José Luis Morán, uno de los cofundadores del Festival Internacional de Benicassim, durante su ponencia del viernes. M.A.
José Luis Morán: “Hicimos el FIB porque no sabíamos que no se podía hacer
El padre de uno de los mayores festivales del mundo abrió la última jornada del I Congreso Tierra de Festivales
José Luis Morán, uno de los fundadores del Festival Internacional de Benicassim (FIB) allá por 1995, y director del mismo hasta 2009, protagonizó este viernes una de las ponencias más esperadas del Congreso Tierra de Festivales, que se clausuró ayer en el edificio del antiguo Banco de España.
Morán compartió la experiencia que vivió junto a su hermano Miguel Morán, Juanjo Ezpeleta y Luis Calvo a mediados de los años 90, cuando crearon un festival que no tenía precedentes en España. Apenas existía el Festival de Música Folk de Ortigueira, que sigue celebrándose, “y se había hecho un Planet Rock y el primer Sonar de Barcelona en 1994”, explicó, para dibujar un panorama radicalmente diferente al de ahora, 30 años después. Hoy los festivales son un motor económico de primer orden; en 2022 se hicieron más de 800 en toda España, con unos 500 millones de euros de impacto y 300.000 puestos de trabajo directos e indirectos, “pero entonces no había nadie en quien mirarse. En España se había terminado la movida madrileña y no había ninguna tradición de festivales. Solo teníamos referentes en Inglaterra, y de los cuatro que formamos en núcleo fundador solo yo había estado en uno, en Reading... éramos totalmente novatos”.
Con ese panorama, Morán admite que “hicimos el festival porque éramos tan jóvenes e ignorantes que no sabíamos que no se podía hacer. Simplemente porque teníamos un sueño y quisimos cumplirlo”.
En 1993 comenzaron a mover la idea de crear un gran festival, pero se encontraron con la incomprensión de instituciones promotores y los agentes internacionales. Con el único apoyo de Fernando Zabala que acababa de crear la productora de espectáculos Sold Out -que después se convirtió en una de las más importantes de España- tiraron hacia delante. “Lo único que teníamos claro es que queríamos hacerlo en un lugar de playa, y como cuando sueñas las cosas se aparecen de casualidad, unos amigos que teníamos en Benicassim conocían a un concejal”, explicó Morán. “Hablamos con él y con Francesc Colomer, entonces alcalde de Benicassim, y lo vieron clarísimo. En noviembre de 1994 se cerró el acuerdo”.
Ese acuerdo incluía un espacio junto a un velódromo que tenía una piscina, “que terminó convirtiéndose en uno de los símbolos del FIB”, recuerda, pero unos meses después cambió el gobierno municipal de Benicassim y todo se complicó. “Afortunadamente estaba todo firmado y se pudo hacer, pero hubo infinidad de problemas... aquello parecía una yincana, pero al final en 1995 pudo hacerse el primer FIB”.
Entre las numerosas anécdotas que José Luis Morán compartió ayer, recordaba que “era tan nuevo para todo el mundo que no sabíamos lo que era aceptable o no. El primer año la acampada fue un desastre, aquello parecía un campo de refugiados, pero había mucha alegría y como no sabíamos si esperar 25 minutos en una cola era mucho o poco, lo aceptábamos todo”.
Aquel primer año hubo 7.000 visitantes, pero las pérdidas económicas para los organizadores fueron enormes. Pese al apoyo económico de la familia Gimeno, propietarios de hoteles e industrias en la zona, volvieron a generar pérdidas al año siguiente, lo que ocasionó que Juanjo Ezpeleta y Luis Calvo abandonaran el festival. “Nos quedamos Miguel y yo, y además ese mismo año nació el Doctor Music Festival. Fui a verlo y me dio un gran bajón porque fue un pedazo de festival”.
Pese a todo decidieron continuar con la aventura del FIB y en la siguiente edición, 1997, consiguieron vender todas las entradas. “Pero aquel año hubo un acontecimiento atmosférico brutal. El domingo a las siete de la tarde cayó una enorme tormenta con vientos de 105 km/h. Arrasó la zona de acampada y el techo del escenario principal se desprendió. Afortunadamente no ocurrió nada grave, pero fue un hecho desolador, el peor momento que he vivido en lo profesional”.
Tras otro año con pérdidas y más motivos para desparecer que para seguir vivo, la Diputación Provincial de Castellón, entonces presidida por Carlos Fabra, decide apostar por el FIB y eso marcó un punto de inflexión. “Fue clave porque nos trasladamos al nuevo recinto y empezamos a contar con apoyo institucional para acondicionar el lugar”.
