Imagen del gran belén de los Franciscanos, visitable hasta el próximo día 5 de enero
Belenes solidarios, espectaculares y minimalistas en la iglesia de San Francisco
Alfredo Colás reedita la tradicional exposición sobre belenismo de los franciscanos turolenses
Como todos los años desde hace veintidós, los que llevamos de siglo, Alfredo Colás da la bienvenida a quienes visitan la iglesia gótica de San Francisco, junto a río Turia a su paso por Teruel, con un monumental belén que, en realidad, son muchos belenes en exposición. Pueden visitarse por las tardes de 19.30 a 21 horas, y los festivos por la mañana después de misa, hasta la Noche de Reyes.
Además del gran belén del antiguo comedor de la comunidad turolense, con más de 200 figuras y una treintena de construcciones realizadas por Colás, todos los años crea junto al altar de la iglesia un nacimiento conceptual, a tamaño natural, “que siempre incorpora algún elementos de reivindicación social, para hacernos reflexionar”. El año pasado se dedicó a los inmigrantes que cruzan el Estrecho de Gibraltar en pateras arriesgando su vida en busca de un futuro para sus familias, y este año va dirigido a los desplazados ucranianos que han tenido que salir de sus casas en medio de la guerra y buscar otros lugares donde vivir. “Por desgracia creo que nunca van a faltarme temas a los que dedicar este nacimiento”, reflexiona Colás. Junto a esa representación, hay un montaje dedicado a Cáritas y la labor que desarrolla, a partir de unos maniquís sin cabeza, en alusión al anonimato de su obra, rodeados por una alambrada “que representa las trabas a las que suelen enfrentarse”.
A pocos metros, en una de las capillas de la iglesia, puede verse un belén de pequeño tamaño, que podría pasar desapercibido, pero que en realidad es muy especial. Recrea la primera representación de un belén ligada al cristianismo, que se data en 1223 -el próximo año se cumplirá el ochocientos aniversario-, y se atribuye a San Francisco de Asís, origen de la tradición de los belenes, en la localidad de Greccio, a unos 50 kilómetros al norte de Roma. Según la tradición -que varía según las diferentes teorías- San Francisco convocó a la población en una pequeña gruta natural a las afueras del pueblo, donde había una roca -en lugar de pesebre- y donde no había figuras, sino solamente un buey y una burra. Alfredo Colás sí que ha colocado un niño Jesús sobre la roca central porque en algunas versiones de la leyenda sí que se menciona, y para hacerlo más reconocible a la estética contemporánea.
De camino entre la iglesia y la sala donde se encuentra el gran belén, se atraviesa el Claustro en el que pueden verse expuestos 72 nacimientos de pequeño tamaño, aproximadamente la mitad de la colección que se guarda en la comunidad franciscana turolense, muchos de ellos procedentes de Perú y comprados a Cáritas o Manos Unidas. “La colección se ha ido incrementando con los años y ahora mismo alcanzará un total de 140 o 150”, explica Alfredo Colás. “En alguna ocasión se han llegado a exponer todos, utilizando todo el Claustro, pero son demasiados, y creo que es mejor ir rotándolos para que cada año haya algo nuevo que ver”.
Muchos de ellos son de tradición centro y sudamericana con una estética bien reconocible, sobre todo en las indumentarias, aunque también los hay clásicos, más o menos abigarrados o minimalistas, y un belén aragonés en el que las figuras lucen trajes regionales de las tres provincias. Los 72 nacimientos están colocados sobre sillas, “porque la silla es el símbolo de la hospitalidad, del que tiene sitio para el que viene”. El claustro estos días está además adornado con bolas decorativas de papel que cuelgan del techo. Son tradicionales en Mallorca, donde antes se hacían con la oblea de las formas recortada, “y la he puesto en homenaje al padre Pedro, que pasó muchos años en Mallorca y falleció no hace mucho”.
Lo primero que sorprenden cuando uno accede a la sala en la que se ubica el belén principal de unos cuarenta metros cuadrados, que es visitable de 19.30 a 21 horas los días laborables y los festivos tras la misa de la mañana, es la iluminación, que recrea los ciclos del día y de la noche e incluso la tenue luz blancoazulada de la luna llena por la noche, y una gran roca a partir de la cual se distribuyen las figuras y las edificaciones. La roca, de varios metros de alto y realizada con papel, en realidad “es muy espectacular pero está ahí para ocultar un púlpito que hay en la sala, porque es un antiguo comedor de la comunidad”, explica su creador.
A partir de ese accidente natural se despliegan los edificios, los caminos, las huertas y las figuras. Colás asegura que no responden a un plan preconcebido, de tal modo que ningún año el belén es igual. “Coloco la primera casa y a partir de ahí voy situando las demás, sin esquemas previos”, explica.
