

El castillo de Rodenas fue clave en la defensa de la parte septentrional de la taifa de Albarracín
Lo incendió Pedro III durante la conquista del Reino de los Azagra, pero pronto fue reconstruido por su situaciónLos castillos son uno de los principales recursos turísticos en diversas zonas de la provincia
Arcatur muestra en Libros detalles de su castillo o ‘Plaza de los Moros’
La piedra rodeno ha llamado siempre la atención por su color rojizo y sus excelentes cualidades constructivas, lo que ha favorecido su uso en todo tipo de edificaciones. El rodeno se formó hace casi 250 millones de años, fruto de la acumulación de los sedimentos originados por la erosión de un antiguo macizo montañoso, en un contexto de clima extremadamente árido. Es el viejo recuerdo de un olvidado desierto, surcado por corrientes de agua torrenciales y discontinuas corrientes, cuyas características dan nombre a una facies geológica: el Buntsandstein (en alemán “arenisca colorida”)
Los afloramientos de rodeno salpican buena parte de la provincia de Teruel, desde Huesa del Común y Oliete hasta Camarena de la Sierra y Arcos de las Salinas. Pero es en el Parque Cultural de Albarracín donde alcanza una considerable extensión y una mayor diversidad de formas y paisajes. En el extremo septentrional de este Parque se encuentra Ródenas, pueblo cuyo nombre recuerda inevitablemente al de la citada roca; tanto el topónimo como el propio nombre de la roca parecen derivar de su color rojizo (“ruber” en latín).

La peculiar piedra rodeno imprime un carácter singular al pueblo de Ródenas y a su entorno, como podemos apreciar paseando por sus calles o subiendo hasta las ruinas de su viejo castillo. En este reportaje nos referiremos al pasado de Ródenas, en el que se entrecruzan la Historia y la leyenda hasta el punto de trascender a una de las principales obras de la literatura medieval occidental: las Cántigas de Santa María de Alfonso X el Sabio, rey de Castilla (1221-1284). En el próximo reportaje nos centraremos en el patrimonio arquitectónico de Ródenas, profundamente marcado por el uso de la “piedra rojiza”.
Escenario histórico
La villa de Ródenas se encuentra en un estrecho y largo altiplano, situado por encima de los 1.350 m.s.n.m., que se extiende desde Pozondón hasta Tordesilos (Guadalajara). Pero sus raíces más profundas están en los peñascos rojizos situados sobre el casco urbano, donde se asienta el Castillo de Ródenas. Esta fortaleza milenaria puede identificarse con el “hisn” (castillo rural andalusí) de Rudinas, citado por Ibn Hayyan (987-1075), historiador hispanomusulmán que fue testigo de la etapa final del Califato de Córdoba y de la implantación de los reinos de taifas. Décadas después el también hispanomusulmán al-Idrisi (1099-1165) lo menciona igualmente como un “hisn”, situado a medio camino entre Medinaceli y Albarracín.
El origen de esta fortificación podría remontarse a la primera mitad del siglo X, algo que deberá ser corroborado en futuras intervenciones arqueológicas. Tras la fragmentación del Califato de Córdoba, pasó a desempeñar un importante papel en la defensa de la parte septentrional del reino taifa de Albarracín.
En 1142, Ródenas aparece citado en el Fuero de Daroca en la delimitación del alfoz de esta villa; también figura en la Bula de Adriano IV, que confirma los límites del obispado de Zaragoza (1158), como una de las poblaciones más relevantes que definían su demarcación. Pocos años después, se documenta que formaba parte del señorío de Albarracín, creado tras la cesión de la antigua taifa a Pedro Ruiz de Azagra (1167), efectuada por Muhammad ibn Mardanis (el “rey Lobo”). Durante algo más de un siglo, fue la principal fortaleza del flanco septentrional de este señorío. El Castillo de Ródenas fue incendiado durante las operaciones militares que permitieron a Pedro III de Aragón la conquista del señorío de los Azagra (1287).
Pero la destrucción de la fortaleza fue solo momentánea. Situada a escasos kilómetros de la frontera con Castilla, pronto fue reparada (1296) y dotada de un alcaide con su correspondiente guarnición, con una importante asignación económica (1.000 sueldos) procedente de los peajes y otras rentas que el rey obtenía de la Villa de Daroca y sus aldeas. A fin de cuentas, Ródenas era una pieza esencial en la primera línea defensiva frente al frecuentemente hostil Reino de Castilla; los cercanos castillos de San Ginés y Peracense completaban la defensa de este pequeño altiplano y de los barrancos que descienden hasta el valle del Jiloca.
El Castillo de Ródenas fue una de las posiciones que sufrió el embate castellano durante la Guerra de los Dos Pedros, por lo que se multiplicó la cantidad económica asignada hasta 3.500 sueldos durante los años 1363-1366; esta cifra estaba entre las dotaciones más altas para los castillos cercanos a la frontera castellana, siendo superior incluso a la otorgada a las citadas fortalezas de Peracense y San Ginés; además, se documenta la existencia de una partida de sesenta almogávares que en 1363 se moverían por este territorio y por Daroca, contribuyendo a su defensa frente al poderoso ejército castellano.
Su importancia estratégica parece haberse mantenido durante el convulso siglo XV, pero fue desapareciendo durante el XVI. Cuando en 1610 el geógrafo portugués Juan Bautista Labaña utilizó en Castillo de Ródenas como hito de referencia en sus mediciones, la fortaleza ya debía estar en franco declive.

