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Las personas felices Las personas felices

Las personas felices

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Fabiola Hernández

En verano, las personas me han parecido siempre un poco más felices. Será por eso que cada año sobre estas fechas me lanzo a reflexionar con ustedes sobre el asunto.

Desde que, en 1989, el estadounidense Martin Seligman proclamara el imperio de la psicología positiva, las teorías sobre la felicidad se han reescrito decenas de veces, con toda probabilidad, porque los postulados que se aplauden como grandes hallazgos en un momento dado se quedan obsoletos pocos años después. Lo que por fin ya casi nadie duda es que nuestra felicidad no depende exclusivamente de nuestra actitud. Es más, muchos profesionales reconocen que llevan años reconstruyendo lo que el sentimiento de culpa ha destruido en aquellos pacientes incapaces de alcanzarla.

Hacer a cada uno culpable de sus desgracias se ha demostrado como una herramienta de poder de una eficacia imbatible y es, seguramente, el principal logro de la llamada industria de la felicidad, a la que economistas, empresarios y políticos se afiliaron allá por los noventa. Crear un producto que alimenta una industria multimillonaria no es, desde mi punto de vista, lo más dañino.

Lo más perjudicial de esta creencia cuasi religiosa es aplicarla para manipular a los empleados a los que se convence de que son los únicos responsables de su productividad, independientemente de cuánto cobren, la duración de su contrato, la incertidumbre del mercado o las exigencias de la dirección de la compañía. Afortunadamente, hace ya tiempo que nos asomamos a las vacaciones sintiendo que algo no funciona, aunque la estructura socio-política-económica en la que estamos atorados siga haciéndonos creer que, si algo no nos gusta, nuestra actitud debería ser suficiente para cambiarlo.

Sentados a la orilla del mar, dejemos que las olas nos adormezcan, midamos nuestra envergadura desde la cumbre de una montaña o tomémonos cada mediodía un vermut con los amigos en la plaza del pueblo. Cuando terminen las vacaciones deberíamos tener claro cuándo dejamos de preguntarnos si éramos felices.