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El Óvalo Maserati El Óvalo Maserati

El Óvalo Maserati

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Javier Silvestre

Imagine que se compra un coche nuevo. Un Maserati. Le cuesta 60.000 euros (por poner una cifra) y sus amigos se deshacen en elogios y no paran de sacarse fotos con su flamante auto de diseño. Sin embargo, al poco de estrenarlo, se da cuenta de que tiene que reformarlo por dentro porque era un biplaza y usted tiene una familia con hijos. 6.500 euros le cuesta la broma.

Para colmo, cada vez que saca el coche, nota como se oxida la pintura, va sumando arañazos de desalmados que aparcan de oído y sufre algún rayón vandálico en las noches de verano. Presupuesto para el mantenimiento del dichoso automóvil: otros 6.500 euros al año. ¡Cómo disfruta de su coche pero qué caro le está saliendo!

Pues algo semejante nos pasa con el paseo del Óvalo en Teruel. Una obra que arrancó con un presupuesto de 8,2 millones de euros y que, quedaba muy bien en las fotos, pero que tuvo que adaptarse a la realidad del día a día. Primero, 600.000 euros para adaptar el acceso mediante la Glorieta a los coches en un sólo sentido. Tres años después, otro medio millón de euros para devolver al paseo el doble carril eliminado con anterioridad.

Con un Óvalo de premio uno no puede permitirse el lujo de tener contenedores por doquier. Así que soterrarlos, otros 73.000 eurillos de nada. Y ahora llega el momento de la verdad, cuando toca asumir que ese gran diseño de arquitectura tipo se-mira-pero-no-se-toca necesita otro pastizal para su mantenimiento. Así que el Ayuntamiento ha aprobado otra partida de 800.000 euros para arreglar adoquines, luces rotas y demás chapuzas propias del desgaste. En total, mil actuaciones puntuales en un año. ¡Mil!

No negaré que el Óvalo es de mis sitios preferidos para tomar algo en las tardes de otoño y primavera. Que la vidilla que le dio la reforma es del todo incuestionable. ¿Pero hacía falta comprarse un Maserati pudiendo tener un Seat? Nos pasa constantemente (aquí y en media España). Adjudicamos obras que son visualmente maravillosas pero económicamente insostenibles. No hace falta que hable de la plaza del Torico, sus luces en el suelo, sus leds parpadeantes en las cornisas y sus aceras-trampa-disloca-tobillos.

Hay que ser valientes. Y si los adoquines se hunden por el tráfico rodado se debe tomar una decisión: o se quita el adoquín o se quita el tráfico. Esta situación, que ocurría hasta hace bien poco en el centro de Madrid, se solucionó con una idea que los quéjome-de-todo criticaron duramente: pavimentar y darle relieve simulando un adoquinado. Mucho escándalo en redes, pero mucho ahorro para el bolsillo.

Aquí deberíamos de hacer igual. Dejemos de jugar a ser el referente del urbanismo internacional y dediquemos los recursos a que no se nos vengan abajo edificios por las filtraciones de las lluvias. Pensemos en un centro estéticamente agradable que no suponga tener que restaurarlo cada tres años. Y es que viendo la tendencia histórica de todos los partidos en el consistorio… miedo me da la futura reforma de la plaza de la Marquesa. Asfalten e imiten el adoquín. Pongan árboles, por Dios, ni que sea en maceteros móviles. Huyan de la vanguardia porque luego tenemos aberraciones como la plaza del antiguo mercado que debería tener un premio internacional al mal gusto y a la expulsión del viandante.

Encontrar un equilibrio entre un urbanismo que integre al ciudadano y que no nos arruine en su mantenimiento es factible. Pero claro, siempre es mejor presumir de Maserati si el que tiene que pagar la chapa y pintura es el vecino.

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