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Maestro entre nosotros

La revista Cabiria homenajea al cineasta José Miguel Iranzo, a punto de cumplirse cinco años de su muerte
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José Miguel Iranzo (Villarquemado 1957-Teruel, 2020) era un tipo tan sencillo, tan habitual verlo en una terraza de Teruel charlando con sus amigos o en un concierto cualquiera, grabando con una cámara digital, sin darse a conocer ni que apenas se advirtiera su presencia, que puede costar entender que fue un hombre clave en el cine contemporáneo de Teruel y de Aragón. Antonio Castellote, escritor, guionista, y uno de los colaboradores más estrechos de Iranzo, siempre ha pensado que si hubiera nacido lejos de Teruel, quizá en Madrid, en Barcelona o el País Vasco, hubiera tenido una carrera prolija en éxitos.

También es verdad que lejos del páramo turolense nunca hubiera ideado junto a Víctor Lope la preciosidad de Mayumea, obra clave en la transición a los 35 mm. en Aragón, y que relata de una forma insuperable un cuento mágico sobre el amor, el destino, la pobreza y la violencia contra la mujer. Ni se hubiera interesado por el Pastor de Andorra, ni por Labordeta; seguramente no hubiera hecho una delicatessen con el pintor Gonzalo Tena ni hubiera contado la historia de Teruel, una ciudad de frontera. Tampoco hubiera rodado Un tiempo en la maleta sobre el éxodo de 200 vecinos de su pueblo a Canadá, que además de un brillante documento grabado en Villarquemado y en Montreal, es sobre todo un homenaje mayúsculo a toda una generación de españoles que se lanzaron al vacío sin red en busca de un futuro mejor.

Castellote dijo con acierto, en un artículo que se publicó en la revista Turia del segundo cuatrimestre de 2022, que si Iranzo hubiera decidido irse al Polo Norte a rodar no hubiera recibido menos ayudas de las que obtuvo en Teruel a lo largo de su vida. “Tratar temas locales turolenses y rodar con medios locales era condenarse al desdén y la estrechez”, afirmó. Eso es cierto, pero si Iranzo hubiera nacido en Madrid, en Barcelona o en el Polo Norte, Teruel se hubiera perdido al gran cineasta.

El número 18 de la revista Cabiria, publicada por el Instituto de Estudios Turolenses y dirigida por Gonzalo Montón, se presentó la pasada semana en el Cine Maravillas con 45 páginas especiales que homenajean a José Miguel Iranzo. A través del trabajo de catorce autores deja testimonio por escrito ya no tanto de la devoción que sienten por él varias generaciones de cinéfilos turolenses, sino de la importancia que tuvo su obra en el cine aragonés quince años antes y quince años después del cambio de siglo; tres décadas en los que el séptimo arte en Aragón prácticamente nació, fue a escuela, pasó la adolescencia y entró abruptamente y con no pocos traumas a la edad adulta.

José Miguel Iranzo en el Museo de Teruel, en 2015. M. A. A. G.


En 2025, se cumplirá el quinto aniversario de la muerte de Iranzo, que se fue un 10 de agosto por culpa del cáncer, cuando solo tenía 63 años, y 40 del rodaje de Mayumea, una de sus películas más celebradas. Esa cinta es especial por muchas razones, pero solo con verla -apenas dura 17 minutos y ahora está disponible en buena calidad gracias a la copia digital que tiene el Instituto de Estudios Turolenses a partir del telecine de la Filmoteca Española- basta para conocer la más importante.

Es bella como ella sola. Y una auténtica declaración de intenciones teniendo en cuenta que fue su tercer filme. En Mayumea dejó claro que amar tu tierra no significa tragar con todo, y que arte puede ser casi cualquier cosa, excepto lo amable, lo convencional y lo plano.

Iranzo rodó junto a Víctor Lope y un extenso equipo turolense la película en Noguera, en lo que fue la primera experiencia en Teruel en cine profesional -película de 35 mm-, y de las primeras en Aragón casi 20 años después de que desapareciera la histórica Moncayo Films. Fue además el primer trabajo para cine de Javier Navarrete, compositor turolense que después ha puesto música a más de 25 películas, entre ellas El laberinto del fauno (Guillermo del Toro, 2006) o El espinazo del diablo (Guillermo del Toro, 2001).

Iranzo, Víctor Lope, José Asensio, Lucía Villarroya y Jaciento Porro fundaron Estela Films para rodar Mayumea, que nació de una historia que se contaba en Noguera, y que Gabriel Giménez Gil le narró a Iranzo.

