Hoy es un día importante para el CD Teruel. Según a qué hora lea usted esta columna, el equipo rojillo habrá logrado el ascenso de categoría o tendrá que esperar hasta la semana que viene para conseguirlo (o la otra si todo se tuerce de forma dramática). Sea como sea, el equipo de la ciudad ha hecho una temporada redonda y nadie puede quitarle mérito al club dirigido por Víctor Bravo.
En mi casa nunca hemos sido demasiado seguidores del fútbol. De pequeño fui del Real Madrid por aquello de la imitación de los compañeros del colegio. En mi época de rebeldía me pasé al Barça. Cuando la ponzoña nacionalista embruteció incluso el deporte rey decidí hacerme del Villarreal para acabar siendo del Huesca cuado nuestros hermanos llegaron a primera división. Vamos, que como pueden ver, a mí el fútbol ni me va ni me viene demasiado.
Sin embargo, entiendo las pasiones que despierta en millones de personas que construyen un sentimiento de pertenencia gracias al club de sus amores y que canalizan ilusiones o frustraciones durante 90 minutos semanales. También considero que la labor de un club de fútbol en una ciudad como Teruel es más que necesaria en muchos aspectos.
Ahora que las cosas van bien el CD Teruel tiene mil socios (que se dice pronto) y, quizás lo más interesante, cuenta con dos escuelas para chavales que aglutinan casi medio millar de chicos y chicas que disfrutan jugando al fútbol. El club lo pagamos entre todos: los socios con sus cuotas, los que van a ver partidos comprando sus entradas, los patrocinadores y los ciudadanos a través de las subvenciones de las diferentes Administraciones.
Lo que no acabo de entender muy bien es por qué los jugadores del CD Teruel no viven en Teruel. La mayoría de ellos viven y entrenan entre semana en Zaragoza. Tendrá una explicación muy lógica tipo “si queremos buenos jugadores no les podemos obligar a venir a vivir aquí” o cosas por el estilo. Pero no deja de sorprenderme que algo que pagamos todos se prefabrique fuera. Si lo importante es el resultado de la competición (a la vista está teniendo en cuenta la gran temporada hecha por los jugadores), nada que decir. Pero si el CD Teruel es “más que un club”, quizás habría que replantearse un aspecto tan importante como que el club entrene en la ciudad de la que lleva el nombre.
Para los puristas del fútbol, mi comparación sonará desacertada, pero ¿acaso los jugadores del Club Voleibol Teruel -incluso siendo algunos de ellos extranjeros- no viven en nuestra ciudad? Y, hasta donde yo sé, no les va nada mal en cuanto a resultados se refiere.
Quizás por eso haya una gran afición por este deporte más minoritario en Teruel. Porque, simplemente, lo sientes más tuyo. Porque te encuentras a esos chavales de dos metros comprando el pan o pegándose un baile en un pub el día después de un partido. La proximidad hace que el apego sea mayor. Sin embargo, si el CD Teruel entrena en Zaragoza de lunes a viernes y sus jugadores sólo pisan nuestra ciudad cada 15 días, nos guste o no, la cosa cambia.
Porque el contacto con la afición se reduce notablemente. Además, los chavales que entrenan para convertirse en futuros futbolistas se pierden referentes cercanos de los que podrían aprender grandes valores. Y, por qué no decirlo, son una treintena de personas viviendo y gastando en Teruel (que tal y como vamos de natalidad y decrecimiento demográfico no nos vendría mal).
¿Qué pesa más…? ¿Los resultados deportivos macerados a distancia o que un club de fútbol -financiado también con dinero público- sea una aportación palpable al día a día de Teruel? Es una reflexión que viene bien que hagamos precisamente en el momento en el que mejor le van las cosas a nuestro equipo, porque es ahora cuando más apoyo encontrarán si deciden hacer un viraje hacia la ciudad que les da su nombre.