Un tesoro fósil oculto en rocas de hace 110 millones de años como si fuesen matrioskas florece en Oliete
Los helechos del Cretácico hallados por la Fundación Dinópolis abren otra ventana a la reconstrucción del ecosistema en el que vivieron los dinosauriosHay fósiles en los que cuesta echarle imaginación para conseguir ver algo en ellos, y sólo la pericia de los paleontólogos consigue descifrarlos, pero otros muestran con todo lujo de detalles momentos del pasado remoto que han quedado congelados en el tiempo durante millones de años como si se hubiese hecho una fotografía tridimensional. Ese es el caso de uno de los últimos hallazgos de la Fundación Conjunto Paleontológico de Teruel-Dinópolis, unos helechos de hace 110 millones de años que parecen estar vivos en lugar de fosilizados por su excepcional conservación. El tesoro se hallaba oculto en el interior de unas rocas en el municipio de Oliete que al abrirlas con suma delicadeza como si fueran matrioskas, las populares muñecas rusas, iban apareciendo capas sucesivas de helechos aplastados unos sobre otros. Su importancia mundial se debe no sólo a su excepcional conservación, sino a que se encontraron en el mismo lugar en donde fueron sepultados con las plantas asociadas a sus raíces enterradas en el sedimento.
Son tantos los hallazgos que está llevando a cabo la Fundación Dinópolis, que a veces el trabajo que realizan los paleontólogos pudiera parecer algo rutinario, pero en cambio son cosas tan excepcionales las que están encontrando e investigando en el registro fósil de la provincia de Teruel, que su proyección e interés es mundial. Eso revela no sólo la labor que realiza esta institución científica, reconocida como Unidad de Paleontología de Dinosaurios por el Ministerio de Ciencia del Gobierno de España, sino el valiosísimo tesoro que son los fósiles turolenses para el desarrollo de la provincia.
Uno de esos tesoros se hallaba oculto en el interior de rocas de hace 110 millones de años en el municipio de Oliete. El descubrimiento salió publicado recientemente en la prestigiosa revista científica Cretaceous Research y su repercusión en prensa tuvo una amplia difusión.
Las plantas descritas en el trabajo, que firman paleontólogos de distintas instituciones científicas encabezadas por la Fundación Dinópolis, son helechos fósiles de la especie Ruffordia goeppertii. Estas plantas fueron probablemente el alimento de dinosaurios como Europelta carbonensis, un nodosáurido acorazado cuyos huesos se excavaron en la mina Santa María de Ariño en niveles similares a los que ahora han aparecido los helechos, aunque en el término de Oliete.
Lo que convierte en únicos estos nuevos materiales que se encuentran depositados en el Museo Aragonés de Paleontología que gestiona la Fundación Dinópolis, aparte de su conservación excepcional, es que tienen todas sus partes en conexión, incluidas las raíces por haber quedado depositados en el mismo lugar en el que crecieron. Además, conservan las esporas en el interior de sus estructuras reproductoras.
Contemplar estos fósiles es como trasladarse en el tiempo al Cretácico Inferior para recorrer las llanuras deltaicas en las que los dinosaurios dejaron impresas sus huellas sobre el terreno húmedo, y ver la hojarasca aplastada como si de un paisaje otoñal se tratara.
Luis Miguel Sender, paleontólogo de la Fundación Dinópolis, enseña estos materiales con tanto cariño que es fácil entender por qué estos descubrimientos se publican en revistas internacionales de primer orden internacional. Los fósiles no aparecen al azar, como erróneamente puedan creer algunos, sino que detrás hay un trabajo laborioso y sistemático de búsqueda en los niveles fosilíferos en los que pueden encontrarse. A veces aparecen y otras no, pero lo que está claro es que los fósiles no llegan al laboratorio por arte de magia, sino que hay que buscarlos en los niveles sedimentarios a partir del conocimiento que se tiene de la geología de cada zona.
Es primera hora de la mañana y a Sender se le nota emocionado al enseñar a este periódico los fósiles de helechos que han sido publicados en Cretaceous Research. Mientras, el director gerente de la Fundación Dinópolis, Alberto Cobos, que también firma este trabajo, atiende a otro medio de comunicación para hablar de otro hallazgo reciente, los dientes de unos dinosaurios carnívoros de la familia de los espinosáuridos, caracterizados por sus largos hocicos como los de los cocodrilos.