La suerte sonrío a la joven productora y entre Gobierno de Aragón, Ministerio de Cultura, DPT y Ayuntamiento de Noguera se juntó con 1.300.000 pesetas para el proyecto. Aquello era una auténtica fortuna, pero en los 80 el cine profesional era carísimo, y todo el parné se fue en pagar el negativo, el revelado y los técnicos de Madrid, que fueron los únicos que cobraron.

Durante una semana de septiembre de 1985 Iranzo, Lope y los demás realizaron el rodaje que el de Villarquemado, años después, recordaría como el mejor que tuvo en toda su vida. “Eramos tan ignorantes que todo salía bien. Hicimos un guión técnico minucioso y todos los días cumpliamos el plan de rodaje. A la segunda toma la escena salía bien, no gastamos ni un metro de película más de la cuenta, todo el mundo estaba contento y todo iba bien. Fue algo increíble que no me ha vuelto a pasar jamás”. (DIARIO DE TERUEL, 7 de junio de 2015).

Iranzo durante el rodaje de ‘Témpora y violeta’, en 1996. Extraida de Cabiria


El cine aragonés se hizo mayor con esa peli, y por desgracia Iranzo nunca pudo recuperar la inocencia de Mayumea. Alguno de sus rodajes posteriores, aseguró el director, fueron auténticos descensos a los infiernos -recordaba como especialmente duro el de Témpora y Violeta (1996), en el Castillo de Peracense-, pero el realizador, que dedicó la mayor parte de su vida profesional a la publicidad, nunca dejó que su obra personal se saliera de su principal máxima como artista: hacer poesía de lo cotidiano, pero una poesía con mensaje, moderna y transgresora.

Ya había rodado en Super-8 Volavérunt en 1984 con guión de Francisco Burillo -otro de sus adláteres incondicionales- y La Pelea (1985), dos cortos con los que completó su primera formación autodidacta. Y tras ellos Mayumea le dio un primer sinsabor del que jamás se recuperó. La película, que llegó a ser comprada y emitida por La 2 de TVE ganó el Premio del Público del Festival de Cine de Huesca de 1986. Sin embargo ese año la organización declaró desierto el Premio del Jurado, que era el único que estaba dotado económicamente, en lo que Iranzo siempre entendió como una maniobra para escatimarle un dinero que necesitaba para seguir haciendo cine. Ese año perdió la fé en los concursos y decidió que nada de lo que hiciera tendría como objetivo ganar ninguno.

Tras aquella película llegaron una serie de ficciones y de documentales que tuvieron su pico entre finales de los 80 y principios de los 90. Su filmografía permanecía algo dispersa hasta ahora, y uno de los grandes méritos del dossier que ha realizado Cabiria -y que puede descargarse gratuitamente en las web del Cine Maravillas y del IET- es que la detalla de forma completa y sin errores. El cinéfilo Paco Martín no se cansa de insistir en que alguien debería emplear un puñado de dinero público para rescatar, digitalizar, reunir y poner a disposición del público toda esa filmografía, auténtico cine de culto aragonés.

Entre 1986 y 1993 rodó los cortometrajes Butaca de patio, Ruido de alas, En el parque y Poema de familia. Gonzalo Montón, director de la revista Cabiria, recuerda que la segunda de ellas fue lo primero que vio de Iranzo, en su estreno en la Casa Blanca de Teruel. “Aluciné, porque descubrí que teníamos un gran director cuando nadie en Teruel se dedicaba al cine. Era un auténtico pionero, que además aprendió de forma completamente autodidacta”.

También recuerda Montón cuando vió por el Segundo Canal de TVE Mayumea, el viernes 30 de junio de 1989, a las 18.45 horas, poco antes de que el Real Madrid le ganara al Valladolid la Copa del Rey de ese año por 1-0, con gol de Gordillo. “Ya entonces me pareció una película estupenda, pero cuando la vimos el otro día con calidad en la pantalla del Maravillas, con esa banda sonora sencilla pero contundente de Javier Navarrete, y el estupendo trabajo de los actores -Juan García y Ana Escámez-, que no eran profesionales, nos quedamos todos impresionados”.

Tras firmar varios cortometrajes más, Iranzo se embarcó en el rodaje de Témpora y violeta, un desastre desde el punto de vista de la producción -y un “error”, según el propio Iranzo-, que costó 6 millones de pesetas, y que aunque todavía estaba por llegar Los hijos de Mandrake (2003) y El ejército invisible (2009) marcó un divorcio entre Iranzo y la ficción.

