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¿Y si hubiese pasado así? ¿Y si hubiese pasado así?

¿Y si hubiese pasado así?

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Javier Silvestre

Alberto Casero estaba en su piso alquilado de Madrid, muy próximo a la sede del PP en la calle de Génova. Entre retortijón y retortijón, se levantaba para sentarse delante del portátil porque tenía que votar con antelación los diferentes puntos del pleno del jueves. La fiebre y el sudor no le permitían pensar con claridad y donde tenía que poner “no”, puso “sí”. Y donde debía apretar “sí”, apretó “no”. En un momento de mínima lucidez se dió cuenta de que no había copiado bien el orden de las votaciones y que, ¡oh, horror!, había votado a favor de la reforma laboral del Gobierno. 

Sacó el Iphone que le prestan a cada diputado durante la legislatura y llamó a su secretaria. La había cagado pero bien. Seis minutos más tarde, su móvil se iluminaba y la orden no podía desobedecerse: “¡Ven aquí ahora mismo, aunque sea con pañales!”

Casero cogió un taxi, llegó en siete minutos al Congreso. Entró corriendo al edificio y tras recuperar sus pertenencias de la máquina de rayos X echó a correr hacia el hemiciclo. Se maldijo por no haber hecho deporte durante años y sustituirlo por las opulentas comidas y cenas que venían con el cargo. 

Sonaba el timbre del Congreso indicando que la votación estaba a punto de comenzar y que los ujieres iban a cerrar las puertas. Llegó por los pelos, sudando, pálido, asfixiado por la dichosa mascarilla que estaba impregnada en sudor. Se coló, metiendo tripa, justo en el momento en que se cerraba la gran puerta de madera. La presidenta de la mesa, Mertixell Batet giró la cabeza y al ver que había llegado a tiempo no pudo evitar dar un respingo en su butaca. Miró al presidente y sin palabras le indicó que todo estaba perdido.

“Queda rechazada la propuesta…”, decía mientras los diputados de Vox y del PP se abrazaban. Estupor en el resto del hemiciclo. ¿Qué demonios ha pasado? Sánchez agarró a Nadia Calviño, que no entendía nada y le pidió calma con la mirada. A Yolanda Díaz le tocó en el hombro, intentando consolarla pero sabiendo que acababa de darle el golpe final.

Todos sabían que los diputados de UPN iban a saltarse lo pactado porque llevaban toda la mañana pregonándolo por todo el Congreso. El Sálvame de la democracia había dado sus frutos y Sánchez sabía que la reforma laboral no salía adelante. Lo que no contaba era con la torpeza del diputado Casero. Menos mal que al final, pese a la cara de extrañeza de Batet, había conseguido votar de forma presencial y tumbar la dichosa reforma laboral.

La jugada le había salido mejor de lo previsto. El presidente abandonó su escaño y antes de subir al coche oficial repitió lo que su ministro de la Presidencia le había dicho que dijese: “Es un día triste para los trabajadores y trabajadoras de este país, pero aún lo es más para la Democracia que ha sufrido un revés que debemos impedir en un futuro.” Lanzaba un claro mensaje. El PP había “conspirado” para reducir los derechos de los trabajadores “comprando” la voluntad de dos diputados díscolos de Navarra. Esa sería la consigna para volver a demostrar que los populares son unos auténticos “antidemócratas que no respetan la voluntad del pueblo” tal y como había quedado patente. Si Casero no hubiese llegado a tiempo, la historia habría sido bien diferente. 

En el fondo, poco le importaba al presidente que hoy no se aprobase la normativa. Ya saldría más adelante. Las negociaciones habían erosionado a Yolanda Díaz, que estaba más fuera de Podemos que dentro. Con lo que el PSOE se consolidaba como la gran opción de izquierdas en las elecciones del 2023. De rebote, contentaba a sus socios independentistas de Gobierno que no querían ver aprobada la normativa ni por asomo. Y, de rebote, le permitía poner en marcha una campaña para denunciar “las malas artes del PP” para conseguir tumbar la reforma recurriendo a un nuevo tamayazo. Sánchez sonreía mientras su coche oficial avanzaba por la M-30 hacia la Moncloa. Intuía que el fin de semana sería movidito: manifestaciones en las sedes del PP, todos los ministros a una hablando de “golpe a la Democracia” y hundimiento de una ministra que estaba brillando más de la cuenta. La jugada había salido a la perfección pero de chiripa. Porque todo habría sido muy diferente si el diputado del PP se hubiera equivocado y la reforma laboral se hubiera aprobado finalmente. Menos mal que Casero arreglar su error…

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