Especies de Espacios 2023 llega a su ecuador con la exposición ‘Mono no aware’
Seis estudiantes del grado de Bellas Artes reflexionan sobre lo efímero de la existenciaEl ciclo de arte contemporáneo Especies de Espacios 2024 ha llegado a su ecuador con la inauguración, ayer, de la tercera colectiva prevista. Se trata de Mono no aware, cuenta con obra de Alba Sanz Reglero, Inés Melero, Jùlia Ruiz, Pau Cava Cervera, Raisa Ponce González y Julia Pinilla Gimeno, y podrá verse hasta el 16 de febrero en el Espacio ArTEsala del Edificio de Bellas Artes en Teruel.
Los seis autores son estudiantes de 3º de Bellas Artes que participan en la colectiva en virtud de ciclo anual que Silvia Martí Marí organiza desde la asignatura Metodología de Proyecto: Espacios. En esta tercera muestra de la presente edición se ha elegido el título genérico de Mono no aware, expresión japonesa que define la conciencia de la impermanencia, la brevedad de las cosas, lo efímero de todo, que se traduce en cierta actitud fatalista o melancólica ante la vida. Algo así como el latino tempus fugit.
De este modo, los seis artistas participantes exploran y reflexionan a través de diferentes géneros creativos su inquietud sobre el paso del tiempo, cómo este afecta a las personas y qué identidades adquiere ese transcurso. Cada autor aborda el tema desde una perspectiva diferente en el fondo y en lo material, pero en común constituye un conjunto coherente sobre la impermanencia.
Es interesante comprobar como el arte textil sigue interesando cada vez más a los jóvenes estudiantes de arte. Alba Sanz Reglero presenta Hilos, una lona de tela y papel cosidos con hilos rojos suspendida del techo. De ella cuelgan, también con hilos rojos, una serie de papeles con iniciales y frases, algunos de ellos quemados, rotos o degradados. Bajo la lona un pedestal de color blanco está cubierto por una malla del mismo hilo rojo, sobre el cual pueden verse una serie de fotografías de diferentes personas.
Diferentes leyendas ponen en relación el tiempo y la vida con el hilo; como la tradición oriental del Hilo Rojo del Destino, según la cual un hilo invisible nos une a las personas que conocemos a lo largo de nuestra vida, o de las tres parcas de la mitología romana, Cloto, Láquesis y Átropos en la griega o Uror, Verdandi y Skuld en la nórdica, que según diferentes tradiciones se dedicaban a hilar la vida de las personas hasta que, con un corte de tijera, ponían fin a ella. Sin embargo Sanz se decanta en mayor medida por la primera, ya que busca mostrar “cómo el destino pone en nuestro camino a diferentes personas, cuya huella será positiva o negativa”. Las frases que cuelgan del techo muestra su huella en nosotros, y como simples palabras pueden provocar un poso negativo o positivo. Las fotografías alucen a la permanencia que tienen en nuestra memoria, en mayor medida cuánto más positiva haya sido su influencia en nuestra vida.
Inés Melero presenta la instalación Arraigo, una estructura de tienda de campaña envuelta por una serie de telas y materiales cálidos y claros, en cuya entrada cuelgan tiras hechas con los mismos tejidos, que cierran el paso a su interior pero dejan entreverlo. La pieza reflexiona sobre las raíces, a través de los ancestros, y presenta una estructura que protege y guarda elementos que se relacionan con la memoria y las vivencias, y que gracias a la protección perviven tanto como es posible. La obra se personaliza a través de un suelo formado por tierra y una proyección en vídeo de escenas rurales y cotidianas grabadas en Olalla, localidad perteneciente al municipio de Calamocha de donde procede Inés Melero. La artista rinde tributo a sus raíces a través de sus abuelos. “Ser conocedores de nuestra historia familiar nos permite conectar el presente con el pasado, refuerza ese sentimiento de pertenencia a grupo, de donde surge la identidad y los lazos familiares de cada persona. Al dar valor a las raíces, aceptamos y reconocemos una parte integral y significativa de nosotros mismos. Conocer esta historia ancestral es conocernos y poder continuar el vuelo por nosotros mismos”, afirma la turolense.
La propuesta de Jùlia Ruiz se titula Fika y está formada por una instalación compuesta por dos sillas colocadas a un metro la una de la otra. Cada una de ellas representa un estado diferente de la vida de una persona, y el hilo azul que las une, con varias fotografías colgadas, el paso del tiempo entre un y otro. El objetivo de la artista es transmitir la sensación de cómo el transcurso de tiempo está ligado al crecimiento personal y a la construcción de estructuras, y no a la destrucción o degradación de estas. La propuesta pretende que el espectador tome conciencia de lo efímero, para que de hecho sea capaz de plantearse conscientemente hacia donde quiere seguir cosiendo su futuro.
Pau Cava Cervera plantea en Tempus fugit un rostro humano fijado al respaldo de una silla, como si brotara de ella, sobre dos manos cuyas palmas señalan hacia arriba. Las piezas a tamaño real están construidas con cera de soja tintada, y diez mechas de vela salen de diferentes partes de la escultura. El transcurso del tiempo aparece por tanto en forma de una vela que se va consumiendo, en una combustión lenta, estable y duradera -que aparece recogida en una proyección audiovisual-, pero que irremediablemente está condenada a terminar una vez se agote el combustible.
En un lenguaje escultórico se expresa también Raisa Ponce González con Miradas al alma. Consiste en un conjunto de tres esculturas;âÂÂÂÂÂÂtres ojos de metal de diferentes tamaños. Cada uno de ellos muestra características distintas;âÂÂÂÂÂÂuno de ellos tiene el iris creado con flores de colores alegres y desenfadados, el segundo lo presenta con tonos rosas y rojos, comúnmente relacionados con el amor, y el tercer ojo, el más pequeño, tiene su iris en tonos azules dando la sensación de tristeza o melancolía. Aunque la pieza no está directamente relacionada con el tiempo, sí que muestra el transcurso entre los diferentes estados de ánimo.
Por último, Julia Pinilla Gimeno presenta Permanencia efímera. La pieza resulta de la composición de unas esferas que cuelgan formando una media luna. Están creadas con hilos y cada una de ellas tiene una pequeña mirilla a través de la cual pueden verse fotografías. De algún modo Pinilla echa mano del arte como un antídoto contra la fugacidad del tiempo, que se manifiesta a través de la total desaparición de las cosas que un día existieron y, tiempo después, dejan de hacerlo. Como explica la creadora en la hoja de sala, las fotografías representan la posibilidad de captar “momentos concretos, convirtiéndolos en algo permanente, dejando constancia del proceso artístico que se ha seguido y basándose en lo efímero de la explosión del globo con el que ha hecho la esfera-cápsula y la permanencia del cascarón de hilos que ha dejado”.
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