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Panadero Panadero
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Juan Corellano

Esta es la historia de un panadero. El mejor, según afirman sus antiguos clientes. Un panadero de pan, valga la redundancia, pues lo suyo no eran los sobaos pasiegos, las españoletas ni las magdalenas. Él hacía pan, y punto. El mejor pan, dicen aquellos clientes.

Aquellas barras podían adquirirse a través de un sencillo trueque. Como en todo intercambio, ya sea de golpes o económico, hay que recibir para dar y dar para recibir. En este caso, la gente daba dinero. Cincuenta céntimos por barra, para ahondar en la concreción. Se completaba así la sencilla transacción (monetaria, que no de golpes) que mueve nuestro mundo desde hace años y, por seguir yendo a lo concreto, la vida de este panadero por aquel entonces.

Había tales colas para comprar aquel pan que otras empresas empezaron a anunciarse en el establecimiento. Entre eso y las disparadas ventas, el panadero acabó ganando ‘un dinero’ (ya saben que este vuelve al singular cuando es acumulado de manera cuantiosa). Invirtió para mejorar su pan y, cuando ya no pudo hacerlo mejor, hizo más cantidad. Por si acaso.

Todo cambió, sin embargo, con la llegada de internet. Entonces, los anunciantes decidieron pasar a anunciarse en la página web de la panadería, pero pagando la mitad, luego la mitad de la mitad y así sucesivamente hasta convertirse en publicidad homeopática. Para colmo, los clientes que empezaron a comprar por internet se lo llevaban gratis. Así, sin más. El panadero dijo a todo que sí, no entendía aquellas cosas del internet. Él sabía de pan, y punto.

Tras la pérdida acuciante de ingresos, llegaron los recortes y el pan pasó de ser el mejor a uno decente, después uno del montón y, finalmente, un montón de pan. Un montón malísimo, por seguir concretando.

Los clientes asiduos entraron en cólera. Su pan, antaño el mejor, ahora era nefasto. Había quienes, enfervorecidos, cargaban contra el colectivo de panaderos al completo. La revuelta fue tal que un periodista local se acercó para conocer lo ocurrido. “Creo que mi negocio es el único en el que la gente se lleva el producto gratis. Pero lo peor no es que no paguen, es que encima se quejan de que el pan es malo”, le contaba desesperado. “Qué me vas a contar”, le respondió el periodista.

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