Ascensión Guimerá, en la plaza de Mirambel. Mª Carmen Soler
Ascensión Guimerá Royo, vecina de Mirambel: “Las agustinas me dieron clase, pero sólo entrábamos al aula, el convento lo vimos tras su marcha”
“Las monjas eran unas vecinas más y no participaban en la vida cotidiana, pero dejaron un gran vacío al marchar”
Ascensión Guimerá Royo tiene 67 años y ha sido vecina de las monjas de clausura de Mirambel toda su infancia y adolescencia, puesto que las religiosas se fueron en la década de los 80, cuando ella ya tenía 20 años de edad. Guarda un gran recuerdo de ellas y también un gran número de manualidades que ahora se exponen en el marco de las jornadas sobre conventos organizadas por la Comarca del Maestrazgo.
-¿Cuántos años tenía cuando fue a clase con las monjas?
-Desde muy pequeña, tendría tres años y fui hasta los seis años.
-¿Tiene recuerdos de esos años?
-Muchos, cuando hacíamos el mes de María, las fiestas de Santa Catalina, que nos hacían chocolate, me acuerdo mucho de sus costumbres y de sus cosas.
-¿Eran monjas de clausura, pero estaban a diario con ellas?
-Sólo con dos de ellas, porque allí cada una tenía sus quehaceres y había dos que se dedicaban a la escuela. Nos abrían la puerta y salían a una aula que tenían con mucho sol y muy espaciosa y allí nos enseñaban. Al resto de las monjas no las veíamos. Estaba la monja que daba a los mayores, que era más joven, Sor Carmen, y la otra, que estaba más con los párvulos, sor Agustina.
-¿Le enseñaron a leer?
-A leer, a escribir, a hacer cuentas… Yo cuando salí de ellas ya tenía una noción de todo. Sólo tenía seis años pero como estábamos mucho nos iniciaban en lo que era el aprendizaje.
-¿Cuántas niñas iban a clase?
-íbamos chicas y chicos, no sé cuántos pero bastantes, éramos muchos chicos en el pueblo. Tengo buenísimos recuerdos.
-¿Aparte de darles clase, tenían más relación?
-Era una relación muy familiar, cuando comulgábamos íbamos a que nos vieran vestidos de comunión, ellas siempre tenían un detalle para que nos acordásemos, a mi hermana y a mí nos dieron un gatito de fieltro, además es que trabajan tan bien, eran habilidosas para todo. Recuerdo que les llevaban trajes estropeados, con quemazos y, después de pasar pos sus manos, ni se notaban. Hacían labores en fieltro, cartón y paja, a cada una se le daría mejor una cosa que otra, salía de allí todo bien hecho.
-¿Aprendió manualidades?
-No, manualidades no, nos enseñaron a coser, a bordar.
-¿Le sirvió ese aprendizaje?
-Sí, me hice el ajuar, además es que me gusta mucho coser, antes cojo una aguja que un libro, que leer también me gusta mucho, pero sin querer me lío antes a coger una aguja.
-Ha estado al frente de Fonda Guimerá durante décadas. ¿A cocinar le enseñaron también las monjas?
-No, mi madre y mi abuela, que a academias tampoco fui.
-¿Cómo era ese mes de mayo que celebraban con las monjas?
-Hacíamos el mes de mayo en la clase, cantábamos las canciones que nos enseñaban. No nos insistían en rezar, al entrar rezábamos, pero tampoco más que en las escuelas nacionales. Ellas tenían sus horas de rezo, pero no nos obligaban a nosotros, así como en otros colegios dicen que obligaban.
-¿Las celebraciones eran en el aula o entraban al convento?
-No, por dentro nunca recorríamos el convento, yo no lo vi hasta que se marcharon ellas y nos lo enseñó la persona que tenía la llave. Allí sólo entraba la gente que tenía voluntad de ayudarles, el que les labraba el huerto, el que les mataba el cerdo, siempre entraban los hombres. Por ejemplo mi madre jamás había entrado en el convento. Ella pilló la época en la que no tenían autorización para dar clase a los niños, así que no entró nunca.
-¿Cómo vivir frente a un convento de clausura?
-Oías cuando tocaban la campaña y sus rezos, pero no molestaban para nada. Eran unas vecinas más, aunque no participaban en la vida cotidiana. Cuando tenían que salir al médico, que sólo salían para eso, siempre iban dos. El coche correo las dejaba en el Pairón, nunca iban a la parada. Tenían una mujer que les hacía los mandados, iba a la compra, les tiraba la correspondencia.
-¿Las echaron de menos cuando se fueron?
-Fue un vacío muy grande para toda la gente del pueblo, los ruidos que hacían eran como una rutina. Fue un vacío.
-¿Qué le parecen los usos que ahora tiene el Convento de las Agustinas?
-Me parece perfecto, si no hubiera habido unas personas que insistieron mucho para que hicieran la cesión, se hubiera caído, a los que estaban en el ayuntamiento les costó muchísimo, Ricardo Monforte, que era el alcalde, con otros compañeros insistió mucho en que esto no se cayese, que como fuera se restaurara.
-¿Genera muchas visitas el monumento?
-Sí, y mucha compañía, si no hubiera habido quien insistió tanto no lo tendríamos así, sería una ruina. Hubo intentos de compra, pero ni vendían ni cedían.
