Tengo la sensación de que madurar y más aún hacerse mayor, consiste demasiado a menudo en dejar de reírse. Los niños lloran con mucha facilidad, pero se ríen con la misma. Los grupos de adolescentes estallan en carcajadas a la mínima ocasión, a pesar de los gestos taciturnos con los que deambulan por la calle.
Sin embargo, llega un momento en el que dejamos de reírnos por cualquier motivo, o sin él, que es todavía mejor, y esa parece la señal indudable de que nos hemos hecho mayores.
Como profesional concienzuda de la televisión, esta semana he asistido al duelo televisivo nacional entre Broncano y Motos (de momento, con marcador parcial a favor del primero), y que conste que he puesto lo de “nacional” a conciencia porque en este país ya nada ni nadie parece a salvo de la batalla político-patriótica que lo enfanga todo, y mucho menos la televisión.
Yo por mi parte, he hecho el esfuerzo de juzgar los productos por lo que son, o dicen ser: programas de entretenimiento con el objetivo principal de hacernos pasar un buen rato. Y saben quién me ganó…quien más me hizo reír. Además de relajarme, me llevó a pensar en los últimos meses, en los que he devorado la obra de David Sedaris. El escritor griego-americano retrata salvajemente la sociedad en la que vive convirtiendo sus desventuras y las de su propia familia en anécdotas cómicas o incluso hilarantes que te mantienen pegado a las páginas de sus libros.
Según el pediatra y profesor Carlo Valerio Bellieni, un profundo conocedor de esta respuesta humana, la risa es una señal para nosotros mismos y para los demás de que una amenaza potencial es, en realidad, inofensiva, así lo aprenden los niños y de ello se sirven a menudo los grandes cómicos. ¿En qué momento lo olvidamos? Las investigaciones de Ballieri apuntan a que la risa es una herramienta que la naturaleza nos ha proporcionado para ayudarnos a sobrevivir. Yo creo que a estas alturas de la evolución va mucho más allá: para vivir bien hay que reírse a gusto, lo demás es sobrevivir.
Sin embargo, llega un momento en el que dejamos de reírnos por cualquier motivo, o sin él, que es todavía mejor, y esa parece la señal indudable de que nos hemos hecho mayores.
Como profesional concienzuda de la televisión, esta semana he asistido al duelo televisivo nacional entre Broncano y Motos (de momento, con marcador parcial a favor del primero), y que conste que he puesto lo de “nacional” a conciencia porque en este país ya nada ni nadie parece a salvo de la batalla político-patriótica que lo enfanga todo, y mucho menos la televisión.
Yo por mi parte, he hecho el esfuerzo de juzgar los productos por lo que son, o dicen ser: programas de entretenimiento con el objetivo principal de hacernos pasar un buen rato. Y saben quién me ganó…quien más me hizo reír. Además de relajarme, me llevó a pensar en los últimos meses, en los que he devorado la obra de David Sedaris. El escritor griego-americano retrata salvajemente la sociedad en la que vive convirtiendo sus desventuras y las de su propia familia en anécdotas cómicas o incluso hilarantes que te mantienen pegado a las páginas de sus libros.
Según el pediatra y profesor Carlo Valerio Bellieni, un profundo conocedor de esta respuesta humana, la risa es una señal para nosotros mismos y para los demás de que una amenaza potencial es, en realidad, inofensiva, así lo aprenden los niños y de ello se sirven a menudo los grandes cómicos. ¿En qué momento lo olvidamos? Las investigaciones de Ballieri apuntan a que la risa es una herramienta que la naturaleza nos ha proporcionado para ayudarnos a sobrevivir. Yo creo que a estas alturas de la evolución va mucho más allá: para vivir bien hay que reírse a gusto, lo demás es sobrevivir.