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El moro y el negro El moro y el negro
EFE

El moro y el negro

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Fabiola Hernández
No hay mejor estudio sociológico de un país que escuchar las conversaciones de piscina de sus niños. Agazapados a la sombra debajo de los pocos árboles que rodean a esos templos sagrados del verano, traducen lo que han oído en casa eliminando prejuicios adultos y pasándolo por el filtro del sentido común infantil. De esta manera, nos ponen frente al espejo de la realidad que suele ser mucho menos noble de lo que nos gusta pensar.

El día después de que España ganara la Eurocopa, cuatro muchachos de unos diez u once años se sentaban detrás de mí en la piscina. Miraban atentamente a su pequeño líder cuando decía: “yo creo que no todos los marroquíes son malos”. Hablaba afectado, con el gesto compungido. Estoy segura de que al decirlo creía que traicionaba algo o a alguien, pero también de que no sabía por qué.

Unas horas antes, yo misma lo había visto chillar enloquecido para celebrar el gol de Nico Williams en la final contra Inglaterra y corear después del partido: ‘Amin Yamal, cada día yo te quiero más’, la versión futbolera de la rumba del Príncipe Gitano que se ha convertido, sin pretenderlo, en un canto contra la xenofobia.

Con todos esos estímulos atorando su filtro racional, incluso a un niño de once años le resultaba difícil reproducir el discurso de tantos adultos, así que lo moduló con la inocencia que le da su edad. Resulta que el hijo de los ghaneses que llegaron en patera y el de los marroquíes que se han partido la espalda por un futuro para su familia no nos han robado nada. Al contrario, nos han regalado pases y goles sin los cuales ahora mismo no seríamos campeones de Europa.

Ni ellos ni sus familias han atracado a nadie ni han violado a nadie, del mismo modo que poquísimos españoles de raza caucásica lo hacen. La maldad o la bondad no la da el color de la piel, tampoco la profesionalidad.

Soy la primera que entiende que nuestra sociedad debe mantener los valores que nos han traído hasta aquí, pero nunca me convencerán de que el moro y el negro no caben en ella.