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La Vaquilla  y los recuerdos La Vaquilla  y los recuerdos

La Vaquilla y los recuerdos

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Fabiola Hernández
No soy nostálgica, ni siquiera me pregunto si serlo es bueno o malo. Mucho menos, melancólica. No se puede ser lo segundo sin lo primero. Aun así, estoy convencida de que somos lo que recordamos. La autoayuda menos científica, la de los cuadernos de colores y las tazas cuquis, dice que no debemos mirar hacia el pasado, que la felicidad se consigue viviendo en el presente. Sin afán de entrar en debates psicológicos y mucho menos ontológicos, yo diría que la felicidad de un vaquillero se parece bastante a una casaca negra en la que se han ido cosiendo escudos durante treinta o cuarenta años.

Hacerse mayor tiene cosas buenas (por más que nos hayamos dejado convencer de lo contrario) y esa es una de la mejores. Hay más. Otra es reencontrase con los amigos que solo se ven en la Vaquilla; y sin haber quedado previamente. No por falta de interés, sino porque quienes llevamos muchos escudos cosidos en la casaca ya sabemos dónde encontrar a cada uno: en su peña de siempre. Eso también lo dan los años, y los recuerdos.

Casi seguro que un adolescente es más difícil de localizar. Encontrar tu lugar en la Vaquilla es como encontrar tu lugar en el mundo: hace falta tiempo, paciencia y cierta sabiduría. No se trata solo de acumular recuerdos, hay que saber en qué lugar de nuestra mente colocarlos.

No todo lo vivido durante décadas vaquilleras podrá ser bueno, y sin embargo, se transformará en extraordinario, porque a base de pañuelos descoloridos, zapatillas desechadas y batallitas compartidas acabas constatando que  lo que pasa en Teruel durante esos días no podría haber sucedido en ningún otro momento ni en ningún otro lugar. Será entonces, cuando tus recuerdos empezarán a construir un pasado al que, a pesar de lo que digan, te encantará asomarte.

Seguramente eso sea nostalgia, ahora me doy cuenta, pero la nostalgia vaquillera, ya les digo yo, que no es como las demás. Ni las lágrimas, ni los gritos, ni las risas, ni por supuesto los recuerdos, los ladrillos de nuestra identidad.