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Orgullosos y orgullosas Orgullosos y orgullosas

Orgullosos y orgullosas

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Javier Silvestre

Hacía muchos años que no veía las procesiones de Semana Santa de Teruel capital. Entre la pandemia del covid y mis raíces alcañizanas, puede que haya pasado más de un lustro sin haber estado aquí durante estos días. Y tengo que decir que he notado un cambio significativo respecto al recuerdo que tenía en mi cabeza. 

Una de las cosas que más me ha llamado la atención es la poca gente que sale ahora en las procesiones. Es cierto que se ve a muchos chavales y adolescentes tocando el tambor de forma magistral. Que los toques de tambor y de corneta sobrepasan con creces a otras zonas que alardean de ser las mejores de España. Sin embargo, he notado cómo ha mermado la gente que opta por llevar los pasos; un rol mucho menos llamativo y, sin duda, sólo apto para espíritus sacrificados.

Me han contado que este año se ha notado mucho las bajas provocadas por la pandemia y que han dejado diezmadas a muchas cofradías. Algunas han tenido que buscar, a última hora, peaneros de urgencia entre amigos y familiares. Y en otros casos no han tenido más remedio que salir en procesión acoplando unas ruedas a la imagen religiosa por primera vez en la historia. 

Me ha gustado ver que muchas cofradías han optado por cubrir el rostro de los cofrades. También que las zapatillas de deporte han dejado paso al calzado negro. Me ha producido extrañeza ver leds sustituyendo a la calidez de las llamas de los cirios… cosas del siglo XXI. Y sigo echando de menos que las bandas de tambores, bombos y cornetas sigan el paso y guarden cierto orden en vez de caminar desacompasados y con algún jovencillo mascando chicle mientras presume de redoble. 

Sea como sea, si hay algo que me ha llamado la atención es el papel que las mujeres juegan en nuestra Semana Santa turolense. Sin hacer ruido, sin grandes proclamas, sin necesidad de cuotas… ellas hacen posible las procesiones de estos días. Atrás quedan aquellos tiempos en que las chicas se limitaban a custodiar los pasos, vestidas de negro y con mantilla. Ahora tocan el tambor, dirigen las cornetas, cargan con los pasos, hombro con hombro, junto a los hombres. 

Gracias a ellas, a las mujeres, hay actualmente Semana Santa. Y es una de las cosas que más me ha gustado de nuestras procesiones. Cómo la igualdad se ha instaurado progresivamente en nuestras celebraciones religiosas. Quizás debería ser un buen momento para que la Iglesia tomase nota. Porque sin ellas, sin las mujeres asumiendo un papel semejante al del hombre, quizás no haya un futuro para una institución que se desangra a cada año que pasa por la falta de vocación de muchos jóvenes. 

La mejor noticia es, sin duda, que cuando yo vuelva a ver la Semana Santa de Teruel en los años venideros, ya no me llamará la atención que las mujeres sean una parte muy numerosa de nuestra tradición. Que la igualdad sea normalidad. Que nadie se sorprenda porque ellas también lleven un paso. Ojalá que la soga y la vaga de la nuestra Vaquilla tome los mismos derroteros y que no nos sorprenda ver a un número indistinto de chicas llevar las riendas (literalmente). Porque, a pesar de algunos pequeños defectos de forma, sólo por esta igualdad natural y no impuesta por la clase politica entre hombres y mujeres, nuestra Semana Santa es para sentirnos orgullosos y orgullosas. Esto promete. 

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