-Muchos de los materiales que se exponen ahora en el convento son suyos. ¿Por qué conserva tantos?
-Tanto en casa de mis padres como de mis suegros había mucha relación con ellas, mi cuñado era sacerdote y hemos sido familias muy guardadores de todo. En Mirambel habrá pocas casas que no tengan cosas hechas por las monjas, aunque algunas lo habrán conservado más que otras.
-¿Cuántos años tenía cuando fue a clase con las monjas?
-Desde muy pequeña, tendría tres años y fui hasta los seis años.
-¿Tiene recuerdos de esos años?
-Muchos, cuando hacíamos el mes de María, las fiestas de Santa Catalina, que nos hacían chocolate, me acuerdo mucho de sus costumbres y de sus cosas.
-¿Eran monjas de clausura, pero estaban a diario con ellas?
-Sólo con dos de ellas, porque allí cada una tenía sus quehaceres y había dos que se dedicaban a la escuela. Nos abrían la puerta y salían a una aula que tenían con mucho sol y muy espaciosa y allí nos enseñaban. Al resto de las monjas no las veíamos. Estaba la monja que daba a los mayores, que era más joven, Sor Carmen, y la otra, que estaba más con los párvulos, sor Agustina.
-¿Le enseñaron a leer?
-A leer, a escribir, a hacer cuentas… Yo cuando salí de ellas ya tenía una noción de todo. Sólo tenía seis años pero como estábamos mucho nos iniciaban en lo que era el aprendizaje.
-¿Cuántas niñas iban a clase?
-íbamos chicas y chicos, no sé cuántos pero bastantes, éramos muchos chicos en el pueblo. Tengo buenísimos recuerdos.
-¿Aparte de darles clase, tenían más relación?
-Era una relación muy familiar, cuando comulgábamos íbamos a que nos vieran vestidos de comunión, ellas siempre tenían un detalle para que nos acordásemos, a mi hermana y a mí nos dieron un gatito de fieltro, además es que trabajan tan bien, eran habilidosas para todo. Recuerdo que les llevaban trajes estropeados, con quemazos y, después de pasar pos sus manos, ni se notaban. Hacían labores en fieltro, cartón y paja, a cada una se le daría mejor una cosa que otra, salía de allí todo bien hecho.
-¿Aprendió manualidades?
-No, manualidades no, nos enseñaron a coser, a bordar.
-¿Le sirvió ese aprendizaje?
-Sí, me hice el ajuar, además es que me gusta mucho coser, antes cojo una aguja que un libro, que leer también me gusta mucho, pero sin querer me lío antes a coger una aguja.
-Ha estado al frente de Fonda Guimerá durante décadas. ¿A cocinar le enseñaron también las monjas?
-No, mi madre y mi abuela, que a academias tampoco fui.
-¿Cómo era ese mes de mayo que celebraban con las monjas?
-Hacíamos el mes de mayo en la clase, cantábamos las canciones que nos enseñaban. No nos insistían en rezar, al entrar rezábamos, pero tampoco más que en las escuelas nacionales. Ellas tenían sus horas de rezo, pero no nos obligaban a nosotros, así como en otros colegios dicen que obligaban.
-¿Las celebraciones eran en el aula o entraban al convento?
-No, por dentro nunca recorríamos el convento, yo no lo vi hasta que se marcharon ellas y nos lo enseñó la persona que tenía la llave. Allí sólo entraba la gente que tenía voluntad de ayudarles, el que les labraba el huerto, el que les mataba el cerdo, siempre entraban los hombres. Por ejemplo mi madre jamás había entrado en el convento. Ella pilló la época en la que no tenían autorización para dar clase a los niños, así que no entró nunca.
-¿Cómo vivir frente a un convento de clausura?
-Oías cuando tocaban la campaña y sus rezos, pero no molestaban para nada. Eran unas vecinas más, aunque no participaban en la vida cotidiana. Cuando tenían que salir al médico, que sólo salían para eso, siempre iban dos. El coche correo las dejaba en el Pairón, nunca iban a la parada. Tenían una mujer que les hacía los mandados, iba a la compra, les tiraba la correspondencia.
-¿Las echaron de menos cuando se fueron?
-Fue un vacío muy grande para toda la gente del pueblo, los ruidos que hacían eran como una rutina. Fue un vacío.
-¿Qué le parecen los usos que ahora tiene el Convento de las Agustinas?
-Me parece perfecto, si no hubiera habido unas personas que insistieron mucho para que hicieran la cesión, se hubiera caído, a los que estaban en el ayuntamiento les costó muchísimo, Ricardo Monforte, que era el alcalde, con otros compañeros insistió mucho en que esto no se cayese, que como fuera se restaurara.
-¿Genera muchas visitas el monumento?
-Sí, y mucha compañía, si no hubiera habido quien insistió tanto no lo tendríamos así, sería una ruina. Hubo intentos de compra, pero ni vendían ni cedían.
-Muchos de los materiales que se exponen ahora en el convento son suyos. ¿Por qué conserva tantos?
-Tanto en casa de mis padres como de mis suegros había mucha relación con ellas, mi cuñado era sacerdote y hemos sido familias muy guardadores de todo. En Mirambel habrá pocas casas que no tengan cosas hechas por las monjas, aunque algunas lo habrán conservado más que otras.
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