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Entre lanas y lañas; Calamocha saca pecho de su patrimonio industrial hidráulico recuperado Entre lanas y lañas; Calamocha saca pecho de su patrimonio industrial hidráulico recuperado
Imagen del interior del cárcavo donde el agua caía moviendo la rueda. A. G.

Entre lanas y lañas; Calamocha saca pecho de su patrimonio industrial hidráulico recuperado

La localidad celebra unas jornadas temáticas en torno al molinete de cobre y el lavadero de lana del siglo XVII
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La presencia de vetas de cobre superficiales en las sierras de Santa Cruz y Valdellosa, la abundancia de leña para alimentar fraguas y un curso fluvial regular durante todo el año hicieron que el Valle del Jiloca fuera desde la Edad Media un espacio propicio para la actividad metalúrgica ligada a este material. Aunque probablemente se desarrolló desde mucho antes, las primeras referencias documentales datan de 1632. Y medio siglo después, en 1686, un francés procedente de la región de Auvernia, Antón Ribera -Antón Riviere, originalmente- construyó un martinete de cobre en Calamocha, una instalación hidráulica en la que se fundía el metal y se le daba forma.

El año pasado el Ayuntamiento de Calamocha a través de la Fundación San Roque terminó el proyecto financiado con fondos Fite de recuperación y musealización del antiguo martinete. En septiembre de 2023 se realizó una jornada de puertas abiertas y desde entonces se han realizado visitas guiadas. Y este fin de semana se puso en marcha la primera edición de las Jornadas Entre Lanas y Lañas, destinadas a divulgar el alcance de este patrimonio industrial recuperado.

Emilio Benedicto durante la charla sobre el martinete de cobre, en el interior de la instalación recuperada. A. G. / Bykofoto


El molinete es una de las instalaciones que actualmente pueden visitarse en el Parque Etnológico del Puente Romano -aunque el puente en torno al que se articula es de origen medieval-, y que también incluye el antiguo lavadero de lanas y el molino harinero, adquirido por el municipio a principios de 2023.

El Ayuntamiento de Calamocha planteó unas jornadas entre lo cultural, lo divulgativo y lo lúdico. Diferentes artistas han realizado durante todo el fin de semana demostraciones de antiguos oficios ligados a este tipo de instalaciones; José Azul o Aymar Aizpuru realizaron demostraciones de trabajo en forja y exhibieron sus piezas en hierro; María Do Carmo hizo lo propio con telares y Ritamarindo realizó un taller de grabado sobre lino.

Además actores como María Sancho, Lorena Soler, Jorge Huerta, Rebeca Sánchez y Adriana Mazuryzyn representaron escenas dramatizadas sobre los antiguos oficios además del cuento El calderero encantado, que fue a por lana y salió trasquilado. Rory Cash y The Brothers in Law pusieron en contrapunto musical a las jornadas, que además contaron con un mercado artesano de trabajos textiles y metálicos y foodtrucks.

En la parte dedicada a la divulgación del patrimonio industrial recuperado en el entorno del parque etnológico, además de realizarse visitas guiadas por el interior del molinete de cobre, Cristian Salazar y Lourdes López, dos de los responsables de Lure Arqueología, la empresa encargada de la excavación, rehabilitación y musealización del espacio ofrecieron una conferencia sobre este proyecto que se inició antes de la pandemia, y además se presentó el documental, La recuperación del martinete de cobre de Calamocha, un audiovisual producido por El Molino y dirigido por David Pellicer.

Aymar Aizpuru durante una exhibición de forja, ayer. A. G. / Bykofoto


Isabel Moragriega, que junto a Emilio Benedicto es técnico municipal de la Fundación San Roque que ha llevado a cabo todo el proyecto, se mostraba este domingo satisfecha por la respuesta del público a unas jornadas “que queríamos que fueran específicas y que no solo sirvieran para enseñar las obras y la musealización que se ha llevado a cabo, sino también para reivindicar esos oficios, que todavía se mantienen, y que están relacionados con aquellas actividades que tenían lugar en estos elementos hidráulicos”.

