Dentro de poco tiempo ya no se escuchará en ningún restaurante del mundo aquello de “camarero, ¡hay una mosca en mi sopa!”, porque seguramente la mosca será uno de los ingredientes del plato que el indignado comensal ha pedido. Según un informe reciente de la Organización de las Naciones Unidad para la Alimentación y la Agricultura (FAO), comer insectos puede ser una posible solución al hambre en el mundo. Son una fuente de alimento muy nutritivo y saludable con alto contenido en grasas, proteínas, vitaminas y minerales, y su producción es muy barata. Se estima que, a fecha de hoy, forman parte de la dieta tradicional de al menos 2.000 millones de personas en el mundo. Se comen más de 1.900 especies, principalmente en África y Asia, y los más consumidos son: los escarabajos, orugas, hormigas, saltamontes, langostas, grillos, cigarras... y sí, también las moscas. Desde el 1 de enero de 2018 ya se pueden adquirir insectos en España para consumo humano de forma legal. Y como estáis sospechando, la respuesta a la pregunta de si comían en la Antigüedad es afirmativa.
El filósofo Aristóteles recomendaba el consumo de cigarras:
Saben mejor en su estado larvario justo antes de la última transformación.
Entre los adultos, son mejor los machos y después las hembras que acaban de copular.
En Naturalis Historia, Plinio el Viejo nos cuenta que a los aristócratas de Roma les encantaba comer larvas de escarabajo maceradas en harina y vino. El mismo Plinio nos proporciona un recetario de insectos para tratar diversas afecciones: cigarras para problemas de vejiga, cucarachas para la otitis, langosta para la cistitis femenina, tela de araña a modo de venda... Y para rematar, acudiré al Antiguo Testamento, en el Levítico, para encontrar esta cita:
[…] deberán considerar inmundos a todos los insectos con alas que andan sobre cuatro patas. Pero podrán comer, entre los animales de esta clase, todos aquellos que tienen más largas las patas de atrás, y por eso pueden saltar sobre el suelo, o sea, todas las variedades de langostas, saltamontes y grillos.
Y si esto se lo dijo Dios a Moisés, no seré yo el que diga que no a un arroz con grillos, hormigas estofadas, escorpión rebozado o ensalada de gusanos.
Lógicamente, muchos estaréis pensando que os parece muy bien que lo recomienden Aristóteles, Plinio o la vecina del 5º, pero que nunca vais a comer insectos conscientemente. Y digo conscientemente porque inconscientemente lo hacemos frecuentemente, ya que es casi imposible hacerlos desaparecer de las frutas, verduras, hortalizas y harinas que compramos, y cuanto más ecológica y libre de productos químicos es la práctica agrícola, más habitual será encontrar pulgones, larvas y demás bichos en las productos que consumimos. De hecho, según datos de la FDA (Food and Drug Administration) de los Estados Unidos, se calcula que consumimos, sin darnos cuenta, entre 453 y 907 gramos de insectos al año. Y tranquilos, no debe preocuparnos esta cantidad de insectos que comemos sin saberlo. Bueno, algunos sí deberían hacerlo: aquellos fanáticos de la nutrición que llevan una estricta y milimétrica dieta, que pesan hasta el aire que respiran, porque no contaban con esta proteína extra.
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