También destaca una gran cascada que vierte sobre una gran cuba de pintor y recicla el agua mediante una bomba. Después de que se estropeara otra cascada similar que pudo verse otros años, es el único elemento motorizado del belén, ya que a Alfredo Colás no le atraen las piezas móviles y prefiere los montajes estáticos. La cascada sin embargo se justifica porque proporciona el rumor del agua que sirve de banda sonora minimalista y perfecta para disfrutar del belén.
Alfredo Colás es, además de belenista, pintor, y trabaja perfectamente las perspectivas del montaje. La mesa tiene tres metros de fondo pero, como el belén solo se puede mirar desde uno de los lados largos de la mesa consigue una sensación de profundidad mucho mayor al situar las figuras grandes al frente, las medianas en un segundo plano y las pequeñas al fondo. Algunas de ellas están situadas incluso en puntos más difíciles de acceder a la vista, como una caravana comercial y una serie de figuras que están colocadas al fondo de un barranco que forma la roca, de forma que el conjunto no es tan explícito y está lleno de secretos y recovecos.
En total son más de 200 figuras, la mayor parte de ellas de barro adquiridas en Murcia y Lorca. Y nunca falta el guiño a San Francisco, fundador de la comunidad y origen de la tradición belenística, que se sitúa siempre cerca del nacimiento.
Los edificios están realizados a mano por Alfredo Colás, que utiliza sobre todo poliespán, escayola y masilla para su construcción. Pese a que tiene cierto afán historicista, se permite el lujo de reproducir algunas casas y edificaciones más acordes con la estética que tenemos en Occidente de la Palestina antigua. Sin embargo también pueden verse algunas casas que están construidas con tapiales blancos que cierran la entrada a cuevas naturales. “Si tuviéramos que ser completamente fieles, todas las casas deberían ser así, porque eran las que había en la época. Si visitas la zona, sobre todo por Nazaret entre la casa de María y la de José, se ven aún muchas casas así”.
Alfredo Colás es de Xativa (Valencia) aunque lleva 22 años en la comunidad franciscana de Teruel, donde convive con los otros tres hermanos. Comenzó en el mundo del belenismo “hace prácticamente 40 años”, cuando montó el primero en un asilo de Alcoy.
“Desde entonces las hermanas me han ido llamando y he recorrido muchos lugares montando belenes o ambientando las casas para Navidad, siempre en asilos de la tercera edad”, en lugares como Albacete, Chinchón, Badajoz o Sigüenza, entre otros muchos de toda España.
Desde el año pasado, cuando una enfermedad le obligó a guardar cama durante un prolongado tiempo, ya no sale fuera a montar sus belenes, aunque no renuncia a poner en pie, como todos los años, el de la Iglesia de los Franciscanos de Teruel.
Además del gran belén del antiguo comedor de la comunidad turolense, con más de 200 figuras y una treintena de construcciones realizadas por Colás, todos los años crea junto al altar de la iglesia un nacimiento conceptual, a tamaño natural, “que siempre incorpora algún elementos de reivindicación social, para hacernos reflexionar”. El año pasado se dedicó a los inmigrantes que cruzan el Estrecho de Gibraltar en pateras arriesgando su vida en busca de un futuro para sus familias, y este año va dirigido a los desplazados ucranianos que han tenido que salir de sus casas en medio de la guerra y buscar otros lugares donde vivir. “Por desgracia creo que nunca van a faltarme temas a los que dedicar este nacimiento”, reflexiona Colás. Junto a esa representación, hay un montaje dedicado a Cáritas y la labor que desarrolla, a partir de unos maniquís sin cabeza, en alusión al anonimato de su obra, rodeados por una alambrada “que representa las trabas a las que suelen enfrentarse”.
A pocos metros, en una de las capillas de la iglesia, puede verse un belén de pequeño tamaño, que podría pasar desapercibido, pero que en realidad es muy especial. Recrea la primera representación de un belén ligada al cristianismo, que se data en 1223 -el próximo año se cumplirá el ochocientos aniversario-, y se atribuye a San Francisco de Asís, origen de la tradición de los belenes, en la localidad de Greccio, a unos 50 kilómetros al norte de Roma. Según la tradición -que varía según las diferentes teorías- San Francisco convocó a la población en una pequeña gruta natural a las afueras del pueblo, donde había una roca -en lugar de pesebre- y donde no había figuras, sino solamente un buey y una burra. Alfredo Colás sí que ha colocado un niño Jesús sobre la roca central porque en algunas versiones de la leyenda sí que se menciona, y para hacerlo más reconocible a la estética contemporánea.
