“La escuela debería ser una herramienta de desintoxicación de las nuevas tecnologías”
El escritor Rafael Cabanillas cree hoy que se ha “idealizado” el mundo rural y que se habla “de boquilla” de solucionar sus problemasEl escritor toledano Rafael Cabanillas ofreció la semana pasada una conferencia en el Palacio Ardid de Alcañiz como prolegómenos de la exposición Instruir Deleitando: Cien años de lectura infantil y juvenil en España, organizada por la Uned y que puede verse hasta final de este mes en la biblioteca municipal. Cabanillas ha publicado una veintena de obras, aunque la mayor repercusión le ha llegado gracias a la trilogía En la raya del infinito, que integran las obras Quercus, Enjambre y Valhondo.
-Tituló su conferencia de la semana pasada en el Palacio Ardid de Alcañiz Sin biblioteca no hay escuela. ¿Qué nos quiso decir?
-Que nos hemos ido abandonando en el mundo de la enseñanza introduciendo muchas tecnologías, mucha sintaxis y morfosintaxis en el ámbito de la Lengua, y los libros, que son lo importante, se han dejado de leer. Si alumnos y profesores no leen, tendremos una mente muy desarrollada tecnológicamente, pero las emociones de los libros las habremos perdido.
-¿Cómo ha de cambiar desde su punto de vista la enseñanza de la Lengua Castellana?
-Yo soy escritor, pero he sido profesor de Lengua Castellana y Literatura y mi prioridad absoluta era que los alumnos leyeran, porque en los libros está el alma de la vida y del autodidactismo. Cuando los alumnos dejen de estudiar, cuando dejen la escuela y los institutos, si aman la lectura podrán desarrollarse como seres humanos, podrán mantener la dignidad, nadie les manipulará, les humillará, y podrán hacerlo a través de los libros, viviendo mil vidas a través de ellos, porque los libros aportan eso, la posibilidad de vivir otras vidas aparte de la nuestra. Con los libros podemos ser piratas, princesas, magos, aventureros, médicos que salvan vidas, misioneros en África... y eso es lo bonito de la Literatura, que te permite tener mil vidas a través de los mil libros que leeremos, y nuestros alumnos eso es algo que no pueden perder. Ahora estamos introduciendo mucho tecnicismo y olvidando la esencia de la escuela. Ahora hay colegios, en su mayoría privados, que venden ‘una moto’ en la que hablan de la plena innovación tecnológica, y eso consiste en no tener libros y que todo esté en una tablet, así que tengo claro que mis hijos no irán a esa escuela, porque lo que quiero es que mis hijos toquen y huelan un libro. Fíjate la paradoja de que los técnicos de Sillicon Valley, en Estados Unidos, los que han creado internet, tienen hijos que cuando son pequeños no tienen pantallas ni ordenadores.
-Suecia va a revisar su plan de digitalización en las escuelas. ¿Es esto un síntoma del cambio que se puede introducir en los próximos años?
-Son la avanzadilla. Yo tengo 64 años y dí muchas clases introduciendo nuevas tecnologías, pero lo hicimos en un momento en el que no teníamos nada, así que poder explicar los planetas o las plantas a través de un video era motivador, igual que ocurrió con los primeros ordenadores, porque no teníamos casi nada. Sin embargo, hoy tendríamos que hacer lo contrario, desintoxicar sobre las nuevas tecnologías, porque se han convertido casi en una droga. Entonces no había estudios epidemiológicos del daño que podían hacer los móviles...
-¿Se arrepiente?
-No, en aquel momento era necesario, pero ahora mismo, vista la sociedad que tenemos, la escuela ha de ser una herramienta de desintoxicación de las nuevas tecnologías. Yo estoy introducido en el debate que hay ahora sobre si hay que mantener los móviles en los institutos y tengo claro que no, porque ahora mismo se están convirtiendo en una patología. Ahora mismo hay que estar en la pizarra, en el libro de papel, hay que debatir, hablar y darle papel a la palabra, porque cuando los alumnos salen por la puerta del instituto ya tienen la tecnología, internet y las redes sociales, y la escuela no puede ser colaboracionista con todo ello.
-¿A eso se refiere cuando dice que estamos “idiotizados” por internet y las redes sociales?
-Absolutamente. El valor de la palabra se ha perdido. Aunque lo peor es el manejo que hay detrás de todo ello, el manejo de nuestros datos para vendernos algo. A través de una tarjeta bancaria saben cuáles son nuestros gustos, qué has comprado y qué no. Hay una absoluta deshumanización, así que ahora mismo tenemos que combatir todo eso, y qué mejor combate que los libros, que te hacen viajar a través de una hoja de papel.
-¿Se ha abandonado el uso de la biblioteca en los institutos?
-Sí, y tiene que ver como todo esto. Cuando yo era profesor dedicaba los diez últimos minutos de clase a leer, porque, si los alumnos no leen, no les puedes mandar que lean un libro, aparte de que se mandan libros para leer que son clásicos y los aborrecen. Pero un buen libro elegido por su profesor, un libro bueno y adecuado a la edad, si dejamos un rato al día la morfosintaxis a un lado, a los dos meses nos habremos leído un libro y quizá nos llevemos la sorpresa de que esos que leen en clase sean los únicos libros que han leído en su vida.
-¿Se sabe escoger hoy buena literatura en los institutos?
