En la España de comienzos del siglo XX los medios sanitarios no eran muy boyantes y menos en las áreas rurales. Sin embargo, se las ingeniaban para suplir esas carencias con recursos que pudieran obtener fácilmente y que ya habían sido utilizados por sus antepasados. Uno de ellos eran las telarañas. Y es que si algo se aprovechaba de estas telas de araña era su efecto antihemorrágico, pues era capaz de detener sangrados no demasiado graves y curarlos siempre y cuando no hubiera infección. El secreto está en que la seda de la telaraña está recubierta con hongos que contienen antibióticos y construyen una red rica en proteínas.
De esta manera, se han recogido testimonios de numerosos puntos de la geografía española en las que sus habitantes recordaban haber utilizado dichos apósitos arácnidos como remedio medicinal. Entre los carpinteros de Valencia eran conocidas las propiedades de las telarañas para atajar una hemorragia por corte con herramienta de trabajo. Inmediatamente después de haber sufrido el daño, se buscaba una telaraña -que en los talleres abundan-, y se enrollaba alrededor de la herida.
Pero el uso médico de las telarañas es antiguo, especialmente por sus propiedades hemostáticas, conocidas desde la Antigüedad. Plinio, en su Historia Natural, ya describió las propiedades homeostáticas de esta fibra. Por su parte, el médico y farmacólogo griego Dioscórides, escribía en el siglo I…
La tela de la araña, aplicada sobre una herida, detiene la sangre y mantiene sin inflamación las heridas superficiales
Incluso, en el Satiricón de Petronio encontramos mención al empleo de telas de araña con fines terapéuticos:
Gitón, más cariñoso que yo, restañó la herida que se había hecho en la frente, primero con telas de araña untadas en aceite…
Hay datos que hacen pensar que esta práctica se mantuvo con el tiempo, porque en la batalla de Crecy (1346), una de las batallas más importantes y decisivas de la guerra de los Cien Años –que, por cierto, duró 116 años, desde 1337 hasta 1453-, los soldados mallorquines al servicio del rey francés Felipe VI llevaban en su botiquín unas cajitas repletas de telarañas para taponar posibles heridas. Aunque esta costumbre se ha abandonado entre los humanos parece ser que todavía se usa para curar a los animales.
Además de la propiedad antihemorrágica científicamente probada, las buenas gentes le atribuían algunas más, como el tratamiento de quemaduras y contusiones, la eliminación de verrugas, como antipirético e, incluso, como remedio calmante del dolor de garganta. Pero eso es ya otra historia…
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