Hoy subsisten diversas estructuras en lo alto de un peñasco que se alza 170 m sobre el altiplano y más de 500 m por encima del valle del Jiloca. Tanto el afloramiento rocoso sobre el que se asienta, como los potentes muros de desgastada sillería califal que aún se conservan, son de piedra rodeno. Y el aljibe, situado en la parte más alta e inaccesible de la fortaleza, está tallado en ese mismo material.
A sus pies subsisten los restos de una antigua alquería andalusí y de un asentamiento bajomedieval cristiano. Constituyen la etapa más antigua de la aldea de Ródenas, posiblemente asentada en ese lugar antes de bajarse definitivamente a su emplazamiento actual.
En la literatura medieval
El peñasco rojizo sobre el que se asienta el Castillo es frecuentemente azotado por un intenso viento, que además de erosionar la piedra rodeno, desempeña un papel clave en la cántiga CXCI, la cual introduce Ródenas en la literatura medieval occidental. La protagonista es la mujer del alcaide “dun Castelo que chamado e Roenas que en termio d’Alvarrazín”, situado “en cima duna gran pena”.
Esta mujer, que tenía gran devoción a la Virgen, iba cada día a por agua a una fuente situada en el valle al pie de la montaña; en uno de estos peligrosos trayectos, el fuerte viento hizo que se despeñara; pero mientras caía desde lo alto de la peña, invocó a la Virgen, que acudió en su ayuda y evitó su muerte.
Las Cántigas de Santa María es una recopilación de poemas realizada entre 1270 y 1282 bajo las instrucciones de Alfonso X el Sabio, monarca castellano al que incluso se atribuye la autoría de algunos de ellos. Además de su importancia literaria y musical, uno de los cuatro códices conservados (el Códice Rico, guardado en el Monasterio del Escorial) incorpora seis miniaturas bellamente realizadas, asociadas a cada cántiga. Lo que nos proporciona una imagen idealizada del Castillo de Ródenas y las peñas sobre las que se alza, realizada en la segunda mitad del siglo XIII.
Un lugar de leyenda
El halo de leyenda del Castillo de Ródenas va más allá de las Cántigas de Alfonso X el Sabio. También es el escenario de un mundo onírico, situado en un intemporal medievo de “moros y cristianos”. La leyenda de Moricantada es la más conocida de todas. En el Castillo de Ródenas vivía un adinerado cristiano con su mujer y su bella hija. El príncipe heredero del reino taifa de Albarracín quería casarse con ella, pero pedía una fuerte dote. El padre desconfiaba del príncipe, ya que sabía de su vida disoluta y temía que el matrimonio solo fuera un pretexto para hacerse con su fortuna. El cristiano murió repentinamente, sin revelar dónde estaban ocultas sus riquezas; pero su mujer las encontró escondidas en un prado y con ellas pagó la dote de su hija, que estaba enamorada del príncipe.
Los sollozos de Moricantada
Pero la felicidad de la pareja solo duró el tiempo que el príncipe tardó en gastarse la dote. Entonces, éste exigió más dinero a la madre y recluyó a la hija en La Atalaya, una construcción próxima al Castillo de Ródenas, donde acabó muriendo de pena en la más absoluta soledad. La madre maldijo al príncipe y escondió nuevamente el tesoro. Pocos años después, la maldición surtió efecto y el príncipe se vio obligado a abandonar Albarracín en la mayor de las miserias. Dicen que en la Atalaya aún se pueden oír los sollozos de la desgraciada Moricantada; y que el tesoro sigue oculto en algún lugar de Ródenas, a la espera de que lo encuentre alguien digno de disfrutarlo.
Pero las leyendas no acaban aquí. El Castillo también fue el escenario de un intento de asalto por parte de una banda de renegados; la situación era desesperada, ya que la fortaleza solo albergaba mujeres y niños, que rogaron a una vieja sanadora que les ayudara. Cuando los asaltantes estaban a punto de tomar el Castillo, ésta les lanzó un hechizo que los convirtió en “chifarras” (chicharras), condenadas a cantar su eterno soniquete como castigo por sus perversas intenciones.
La colección de leyendas de Ródenas y el paisaje del rodeno es mucho más amplia, por lo que recomendamos la visita al centro de interpretación Los secretos del rodeno, instalado en el antiguo horno de esta villa.