Ya había rodado varios documentales antes de 2000, sobre temas locales de Teruel y Albarracín, fundamentalmente, pero a partir de ese año llegaron alguna de sus obras en ese género más celebradas, como José Iranzo, el Pastor de Andorra (2006), José Antonio Labordeta, con la voz a cuestas (2009), El tiempo en la maleta (2010) o Teruel, una ciudad de frontera, que se presentó en dos partes en 2013 y en 2016.

Iranzo (con la mano levantada) en el rodaje de ‘Mayumea’, en 1985


Esas dos producciones, de las últimas que firmó el de Villarquemado fueron un éxito, al menos a nivel local. Llenaron la Sala Maravillas en su estreno y agotaron en poco tiempo todos los DVC que salieron a la venta. Pero, como sostiene en la revista Cabiria Fernando Burillo, su colaborador en ese y en otros proyectos, la absoluta racanería de todas las administraciones pública hicieron que “lo que podría haberse realizado en unos pocos meses llevara un montón de años culminar”.

Tantos que entre las dos entregas del documental, que llegaba hasta el año 2000 con las Bodas de Isabel y el nacimiento de Teruel Existe, rodó Brueghel oculto (2015) junto a su amigo Pimpi López Juderías. En esa producción el pintor turolense Gonzalo Tena analiza la obra de uno de los artistas que más le han obsesionado, Pieter Brueghel (1525-1569), y a través de cinco de sus mejores obras revela los personajes ocultos, las bromas, los elementos sexuales y también las puyas políticas que Brueghel el Viejo se permitió el lujo de deslizar. Para ello el filme no escatimaba en infografías y elementos digitales.

Para Pimpi López, que había estado a las órdenes de Iranzo por primera vez en Témpora y violeta, colaborar en ese documental fue un lujo:  "Fue una preciosidad trabajar con Gonzalo Tena y José Miguel, a quienes he admirado tanto”, asegura el realizador. “Fue muy loco y muy divertido”. Pimpi López Juderías es una referencia en el mundo del cine en Teruel. Director del Rally Desafío Buñuel, hace mucho, demasiado tiempo, que no firma un cortometraje de ficción, pero tiene seis en su nómina; Un ataque de gota, A comer a casa, El criador de canarios, Un buen día, Póker de sotas y Tres horas. Como muchos de su generación, López Juderías tiene claro que Iranzo fue el maestro. “Yo me dediqué al cine por dos razones: por haber trabajado en el Cine Maravillas gracias al Festival de Cine que se hizo en Teruel, y por ser amigo de José Miguel”.

Pero más que su relación profesional, Pimpi López destaca la relación personal que mantuvo con el de Villarquemado. “Me encantaba estar con él, tomar algo juntos, hablar de cine, pero también de series, de música, de política... de lo humano y de lo divino. Aprendí mucho de José Miguel... tomarte una cerveza con él era asistir a una masterclass sobre la vida”.

Algunos expertos coinciden en que si los más de 500 anuncios de publicidad que rodó fueron los que hicieron de Iranzo un maestro en la narrativa audiovisual, su habitual costumbre de rodar estrenos teatrales -la mayoría de los que ponía en marcha la Compañía Teatro de la Estación de Zaragoza- le dieron el sentido de la realidad y la medida para conjugarlo con la plasticidad del arte. Esos dos factores, el dominio de la narrativa audiovisual y la medida de lo real, junto a una concepción del cine como un arte de naturaleza transgresora, con el compromiso de decir siempre algo nuevo en cada discurso, hacen de la obra de José Miguel Iranzo lo que es.

No sería justo quejarse de que Iranzo sea un director olvidado, porque no está olvidado. Otra cosa es que la repercusión de su obra personal, hecha desde y sobre el rincón sur de Aragón, haya sido más o menos tenida en cuenta por venir de donde viene. Pero el tiempo pasa y todo corre el riesgo de desdibujarse y de acabar en el olvido. Por eso quienes trabajaron -y aprendieron- junto a él, y que habían plasmado sus testimonios en Turia o en DIARIO DE TERUEL, entre otros medios, ahora dejan ese dossier en Cabiria para la posteridad. Su vocación es la de servir como referencia, para investigadores, cinéfilos o curiosos, sobre la vida y la obra de alguien sin el cual no se comprenden los inicios del cine profesional en Teruel.

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