-Hay un problema, y este es que los primeros que no leen son los profesores, así que lo primero que haría es un curso de motivación a la lectura de los profesores y de elección de buenas herramientas lectoras. No hay nada más negativo que obligar a un chico a leer algo que no le gusta, porque lo que se provocará es una verdadera fobia en el alumnado. Nos tenemos que reciclar un poco en ese sentido.
-¿La trilogía En la raya del infinito, formada por Quercus, Enjambre y Valhondo, narra historias muy verosímiles, pero son reales o inventadas?
-Son muy verosímiles. Se parte de hechos reales que luego se modifican con algo de ficción, cambiando nombres de los protagonistas. En el caso de Valhondo se narra la historia de un maestro rural que llega a una escuela unitaria en una aldea donde ni siquiera hay agua corriente. La única casa con agua corriente es la del maestro, porque ni siquiera la escuela la tiene. Los chicos, que son 25, piden permiso a Don Rafael, que soy yo, para ir al servicio, y al cabo de dos o tres días el maestro pregunta dónde está el servicio, y ¿dónde iba a estar?, en las eras. Así que este libro cuenta la historia de ese maestro que ha de renunciar a todos los principios educativos que le han enseñado en la universidad y preparar una nueva metodología para que a esos chicos, que acabarán siendo guardas de finca y jornaleros, en la vida no les engañe nadie, no pierdan la dignidad y que la formación pueda valerles en el futuro. Valhondo es un libro que cuenta una historia absolutamente real.
-¿Cada libro de la trilogía se lee independientemente?
-Sí, cada uno se puede leer por separado.
-La crítica ha comparado Quercus, la primera obra de la trilogía, con Los santos inocentes de Miguel Delibes. Qué crítica mejor que esa para un libro, ¿no le parece?
-Sí, he tenido la suerte que unos cuantos críticos a nivel nacional la compararan con Los santos inocentes, así que ya no se puede pedir más. En Quercus se habla del ámbito rural, de la explotación de los más débiles.
-Y ÂÂÂÂÂlo ha escrito sin puntos y aparte, como Delibes, que escribió Los santos inocentes sin puntos.
-Sí, Delibes lo escribió solo con comas y yo sin puntos y aparte, y a la gente le ha gustado mucho. Se han vendido miles de ejemplares y va por la octava edición.
-Usted es una persona que procede de la España Vaciada. ¿En qué ha cambiado esa España de la que habla en sus novelas a la actual?
-Yo hablo de una España de superviviencia, es decir, de comer. ¿Cómo se puede enseñar en Valhondo higiene y salud cuando no tienen ni baño? Esa España que viví es de la década de los 80 del siglo XX; no estamos hablando de la posguerra. A los 10 años se organizó la Exposición Universal de 1992 de Sevilla, y en ese año se inauguró el AVE, pero 10 años antes en el medio rural había niños que no tenían ni baño en una escuela. De todas formas, yo he escrito de la España Vaciada de la supervivencia, de los padres que se buscaban la vida para comer cazando, con furtivismo, vendiendo carne para comprar el aceite... El problema de hoy ya no es ese, sino la despoblación. Aquella gente tenía problemas de supervivencia, pero estaban, y ahora ya no queda ninguno. En realidad el pueblo de Valhondo existe. Se llama Robledo del Buey, anejo de un pueblo más grande en la provincia de Toledo. Yo, en el año 1982, estuve en esa escuela y fui el maestro de 25 alumnos de todas las edades en esa escuela, desde los 4 a los 14 años. Hoy no existe, porque se derruyó, e hicieron una nueva, con un salón de actos y baño. Después de muchos años, llamé a una vecina, y le pregunté cuántos alumnos había, y me contestó que ninguno. Esa es la paradoja, antes teníamos una escuela vieja con 25 niños y ahora tenemos una nueva con ninguno.
-En los últimos años se ha empezado a hablar de la España Vaciada, pero ¿realmente cree que se ha avanzado en alguna solución a sus problemas?
-Aquí en España se habla mucho de boquilla. Gusta mucho crear una comisión, poner a unos expertos que emiten un informe y que ese informe no de tiempo a escribirlo cuando ha terminado la legislatura. La segunda novela de la trilogía, Enjambre, habla de una pedanía de un municipio más pequeño que se llama Anchuras, un lugar donde el Ministerio de Defensa quiso construir un campo de aviación. El mes pasado, el 7 de octubre, realizamos la ruta literaria Ejambre y organizamos un concierto de violonchelo en esa aldea en la que viven dos familias, porque quisimos dar un puñetazo sobre la mesa para poner en evidencia que se les llena mucho la boca a los políticos sobre la España Vaciada, así que, como esa gente no irá al Teatro Real a pagar 150 euros por una entrada, decidimos llevar el concierto allí, un concierto de violonchelo que se celebraba mientras cantaba un buho al anochecer y berreaban los venados.
-Es decir, soluciones pocas.
-En mi mano no está. Yo, como escritor, lo que hago es denunciar a través de mis libros, poniendo voz a esta gente, que ha estado callada, muda, que ha querido hablar y no les han dejado o que han gritado y nadie les ha escuchado.
-¿Son peores las historias rurales que las urbanas?
-Lo que no se puede hacer es idealizar, porque tenemos una idea del mundo rural como si fuera un paraíso terrenal, y no es eso. Donde hay miseria hay injusticia, y donde hay injusticia, nace la violencia, y algunas de las cuestiones más injustas de este país, por desgracia ocurren en el mundo rural. No idealicemos el mundo rural; la naturaleza puede ser un lugar precioso, pero a un pastor, en su soledad y aislamiento, también se le puede ir la cabeza y cometer cualquier atrocidad.
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