El 24 de octubre escribía una columna muy personal que llevaba por título: 'Te veo en Liverpool, Raúl '. En ella contaba cómo a un amigo mío, al que sólo veo de año en año (cuando viajamos juntos a Eurovisión), le habían detectado un cáncer incurable y le daban poco tiempo de vida. Mi texto acababa con la esperanza de que los médicos se equivocasen y pudiese volver a discutir con él sobre qué países debían ganar el festival.
Recuerdo que le mandé una captura de mi columna por WhatsApp al día siguiente con miedo y con respeto por su reacción. Estaba aireando un tema especialmente doloroso para él, pero también para nosotros sus amigos. Tardó unas horas en contestarme. Me dijo: "Nos vemos en Liverpool. Ni palabra de gioblastomas, ni de audiencias." Y pensé: ojalá discutir acaloradamente un año más de cualquier trivialidad; ojalá bromear de lo que pudo ser y no ha sido.
Raúl ha cumplido su palabra. Yo también. En el fondo, hemos sido los dos los que hemos conseguido llegar al siguiente festival de Eurovisión de una pieza… al igual que el resto de amigos, que utilizamos este viaje como una excusa para vernos y viajar por Europa. Porque sí, Raúl quizás tenía más papeletas para fallar a su cita anual tras semejante panorama.
Pero, ¿qué seguridad teníamos el resto de que podíamos viajar a Liverpool? La vida se puede desmoronar en un abrir y cerrar de ojos. No hace falta que una maldita enfermedad te ponga una fecha de caducidad.
Así que aquí estamos, a 1.450 kilómetros de casa. Hablando de canciones, de puestas en escena, de haters de Twitter y de intrascendencias varias. También hemos tocado de refilón el tema de la salud y, tras constatar que la esperanza es lo último que se pierde y que la medicina obra milagros, hemos dedicado parte de nuestro tiempo a decirnos cuánto nos queremos todos.
En estos 365 días, la vida nos ha abofeteado de formas diversas a cada uno de nosotros. También nos ha hecho regalos maravillosos… Uno de ellos, estar aquí ahora, sabiendo saborear el momento como si no fuera a repetirse. Porque, quizás no sea Raúl, sino cualquiera del resto de amigos, el que no repita en un momento dado.
Tengo la sensación de que no habrá muchas más eurovisiones como las que hemos vivido hasta ahora (la vida también son etapas que se cierran). Pero, no porque la fatalidad nos prive de juntarnos el año que viene, sino porque hemos aprendido que no hace falta ninguna excusa para vernos.
Esa es la magia de habernos reencontrado en Liverpool: constatar que la vida es un regalo y que las circunstancias pueden dar un giro de 180 grados, pero somos capaces de adaptarnos a cualquier adversidad.
Así que ya no hacen falta excusas, ni metas, ni horizontes. Tan sólo la decisión de que, cuando hoy nos despidamos en el aeropuerto, tan sólo te diga con total confianza y tranquilidad: "Hasta la próxima, Raúl."