Ambas estructuras, el lavadero de lanas y el molinete de cobre, datan del siglo XVII y funcionaron hasta prácticamente finales del XIX. Ambos tuvieron una importancia capital en el desarrollo económico y comercial de Calamocha y de todo el Valle del Jiloca.

El caso del lavadero de lanas era muy utilizado por comerciantes de este material textil que pasaban por la localidad, ya que el lavado de la lana permitía compactarla e incrementaba notablemente la cantidad de mercancía que podía transportarse.

En cuanto al martinete de cobre, fue uno de los dos que existieron en Calamocha, y de los cuatro que hubo en el valle del Jiloca -los otros estuvieron en Luco y en Daroca­-. Era una instalación que aprovechaba la energía hidráulica no directamente del río Jiloca, sino de la acequia del Cubo, que embalsaba el agua y la hacía caer sobre un cárcavo -cueva artificial- donde se situaba la rueda del molino. Esta era prácticamente la única parte de la instalación que se conservaba, en estado ruinoso, cuando se emprendió el proyecto de recuperación.

La rueda hidráulica accionaba dos mecanismos; por una lado una trompa de soplado, un ingenio italiano que gracias al agua expulsaba aire a presión que alimentaba la fragua donde se fundía el cobre. La automatización del soplado conseguía temperaturas mucho mayores que con los fuelles manuales, de modo que el metal obtenido del fundido del mineral era de mucha mayor calidad.

Ritamarindo, una de las artistas participantes, durante un taller que realizó de grabado sobre lino. A. G. / Bykofoto


Por otro lado el movimiento de la rueda accionaba también el martinete propiamente dicho; un gran martillo -similar a un batán textil, pero de mayor tamaño- que golpeaba y machacaba el cobre para forjar las planchas y darles forma.

El martinaire -oficial que trabajaba en el martinete- podría regular a través de dos tiradores la velocidad del martillo y también la cantidad de caudal de aire que entraba en la forja, y por tanto su temperatura.

Hasta que comenzó el proyecto de recuperación el antiguo martinete era poco más que una huerta abandonada y restos del cárcavo, muy deteriorados por la calcificación. “Para saber si era interesante o no recuperar la instalación hubo una primera fase de excavaciones, dirigidas por Pilar Edo, en las que se encontraron los primeros restos”, explicaba este domingo Isabel Moragriega.

A partir de ahí se creó el proyecto financiado por el FITE que ejecutó Lure Arqueología. “En la primera capa de las excavaciones encontramos los restos de una fábrica de jabones que hubo después del martinete. Pero tuvimos suerte porque esa fábrica se hizo encima, así que en las capas inferiores fueron saliendo los restos del martinete original”.

De hecho los elementos principales de la musealización respetan con pulcritud el aspecto original. Apareció la piedra original sobre la que se colocaba el yunque del martillo, y también la base de la forja, por lo que estos dos elementos centrales, además de los propios tiradores de regulación de caudal, ocupan las posiciones originales.

La musealización del espacio la completa una serie de piezas como las que se construían en el molinete, principalmente calderos de cobre de los que se utilizaban en la matacía o calentadores. Algunos de ellos se crearon en ese mismo molinete, aunque “normalmente aquí se hacían placas de cobre, y los mercaderes se las llevaban a otros lugares donde les daban forma”, explica Moragriega.

Algunas piezas en cobre, como calderos, sartenes o calentadores, completan la musealización del espacio. A. G. / Bykofoto


La procedencia francesa de Antón Ribera, hijo de un emigrante, hizo que existiera un gran intercambio comercial con el sur de Francia. Emilio Benedicto, en su libro La crisis del siglo XVII en las tierras del Jiloca, explica que incluso está documentado que Ribera asumía riesgos personales financiando a sus compatriotas galos la compra de cobre o facilitándoles todo lo posible el pago del material. “Incluso llegaron varios martinaires franceses a trabajar en este martinete”, afirma moragriega, lo que explica que algunas familias de Calamocha conserven el mote de Martinaire. “Se produjeron matrimonios entre estos artesanos franceses y mujeres calamochinas, y todo esto está muy bien documentado en parte porque estas personas venían aquí para un periodo largo, entre 3 y 7 años, así que dejaban constancia en notarías y registros de lo que tenían en su país, para que luego la familia no perdiera esos bienes”.

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