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'Toricogate' II 'Toricogate' II

'Toricogate' II

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Javier Silvestre

Imagínese que usted trabaja en una empresa de fundiciones en Zaragoza. Que un día llega su jefe secándose el sudor de la frente y le dice que le acaba de caer "un marrón". Al rato, llega una furgoneta con una caja de dimensiones no excesivamente grandes pero pesada como un muerto. Al abrir la tapa se da cuenta de que, efectivamente, el marrón es un cadáver amputado al que nadie le quiere hacer la autopsia. 

Las órdenes son claras: reparar el Torico antes de dos semanas, momento en que está previsto que empiecen las fiestas de la Vaquilla. Cuando sale al fin del shock inicial hace recuento de daños. Se da cuenta de que la figura de hierro que le ha llegado está seriamente mutilada. Pero lo peor del caso es que le faltan dos pezuñas. ¿Dónde diablos estarán esas dos patas que le faltan a la escultura? Pregunta a su jefe que sólo sabe encogerse de hombros y apremiarle para que resuelva el entuerto a tiempo. 

Aprovechando la hora del almuerzo, imagine que usted llama a un amigo con el que trabajó en otra empresa del sector, para contarle la batallita. Y le confiesa, para su sorpresa, que la suya es la tercera empresa a la que le intentan colar semejante trabajo de restauración. Que las otras empresas han dicho que es "literalmente imposible" llegar a tiempo. Así que el bocata de jamón y la cerveza se le atraganta antes de volver al trabajo.

Al regresar decide hablar con su jefe y plantearle que la gesta no es viable, con la esperanza de que se apiade de usted. Pero no hay suerte. Le dice que se ha comprometido con no se quién del Gobierno, o el Ayuntamiento o váyase usted a saber. Así que regresa a su mesa y va sacando de la caja, uno a uno, los elementos de la mutilada escultura. 

"Esto no se arregla en dos semanas", le dice su mente mientas intenta juntar las piezas como un puzzle para saber qué fichas faltan. La desolación se adueña de usted al ver que faltan partes básicas para unir el Torico a su base y que habría que hacer un nuevo forjado con el molde de las partes que han desaparecido. Así pasan las horas. Cae la noche en Zaragoza y se da cuenta de que se ha quedado solo en la nave industrial. Es hora de irse.

Pero, ¿qué hacemos con el Torico? ¿Quién se va encargar de guardarlo durante la noche? ¿No va a venir nadie de Patrimonio o algún responsable a llevárselo? Decide no pillarse los dedos y llamar a su jefe. Se queda atonito porque su respuesta es que lo deje allí, que "quién se va a querer llevar semejante cacharro" y que, además, "no vale un duro". 

Su asombro se transforma en vergüenza ajena. Mientas mira la mutilada escultura a medio recomponer sobre su mesa de trabajo no puede olvidarse de todo lo que ha visto en televisión durante la semana. Tener delante al Torico que había salido en todas las cadenas y dejarlo abandonado, en una nave industrial protegida con una destartalada alarma, le parece descabellado. Así que decide devolver con mimo la mutilada figura de nuevo en su caja y cerrar la tapa.

Al meterse en la cama, antes de apagar la luz, decide echar un último vistazo a la caja que guarda los restos del mayor símbolo de toda una ciudad. No ha podido dejarla atrás y ha preferido llevársela a casa a su cuenta y riesgo. Sólo faltaría que entrasen en la empresa y se llevasen al Torico. Al apagar la luz, usted se preguntaría en manos de quién estamos; quién estaría permitiendo que sea un peón del metal el que custodie el símbolo de Teruel; qué pensarían los turolenses si se enterasen de todo esto…

Esto promete.

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