‘Per-Forma’, cinco visiones complementarias sobre la identidad, lo bello y lo normativo
El ciclo Especies de Espacios inauguró ayer su cuarta propuesta artística en el espacio ArTesalaAlba Domínguez, Andrea Salas Díaz, M. Estévez, Manuel Cuellar y Sara Brezaeru protagonizan Per-Forma, la cuarta y penúltima exposición de las previstas este año en el ciclo Especies de Espacios que se está llevando a cabo durante este mes de febrero en el espacio ArTEsala del Edificio de Bellas Artes. A través de cinco obras muy diferentes entre sí se explora la relación entre la belleza subjetiva, la belleza normativa, la identidad de género o la auto-aceptación, así como la idealización de los cánones de belleza, la autopercepción o la presión social en la construcción de la propia identidad, con un discurso que cuestionan las normas sociales a este respecto, e invitan a preguntarse sobre su legitimidad o vigencia. Per-forma podrá visitarse hasta el próximo viernes, 23 de febrero.
Andrea Salas Díaz explora la mitología clásica y uno de los iconos recurrentes en sus herederas, la manzana, en Kallisti (para la más hermosa). Calisto fue una sacerdotisa de Artemisa objeto de deseo de Zeus. Este, para seducirla y hacer que Calisto rompiera su voto de castidad, cambió su género y se transformó en la misma Artemisa. Tras el nacimiento de Arcas producto de esa relación, la auténtica Artemisa, diosa de la caza, desterró a Calisto. Tras varias vicisitudes, Calisto acabó siendo la Osa Mayor de nuestro firmamento boreal, girando siempre en torno a Arcas, la Osa Menor. La manzana se relaciona con Calisto a través de la palabra que escribió Eris, diosa de la discordia, en la manzana de oro que lleva como regalo a la boda de Peleo. Calisto significa la más bella, y Hera, Atenea y Afrodita se pelean por ser merecedoras de la manzana. Zeus la pasa el marrón de tomar una decisión a París, a quien se le termina yendo de las manos el asunto con el resultado de la declaración de la guerra de Troya. Nada menos.
La manzana como objeto de discordia entronca con el icono del fruto prohibido del cristianismo, y Andrea Salas lo utiliza como representación de la belleza. Su instalación consta de tres manzanas esmaltadas e intervenidas como si fueran de oro; la primera de ellas es radiante y perfecta, responde a la idealización de una manzana representando por tanto la belleza ideal. La segunda presenta imperfecciones propias de una fruta, por lo que simboliza lo real, la vulnerabilidad, la fragilidad o la caducidad que encierra la belleza. La tercera de las manzanas está podrida y comida por los gusanos, evocando la decadencia y la corrupción de lo material, incluso habiendo sido bello.
Por su parte Alba Domínguez Jaca reflexiona acerca de la autopercepción con DresSer, que juega con la identidad y la ropa (dress). La autora presenta tres prendas de ropa intervenidas colgadas del techo. La primera es una camiseta infantil con diferentes dibujos y texto. Junto a ella se ve un corsé transparente colocado sobre una escultura que representa los órganos del cuerpo. En tercer lugar, una camisa correspondiente a la etapa adulta, con dibujos y textos tanto en el interior como en el exterior.
La instalación reflexiona sobre la autoestima desde tres enfoques diferentes; partiendo de la actitud pasiva propia de la infancia, en la que se acepta y se integra lo que de cada cual dicen los demás; y continuando por el dolor del despertar a la adolescencia -representado por los órganos vitales que son comprimidos por el corsé transparente; hasta la llegada a la edad adulta, en la que el individuo trata de tomar el control sobre sus propias decisiones y los juicios vinculantes sobre sí mismo, en un trabajo de aceptación que en realidad nunca termina, como se representa por los dibujos que pueden verse en el interior de la tercera de las prendas de vestir.