El festival empezó a crecer a partir de esa edición de 1998, según explicó José Luis Morán, de una forma tan frenética que amenazó con morir de éxito. “Como había playa y zona de acampada durante 8 días el público se lo planteaba como unas minivacaciones. Empezamos a crear actividades extramusicales; una pasarela de moda con gente muy importante, un festival de cortos, danza contemporánea, teatro de calle, cursos de verano en colaboración con la Universidad Jaume I... y aunque en los programas tratábamos de seguir siendo un poco independientes, tuvimos que empezar a traer artistas que movían más público”.
En plena vorágine, en 2001 llegaron los primeros patrocinadores privados, como Heinecken. “Hubo críticas porque los fans y la prensa entendía que nos estábamos vendiendo como si la música no pudiera tener patrocinios como los tenía el deporte”. Los ingresos se incrementaron notablemente y con ellos el reconocimiento internacional. “Musical Express nos situó entre los cinco mejores festivales del mundo durante varios años. Ya habíamos empezado a tener público francés o alemán, pero a partir de ahí la llegada de ingleses fue masiva”.
Tanto que durante algunos años no tradujeron la web al inglés para intentar estabilizar la cifra de visitantes de ese país, “porque nos decían que el ambiente estaba cambiando demasiado”. “Pero estábamos tan inmersos en la vorágine que era imposible pararse a reflexionar y dar un paso atrás. Acababa una edición y empezábamos a trabajar en la siguiente”.
A mediados de la primera década del siglo XXI comenzaron a surgir los primeros competidores serios en España, como Primavera Sound, Greenland o Summercase, con quien hubo tan mala relación que incluso se contraprogramaron en las mismas fechas en alguna ocasión.
En 2008, cuando el FIB era una impresionante -y exigente- máquina de generar dinero los hermanos Morán decidieron aceptar una oferta del empresario irlandés Vince Power para venderle el festival. “Fue por puro desgaste. Nos había exigido tanto durante todos esos años que estábamos agotados y decidimos parar”.
Desde entonces el FIB no ha dejado de ser el gran festival que ya era, aunque pasó por sucesivas ventas hasta 2019, cuando fue comprado por los promotores de Arenal Sound.
Para finalizar su ponencia, Morán explicó algunos de los secretos que tuvo el FIB para su triunfo. “No teníamos ni idea de lo que hacíamos pero creíamos en nuestro proyecto. Y basamos nuestros esfuerzos en cuidar mucho a los artistas, que tenían un acompañante en todo momento y toda clase de comodidades, y también al público, con un espacio lo más cómodo posible para ellos y un programa de calidad. Había muchos fibers que compraban la entrada sin ni siquiera conocer el cartel, porque sabían que vendrían buenos grupos y que descubrirían a tres o cuatro nuevos”.
Morán compartió la experiencia que vivió junto a su hermano Miguel Morán, Juanjo Ezpeleta y Luis Calvo a mediados de los años 90, cuando crearon un festival que no tenía precedentes en España. Apenas existía el Festival de Música Folk de Ortigueira, que sigue celebrándose, “y se había hecho un Planet Rock y el primer Sonar de Barcelona en 1994”, explicó, para dibujar un panorama radicalmente diferente al de ahora, 30 años después. Hoy los festivales son un motor económico de primer orden; en 2022 se hicieron más de 800 en toda España, con unos 500 millones de euros de impacto y 300.000 puestos de trabajo directos e indirectos, “pero entonces no había nadie en quien mirarse. En España se había terminado la movida madrileña y no había ninguna tradición de festivales. Solo teníamos referentes en Inglaterra, y de los cuatro que formamos en núcleo fundador solo yo había estado en uno, en Reading... éramos totalmente novatos”.
Con ese panorama, Morán admite que “hicimos el festival porque éramos tan jóvenes e ignorantes que no sabíamos que no se podía hacer. Simplemente porque teníamos un sueño y quisimos cumplirlo”.
En 1993 comenzaron a mover la idea de crear un gran festival, pero se encontraron con la incomprensión de instituciones promotores y los agentes internacionales. Con el único apoyo de Fernando Zabala que acababa de crear la productora de espectáculos Sold Out -que después se convirtió en una de las más importantes de España- tiraron hacia delante. “Lo único que teníamos claro es que queríamos hacerlo en un lugar de playa, y como cuando sueñas las cosas se aparecen de casualidad, unos amigos que teníamos en Benicassim conocían a un concejal”, explicó Morán. “Hablamos con él y con Francesc Colomer, entonces alcalde de Benicassim, y lo vieron clarísimo. En noviembre de 1994 se cerró el acuerdo”.
