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No mandé mis barcos a luchar... No mandé mis barcos a luchar...

No mandé mis barcos a luchar...

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Fabiola Hernández

Llora Luis Suárez desconsolado porque Uruguay se vuelve a casa. Aunque estos excesos ya no nos sorprenden, siguen conmoviendo las lágrimas de niño en ojos de un millonario que pierde poco más que una ilusión infantil.

¿Por qué para los alemanes el sueño nunca se desvanece, si es la segunda vez consecutiva que caen en primera ronda? ¿Por qué para ellos cualquier meta es siempre alcanzable? Japoneses y coreanos saldan sus deudas con la historia de los perdedores arrancando con el vientre el césped de Catar, mientras los marroquíes aprovechan su victoria para probar el sabor de las aglomeraciones callejeras, vetadas en su país por cualquier otro motivo; desmedidas, fuera de él.

Como buena exaficionada, soy capaz de ver los dramas futboleros con distancia, y al principio, incluso mantenerme al margen de las euforias y las decepciones colectivas, juzgadas y sentenciadas por los pocos marcianos que se mantienen al margen de un campeonato más mundial que ninguno.  Solo al principio.  No hay emociones más profundas que la compartidas y mi razón no es tan fuerte como para repudiarlas. Si el gol de Iniesta inspiró a todo un Sánchez Arévalo La Gran Familia Española, cómo voy yo a resistirme al canto de sirena de los festejos y los funerales sin muerto, siempre que sean colectivos.

El salvaje desprecio de Catar por los derechos humanos, sobre todo si los humanos son mujeres, y sus obscenidades económicas, coreadas por la FIFA, mantuvieron a raya los excesos de los muchos que mandamos la ética a luchar contra las emociones. Como las tribus íberas contra las legiones romanas, ganaron algún tibio asalto que celebramos como una heroicidad mientras aprendíamos latín.

He visto a activistas anti fútbol preguntar por el próximo partido, a indiferentes de boquilla buscar el bar con la tele más grande y a ex aficionados, como yo, sucumbir a retransmisiones mientras buscábamos un sustituto a la vencida escuadra patria. No mandé mis barcos a luchar contra un mundial de fútbol, pobres barquitas.