mujeres fallecidas durante el parto. Se cuenta que una ateniense le preguntó a Gorgo:
¿Por qué vosotras, espartanas, sois las únicas que gobernáis a vuestros hombres?
Y la reina le contestó:
Porque somos las únicas que parimos verdaderos hombres.
Lógicamente, esta anécdota evidencia que Gorgo viajó a Atenas, porque es inconcebible que una mujer ateniense viajase a Esparta. Y aunque al igual que el resto de las mujeres griegas no formaban parte de los órganos de gobierno, la opinión de las espartanas era tenida en cuenta entre los hombres. De hecho, Gorgo aconsejaba a su padre, el rey Cleómenes, en ciertos temas de gobierno —un sacrilegio que no se habría permitido en cualquier otra ciudad-estado griega—, hasta el punto de que su primera aparición pública (en la obra de Heródoto con nueve años) es junto a su padre cuando reciben al enviado de las polis jonias para pedirles que se sumen al levantamiento contra los persas. No seré yo el que diga que su padre rechazó la oferta por consejo de la niña, pero solo el hecho de que esté allí presente y de que incluso, según Heródoto, intervenga y le diga a su padre que no se fie, da que pensar. También Leónidas la hacía partícipe de su toma de decisiones. Cuando el rey partió con los 300 al paso de las Termópilas en 480 a.C., ambos sabían que ya no volverían a verse, por lo que Gorgo le pidió instrucciones:
Cásate con un buen hombre y ten hijos.
Leónidas se refería a más hijos, porque ambos tuvieron a Plistarco que, tras la regencia de su primo Pausanias hasta alcanzar la mayoría de edad, heredaría el trono de su padre. No sabemos si Gorgo le hizo caso a su marido porque ya no volvió a dar señales de vida esta mujer inteligente, querida entre los suyos y que se manejó y, sobre todo, destacó en un mundo de hombres.
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