Ya queda menos para que el nuevo hospital de Teruel abra sus puertas. Ya se han licitado las obras de urbanización de los accesos desde la carrera de Alcañiz y se ha aumentado el presupuesto en 6 millones de euros para dotarlo de más de una cincuentena de habitaciones individuales y del búnker para la radioterapia. Este nuevo centro contará con cuatro boxes más de urgencias de los que existen ahora en el Obispo Polanco, así como de dos quirófanos extra en funcionamiento. Todo estupendo hasta que uno se pregunta con qué profesionales contará dicho centro.
Ahí es cuando no hay respuesta todavía. Ahora hay 152 especialistas en el Polanco (que serán trasladados mayoritariamente al nuevo hospital) y se calcula que se necesitarán un 20% más para nutrir de médicos al nuevo centro. Es decir, unos 30 facultativos que nadie sabe de dónde van a salir. Es más, choca ver en la misma semana noticias donde se informa de la licitación de las obras y, poco después, de cómo Teruel se va a quedar sin otorrinos en cuestión de meses.
Y es que los tres médicos con plaza en esta especialidad han pedido el traslado y ya tienen su plaza adjudicada en Calatayud y Huesca. Ahora toca tirar de imaginación para que no pase como en febrero de 2019, cuando Teruel se quedó sin otorrinos durante casi dos semanas porque todos pidieron el traslado.
Desde el Gobierno de Aragón prometen estudiar el tema con celeridad, pero por el momento todo son futuribles. Que si negociarán con los médicos que se van para que lo hagan escalonadamente, que si echarán mano de los especialistas de la privada, que si se les ofrecerá a los nuevos tres años de contrato ininterrumpido, que si se aprobará un extra en su nómina para incentivar a los médicos más jóvenes a solicitar el traslado a nuestra ciudad.
Al final, todo son parches para un mal endémico que no sólo afecta a la España vaciada sino a todo el país. Y es que faltan médicos. Desde las administraciones dicen estar en ello, pero poco veo a nuestros gobernantes preocupados por el tema. Prefieren otros lodazales que tocan mucho menos de cerca al ciudadano.
Si, tal y como dijo el actual consejero de Sanidad aragonés, el nuevo hospital abre sus puertas en 12 meses, nutrirlo de especialistas es una urgencia a abordar ya mismo.
La promesa de implantar el grado de Medicina en nuestra ciudad no es algo que pueda hacerse de un día para otro, con lo que no estará a tiempo para 2025. Así que tocará sacar la billetera y apostar por incentivar económicamente a jóvenes médicos para que marquen Teruel en la casilla de traslados. También habrá que abrir la mano con la homologación de títulos para que los facultativos formados en otros países puedan ejercer en el nuestro. Es el único torniquete que se le puede hacer a una sanidad que agoniza desde hace años. El tema es lo suficientemente grave (más aún en una población envejecida como la nuestra) como para que se tomen medidas urgentes ya mismo. Porque no llegamos a tiempo.
No quiero pensar mal y plantearme que en un futuro haya extraños retrasos en las obras que escondan un problema que ya está a la vista de todos: que no hay suficiente personal para trabajar en el nuevo hospital. La sanidad pública es el gran pilar sobre el que se asienta nuestro estado de bienestar. Y se desangra. En nuestro caso, no sólo por la falta de inversión, sino por el nulo atractivo que tiene para un facultativo venir a vivir a Teruel.
De nada sirve aprobar partidas millonarias para habitaciones individuales y búnkeres si nadie va a poder hacer uso. Tengan señores gobernantes como prioridad este asunto de difícil solución porque nos jugamos la vida en ello. Y de forma literal.