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Camellos Camellos
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Juan Corellano

El viernes pasado, la Policía encontró a ocho camellos que deambulaban por las calles de un barrio de Madrid. El chascarrillo quinqui se hacía solo, pues los rudimentos de iniciación a la comedia que hasta el más desaborido posee subrayaban en fosforito la polisémica confusión que une jorobas y jeringuillas.

Los camellos eran, en este caso y sin que sirva de precedente, animales de circo. De uno del que habían escapado. Iban acompañados de una llama solitaria. Resulta, según mis exhaustivas investigaciones, que llamas y camellos son prácticamente hermanos en lo biológico, incluso pueden cruzar sus genes y dar como resultado un animal conocido como ‘cama’. Tantos años durmiendo y me entero ahora, fíjate tú, atrevida es la ignorancia.

Más allá de mis ampliados conocimientos sobre camélidos y el resobado chiste de autoría comunal, me he resistido a pensar que este Jumanji a la madrileña haya llegado de manera casual. Así, me he pasado todo el fin de semana elucubrando las posibles razones que expliquen esta escapada a cuatro patas.

Quizás, pensé, sea esto un efecto secundario de las madrileñas dosis de libre albedrío recientemente proporcionadas por Isabel Díaz-Ayuso. A ver si se le ha ido la mano lo de la libertad y se ha convertido, sin querer, en la referencia del empoderamiento animal con esta fallida adaptación terrestre de Liberad a Willy. O puede que, me dije, sea esta una consecuencia de la lucha de Martínez Almedia contra Madrid Central, y, a fuerza de levantar restricciones, hay quien se ha venido arriba queriendo recorrer la Gran Vía a lomos de un camello.

Cabría la posibilidad de que, con tanto adelantar la Navidad, hemos hecho un lío a los Reyes Magos y se han plantado aquí en noviembre. Son tres pajes y tres reyes, sobran dos camellos, dirá algún listo. Respondo yo: han preparado dos de sobra para ver si al final vuelve desde Abu Dabi el rey que nos falta. Está todo pensado.

Entre todas estas teorías, cabe la posibilidad de que, simplemente, ocho camellos y una llama se escapasen de un circo. A lo mejor, todo se reduce a que debería salir más de casa. Me temo que ninguno de estos chepudos podría ofrecerme una droga más peligrosa que la resultante de mezclar aburrimiento con mi inabarcable estupidez.

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