72 pequeños nacimientos
De camino entre la iglesia y la sala donde se encuentra el gran belén, se atraviesa el Claustro en el que pueden verse expuestos 72 nacimientos de pequeño tamaño, aproximadamente la mitad de la colección que se guarda en la comunidad franciscana turolense, muchos de ellos procedentes de Perú y comprados a Cáritas o Manos Unidas. “La colección se ha ido incrementando con los años y ahora mismo alcanzará un total de 140 o 150”, explica Alfredo Colás. “En alguna ocasión se han llegado a exponer todos, utilizando todo el Claustro, pero son demasiados, y creo que es mejor ir rotándolos para que cada año haya algo nuevo que ver”.
Muchos de ellos son de tradición centro y sudamericana con una estética bien reconocible, sobre todo en las indumentarias, aunque también los hay clásicos, más o menos abigarrados o minimalistas, y un belén aragonés en el que las figuras lucen trajes regionales de las tres provincias. Los 72 nacimientos están colocados sobre sillas, “porque la silla es el símbolo de la hospitalidad, del que tiene sitio para el que viene”. El claustro estos días está además adornado con bolas decorativas de papel que cuelgan del techo. Son tradicionales en Mallorca, donde antes se hacían con la oblea de las formas recortada, “y la he puesto en homenaje al padre Pedro, que pasó muchos años en Mallorca y falleció no hace mucho”.
El gran belén
Lo primero que sorprenden cuando uno accede a la sala en la que se ubica el belén principal de unos cuarenta metros cuadrados, que es visitable de 19.30 a 21 horas los días laborables y los festivos tras la misa de la mañana, es la iluminación, que recrea los ciclos del día y de la noche e incluso la tenue luz blancoazulada de la luna llena por la noche, y una gran roca a partir de la cual se distribuyen las figuras y las edificaciones. La roca, de varios metros de alto y realizada con papel, en realidad “es muy espectacular pero está ahí para ocultar un púlpito que hay en la sala, porque es un antiguo comedor de la comunidad”, explica su creador.
A partir de ese accidente natural se despliegan los edificios, los caminos, las huertas y las figuras. Colás asegura que no responden a un plan preconcebido, de tal modo que ningún año el belén es igual. “Coloco la primera casa y a partir de ahí voy situando las demás, sin esquemas previos”, explica.
También destaca una gran cascada que vierte sobre una gran cuba de pintor y recicla el agua mediante una bomba. Después de que se estropeara otra cascada similar que pudo verse otros años, es el único elemento motorizado del belén, ya que a Alfredo Colás no le atraen las piezas móviles y prefiere los montajes estáticos. La cascada sin embargo se justifica porque proporciona el rumor del agua que sirve de banda sonora minimalista y perfecta para disfrutar del belén.
Alfredo Colás es, además de belenista, pintor, y trabaja perfectamente las perspectivas del montaje. La mesa tiene tres metros de fondo pero, como el belén solo se puede mirar desde uno de los lados largos de la mesa consigue una sensación de profundidad mucho mayor al situar las figuras grandes al frente, las medianas en un segundo plano y las pequeñas al fondo. Algunas de ellas están situadas incluso en puntos más difíciles de acceder a la vista, como una caravana comercial y una serie de figuras que están colocadas al fondo de un barranco que forma la roca, de forma que el conjunto no es tan explícito y está lleno de secretos y recovecos.
En total son más de 200 figuras, la mayor parte de ellas de barro adquiridas en Murcia y Lorca. Y nunca falta el guiño a San Francisco, fundador de la comunidad y origen de la tradición belenística, que se sitúa siempre cerca del nacimiento.
Los edificios están realizados a mano por Alfredo Colás, que utiliza sobre todo poliespán, escayola y masilla para su construcción. Pese a que tiene cierto afán historicista, se permite el lujo de reproducir algunas casas y edificaciones más acordes con la estética que tenemos en Occidente de la Palestina antigua. Sin embargo también pueden verse algunas casas que están construidas con tapiales blancos que cierran la entrada a cuevas naturales. “Si tuviéramos que ser completamente fieles, todas las casas deberían ser así, porque eran las que había en la época. Si visitas la zona, sobre todo por Nazaret entre la casa de María y la de José, se ven aún muchas casas así”.
Alfredo Colás es de Xativa (Valencia) aunque lleva 22 años en la comunidad franciscana de Teruel, donde convive con los otros tres hermanos. Comenzó en el mundo del belenismo “hace prácticamente 40 años”, cuando montó el primero en un asilo de Alcoy.
“Desde entonces las hermanas me han ido llamando y he recorrido muchos lugares montando belenes o ambientando las casas para Navidad, siempre en asilos de la tercera edad”, en lugares como Albacete, Chinchón, Badajoz o Sigüenza, entre otros muchos de toda España.
Desde el año pasado, cuando una enfermedad le obligó a guardar cama durante un prolongado tiempo, ya no sale fuera a montar sus belenes, aunque no renuncia a poner en pie, como todos los años, el de la Iglesia de los Franciscanos de Teruel.
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