Estábamos mirándonos el ombligo, cuando sonó una tremenda explosión. A algunos nos pilló buscando tapones para los oídos. Nos molestaban nuestros vecinos que levantaban la voz para difundir mentiras, para esparcir bulos; con lo poco que cuesta difamar en voz baja, ¡qué falta de consideración!
Había quien no encontraba sus gafas. No es que las necesitaran para ver el resplandor de la bomba, eso se nota perfectamente cuando te quema la piel. La onda expansiva te sacude como lo que eres, un saco de vísceras y huesos. Solo unos pocos estaban mirando hacia la línea del horizonte por donde se supone que aparecería el mortífero resplandor de la guerra. Las previsiones se cumplieron.
Quizás no acierten las encuestas de intención de voto, pero estas amenazas siempre hay que tomarlas en serio. Los dictadores del mundo no se molestan en amenazar en vano. Bombardean países, destruyen ciudades, torturan civiles sin mancharse las manos para que quienes se las estrechan no se sientan incómodos. La gente necesita verse las manos limpias, aunque tenga el alma llena de hollín.
Ojos que no ven... tortazo que nos pegamos (en este caso) los demás. Nosotros pendientes del terrorismo dialéctico de baja intensidad, el que corroe la política y nos enemista con nuestros vecinos, independentistas, fascistas o simplemente librepensadores y llegó Putin y pulsó el botón nuclear. Había avisado a Trump que ya está camino a Marte en un cohete de su amigo Elon, que para eso le ha prometido que lo nombrará secretario de estado de reformas, para que le deje sus naves espaciales cuando estalle en la Tierra la guerra global que él y sus amiguetes están azuzando.
Los demás no corrimos tanta suerte. Claro, que no teníamos un gobierno que ofrecer a cambio, solo un voto, y eso no es nada si no lo juntas con unos cuantos millones más. Y ahora ya no queda nada, ni elecciones, ni millones ni personas que revuelvan entre sus miserias buscando tapones para los oídos y gafas del color de sus prejuicios. Ahora todos estamos muertos...se acabó la rabia.
Había quien no encontraba sus gafas. No es que las necesitaran para ver el resplandor de la bomba, eso se nota perfectamente cuando te quema la piel. La onda expansiva te sacude como lo que eres, un saco de vísceras y huesos. Solo unos pocos estaban mirando hacia la línea del horizonte por donde se supone que aparecería el mortífero resplandor de la guerra. Las previsiones se cumplieron.
Quizás no acierten las encuestas de intención de voto, pero estas amenazas siempre hay que tomarlas en serio. Los dictadores del mundo no se molestan en amenazar en vano. Bombardean países, destruyen ciudades, torturan civiles sin mancharse las manos para que quienes se las estrechan no se sientan incómodos. La gente necesita verse las manos limpias, aunque tenga el alma llena de hollín.
Ojos que no ven... tortazo que nos pegamos (en este caso) los demás. Nosotros pendientes del terrorismo dialéctico de baja intensidad, el que corroe la política y nos enemista con nuestros vecinos, independentistas, fascistas o simplemente librepensadores y llegó Putin y pulsó el botón nuclear. Había avisado a Trump que ya está camino a Marte en un cohete de su amigo Elon, que para eso le ha prometido que lo nombrará secretario de estado de reformas, para que le deje sus naves espaciales cuando estalle en la Tierra la guerra global que él y sus amiguetes están azuzando.
Los demás no corrimos tanta suerte. Claro, que no teníamos un gobierno que ofrecer a cambio, solo un voto, y eso no es nada si no lo juntas con unos cuantos millones más. Y ahora ya no queda nada, ni elecciones, ni millones ni personas que revuelvan entre sus miserias buscando tapones para los oídos y gafas del color de sus prejuicios. Ahora todos estamos muertos...se acabó la rabia.