Ese acuerdo incluía un espacio junto a un velódromo que tenía una piscina, “que terminó convirtiéndose en uno de los símbolos del FIB”, recuerda, pero unos meses después cambió el gobierno municipal de Benicassim y todo se complicó. “Afortunadamente estaba todo firmado y se pudo hacer, pero hubo infinidad de problemas... aquello parecía una yincana, pero al final en 1995 pudo hacerse el primer FIB”.
Entre las numerosas anécdotas que José Luis Morán compartió ayer, recordaba que “era tan nuevo para todo el mundo que no sabíamos lo que era aceptable o no. El primer año la acampada fue un desastre, aquello parecía un campo de refugiados, pero había mucha alegría y como no sabíamos si esperar 25 minutos en una cola era mucho o poco, lo aceptábamos todo”.
Aquel primer año hubo 7.000 visitantes, pero las pérdidas económicas para los organizadores fueron enormes. Pese al apoyo económico de la familia Gimeno, propietarios de hoteles e industrias en la zona, volvieron a generar pérdidas al año siguiente, lo que ocasionó que Juanjo Ezpeleta y Luis Calvo abandonaran el festival. “Nos quedamos Miguel y yo, y además ese mismo año nació el Doctor Music Festival. Fui a verlo y me dio un gran bajón porque fue un pedazo de festival”.
Pese a todo decidieron continuar con la aventura del FIB y en la siguiente edición, 1997, consiguieron vender todas las entradas. “Pero aquel año hubo un acontecimiento atmosférico brutal. El domingo a las siete de la tarde cayó una enorme tormenta con vientos de 105 km/h. Arrasó la zona de acampada y el techo del escenario principal se desprendió. Afortunadamente no ocurrió nada grave, pero fue un hecho desolador, el peor momento que he vivido en lo profesional”.
Tras otro año con pérdidas y más motivos para desparecer que para seguir vivo, la Diputación Provincial de Castellón, entonces presidida por Carlos Fabra, decide apostar por el FIB y eso marcó un punto de inflexión. “Fue clave porque nos trasladamos al nuevo recinto y empezamos a contar con apoyo institucional para acondicionar el lugar”.
El festival empezó a crecer a partir de esa edición de 1998, según explicó José Luis Morán, de una forma tan frenética que amenazó con morir de éxito. “Como había playa y zona de acampada durante 8 días el público se lo planteaba como unas minivacaciones. Empezamos a crear actividades extramusicales; una pasarela de moda con gente muy importante, un festival de cortos, danza contemporánea, teatro de calle, cursos de verano en colaboración con la Universidad Jaume I... y aunque en los programas tratábamos de seguir siendo un poco independientes, tuvimos que empezar a traer artistas que movían más público”.
En plena vorágine, en 2001 llegaron los primeros patrocinadores privados, como Heinecken. “Hubo críticas porque los fans y la prensa entendía que nos estábamos vendiendo como si la música no pudiera tener patrocinios como los tenía el deporte”. Los ingresos se incrementaron notablemente y con ellos el reconocimiento internacional. “Musical Express nos situó entre los cinco mejores festivales del mundo durante varios años. Ya habíamos empezado a tener público francés o alemán, pero a partir de ahí la llegada de ingleses fue masiva”.
Tanto que durante algunos años no tradujeron la web al inglés para intentar estabilizar la cifra de visitantes de ese país, “porque nos decían que el ambiente estaba cambiando demasiado”. “Pero estábamos tan inmersos en la vorágine que era imposible pararse a reflexionar y dar un paso atrás. Acababa una edición y empezábamos a trabajar en la siguiente”.
A mediados de la primera década del siglo XXI comenzaron a surgir los primeros competidores serios en España, como Primavera Sound, Greenland o Summercase, con quien hubo tan mala relación que incluso se contraprogramaron en las mismas fechas en alguna ocasión.
En 2008, cuando el FIB era una impresionante -y exigente- máquina de generar dinero los hermanos Morán decidieron aceptar una oferta del empresario irlandés Vince Power para venderle el festival. “Fue por puro desgaste. Nos había exigido tanto durante todos esos años que estábamos agotados y decidimos parar”.
Desde entonces el FIB no ha dejado de ser el gran festival que ya era, aunque pasó por sucesivas ventas hasta 2019, cuando fue comprado por los promotores de Arenal Sound.
Para finalizar su ponencia, Morán explicó algunos de los secretos que tuvo el FIB para su triunfo. “No teníamos ni idea de lo que hacíamos pero creíamos en nuestro proyecto. Y basamos nuestros esfuerzos en cuidar mucho a los artistas, que tenían un acompañante en todo momento y toda clase de comodidades, y también al público, con un espacio lo más cómodo posible para ellos y un programa de calidad. Había muchos fibers que compraban la entrada sin ni siquiera conocer el cartel, porque sabían que vendrían buenos grupos y que descubrirían a tres o cuatro nuevos”.
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