La Agencia Estatal de Meteorología pronostica que las temperaturas de julio, agosto y septiembre serán “muy superiores a lo normal en toda España” tanto, que este que viene, podría situarse entre el 20 % de los veranos más cálidos registrados. Ahora no parecemos demasiado preocupados porque no hay nada más débil que nuestra memoria meteorológica y el paso de una Dana (una borrasca, para entendernos) nos ha dado un respiro; de hecho, este verano ladino entró con un desplome de temperaturas de casi diez grados. Todo, después de una primavera que, gracias a la alternancia de episodios cálidos y fríos, no ha sido tan insoportable como la de 2023.
Llámenme loca, pero yo creo que la Aemet está pronosticando algo más que las temperaturas y las lluvias (pocas, por cierto) para estos próximos meses. La primavera nos confirmó que Alfonso Rueda seguirá al frente de la Xunta y que Pradales será el nuevo Lehendakari. Una mayoría absoluta y unas negociaciones, ya fuera de foco, con final feliz anunciado. Una temperatura política fácil de soportar.
Pero aún estábamos cambiando los armarios cuando empezamos a vislumbrar la repetición electoral en Cataluña, ¿y ahora que nos ponemos? Fueron muchos quienes la pronosticaron el mismo 12 de mayo, en pleno equinoccio, pero otros tantos, los que rogábamos un nuevo episodio de los acuerdos de Estrasburgo, o de Barcelona, o de cualquier sitio, pero acuerdo. Y no por convicción política, sino por el puro egoísmo de saber qué meter en la maleta. Nadie descansa de verdad si la mínima no baja de 21 grados (noches tropicales, las llaman) ni si está pendiente a diario de que los aguaceros estivales le vayan a aguar los planes. Von der Leyen será reelegida presidenta de la Comisión Europea; o no, eso a nadie le importuna el sueño estival (aunque igual debería), otra cosa es empezar las vacaciones con la amenaza de olas de calor insoportables y tormentas salvajes que nos arrastren de la Generalitat a la Moncloa sin habernos cambiado de ropa.