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Juanjo Juanjo
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Fabiola Hernández
Me dijiste pasa, chatica, pasa, y entré hasta la cocina. Tanto, que aquí sigo. Estábamos en la asamblea general de Caja Rural de Teruel, la primera que cubría en mi vida. Intentando disimular mi cara de susto, me senté a tu lado, y ahí sigo, procurando que cada sobresalto de esta profesión me pille con tu número de teléfono en la mano.

Pocas veces más te tuve tan cerca porque ya entonces tú tenías tareas más complicadas que acudir a ruedas de prensa y nunca compartimos redacción. Eso me lo debe la vida. Un tiempo después me felicitaste por una de mis primeras entrevistas en la TLT. Nunca supe cuánto de sinceridad y cuánto de amabilidad había en aquellas palabras, pero fueron suficientes para hacerme creer que algo habría hecho bien.

Sinsabores no me han faltado y una respuesta tuya a un desasosiego mío, tampoco; ni al de nadie, que yo sepa. Esta profesión nos exige ser unos cotillas. Por eso todos los periodistas de esta ciudad y muchos allende los límites provinciales han sabido todos estos años dónde estaba tu despacho, en qué café desayunabas por las mañanas y cuándo librabas para poder robarte una cerveza rápida.

Tus escasas paradas han sido nuestros descansos, refugio en las tormentas diarias, consuelo de nuestras recurrentes quejas. Bendecido por un hechizo que nunca confesarás, el tiempo ha transcurrido y tú siempre estabas, en mi caso, al otro lado del teléfono. Eso no va a cambiar, ya lo sé, pero no ver tu reflejo en las páginas del DIARIO cuando lo abra cada mañana, me obligará a mirar Teruel con otros ojos, a guiarme por otro faro, que quizás alumbre bien, pero ya no será el mío. Lo más importante de nuestra amistad se escribió y se escribirá fuera de estas páginas. Eso no es solo un consuelo, lo es todo.

Aún así, si ahora estoy escribiendo en esta contraportada, una de las mayores satisfacciones que me ha dado este oficio, es por ti, Juanjo. Seguiré escribiendo, si me dejan, y seguiremos hablando, porque en esta profesión nuestra en la que los problemas los crean las palabras, tus palabras los arreglan.