M. Estévez Mera presenta por su parte Fuera del binarismo, instalación formada por cuatro telas, una serie de textos y elementos que aluden a la identidad de género desde una perspectiva binaria -tacones, bigotes, corbatas, maquillaje...-, que adoptan la forma de la deconstrucción de una especie de camerino donde el individuo podría tomar una apariencia u otra, bien típicamente masculina, bien típicamente femenina.
La pieza de M. Estévez conforma una crítica social hacia la concepción binaria del género, “en la que desde temprana edad te inculcan a través de unos roles, determinadas formas de vestir, de actuar o de ser”, según firma M. Estévez. En su opinión, ese encasillamiento tiene como consecuencia la limitación de la persona, creando confusión sobre su propia identidad a quienes no entran dentro de esos presupuesto histórica y socialmente aceptados.
La obra no solo trata de “dar visibilidad a las personas no binarias que no encajamos en este sistema tan restrictivo, binario y lleno de prejuicios”, afirma M. Estévez, sino que además extiende su crítica incluso a las personas que se desarrollan dentro de este modelo, pero con su libertad coaccionada. Según la tesis de Estévez, el lenguaje, los roles sociales desde la infancia y los condicionantes impuestos interfieren en el libre desarrollo del niño, y propone romper las etiquetas y procurar un entorno saludable y libre de prejuicios para que el niño o la niña no vea condicionada su identidad de género, sea o no binaria.
También con un discurso crítico, aunque en otro sentido, se expresa Sara Brezaeru, que expone Disidencia. La pieza está formada por cuatro fotografías en las que pueden verse planos detalle de algunas partes del cuerpo humano. Lo característico de esas fotografías son las líneas que se marcan sobre la piel, a las que Brezaeru da el valor de rayas de prisión que simbolizan el confinamiento dentro de un cuerpo, obligado a cumplir con una serie de normativas estéticas de cuyo encaje depende el bienestar del individuo.
Desde una perspectiva simbólica, el color rosa suele estar relacionado con lo femenino, explorando las restricciones impuestas a través de normas de género específicas. Pero en este caso, el uso de un tono intenso, casi sanguíneo, resalta la fuerza y la urgencia de la declaración artística, llamando la atención del espectador hacia el mensaje crítico sobre las limitaciones y las prisiones sociales tanto estéticas como de género que se abordan en la obra.
El término Disidencia con la que Sara Brezaeru titula la obra hace referencia a la decisión de contravenir o resistir a las restricciones sociales que se imponen sobre los cuerpos no normativos, entendiendo por tales aquellos que no se ajustan a los cánones de belleza física, a los de identidad de género o cualesquiera otros.
Por último, Manuel Cuéllar presenta Nunu’s Collection, que consiste en una instalación formada por cuatro maniquíes que lucen cuatro vestidos diferentes, cada uno de los cuales simboliza diferentes aspectos de la identidad del autor.
El primero de ellos es un vestido clásico morado, inspirado en la indumentaria del siglo XIX, que habla del gusto por lo clásico, lo sencillo y lo no recargado. El segundo vestido, en color rosa y que recuerda al atuendo de una princesa de cuento, alude a la infancia del autor, que se recuerda a sí mismo jugando con muñecas con su hermana, y soñando con tener un vestido de princesa Disney de su propia talla.
El tercer vestido sugiere la estética de cabaret, negro con brillos, aunque con un corte más moderno. Se relaciona por la pasión por el baile de Cuéllar así como con el ocio y la fiesta. Por último, el cuarto vestido está creado con tela semitransparente, adornado con un collar y una rosa roja prendida. Inspirado en Robert Wun, cuyos vestidos se caracterizan por construir efectos como la lluvia o la sangre, Manuel Cuéllar ha recreado a través de la transparencia de la tela su propia personalidad, sensible y frágil, a lo que también alude el sangrado que representa la rosa, “que simboliza todos los actos que me han ocurrido o personas que me han hecho daño”, y al mismo tiempo al acto de florecer como metáfora de superar un estado anterior para entrar en el siguiente.
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