El ritmo de trabajo en la Fundación no para mientras Sender saca de las cajas en las que se conservan algunos de los fósiles de los helechos que han servido para hacer la publicación científica. Es una pequeña muestra, porque como comenta el paleontólogo, “son cientos de fósiles los que están depositados en estos materiales”.
Sender explica que estos helechos de hace 110 millones de años estaban muy difundidos por todo el mundo, sobre todo en Eurasia, que corresponde con lo que entonces era el continente del norte. Lo que ocurre, aclara, es que “la mayoría de los registros de estos helechos en todo el mundo son fragmentarios, trozos de hojas, restos de tallos con alguna hoja asociada o con restos de estructuras fértiles”.
El paleobotánico cuenta que “hay muy pocos yacimientos en todo el mundo” y que estos fósiles suelen aparecer desplazados, es decir, que la planta fosilizada se encuentra desubicada del lugar donde creció. “Son helechos que aparecieron fuera de donde vivían al ser arrastrados por una corriente fluvial o por una tormenta y depositados en otra parte”, aclara.
Es por eso que si bien esta clase de planta se conocía bien en lo que respecta a su estructura, hasta ahora se tenían pocos datos de los ambientes concretos en los que vivía y se desarrollaba. “Es una de las particularidades de los helechos de Oliete, puesto que algunos de ellos se han encontrado en su posición en vida, con sus tallos y hojas en conexión, pero también en conexión con sus raíces”, cuenta Sender, que lo muestra en uno de los fósiles en el que se ve cómo las raíces penetran en el sedimento de lo que fue la tierra en la que creció.
Además, en algunos fósiles se ve la interacción con insectos, lo que indica cómo estos invertebrados “realizaban acciones sobre las hojas”. Y al estar asociado con otro tipo de fósiles como icnitas (huellas) y huesos de dinosaurios en el mismo nivel, se infiere cómo estos vertebrados pudieron alimentarse de estas plantas. Sería el caso, explica Sender, de Europelta carbonensis, por tratarse de un dinosaurio que por su anatomía tenía que alimentarse de vegetales que estuviesen a nivel del suelo.
Algo muy singular de este yacimiento de Oliete, denominado Los Majuelos, es la disposición de los fósiles, porque “puede verse el recorrido de los diferentes tipos de depósitos en horizontal”, explica Sender, que aclara que “podemos ver cómo se pasa desde depósitos de un canal fluvial, que desemboca en otros depósitos propios de la llanura fluvial, y cómo pasa lateralmente hacia otros niveles que son muy similares a aquellos en los que se encuentran las huellas de dinosaurios”.
Bajo capas de sedimentos
Con suma delicadeza, el paleontólogo muestra con el dedo esa disposición en los fósiles. El hallazgo se produjo en una explotación minera y estaban bajo capas de sedimentos.
Sender va sacando distintos materiales de las cajas en las que se guardan los fósiles. En un bloque de piedra se aprecia con total claridad un cúmulo de hojarasca aplastado como si se tratara de las hojas de pino o de chopo mojadas por la lluvia que se acumulan en el exterior con el otoño y las lluvias. Es una imagen en 3D de algo que pasó hace 110 millones de años.
El paleontólogo comenta que a partir de todos los fósiles hallados se puede reconstruir el paleoambiente de lo que era Oliete en ese periodo, denominado Albiense en la escala del tiempo geológico. “Lo que tendríamos delante sería una llanura fluvial deltaica, muy amplia, en la que había grandes zonas inundadas y otras con inundación variable, que cuando quedaran expuestas serían colonizadas por este tipo de helechos”, relata. Y no es una suposición, “lo sabemos porque los hemos encontrado en el sitio”.
“Serían helechos de pequeño porte, de unos 20 centímetros de altura, que tapizarían esas llanuras de inundación, y ya más hacia el interior, más retirados de lo que sería la línea de costa, encontraríamos otros tipos de plantas como otros helechos de mayor porte”, explica, apoyándose para ello también en el hallazgo de coníferas fosilizadas, tanto ramas como piñas.
El paleontólogo muestra entonces varios fósiles de estos helechos y enseña cómo estaban dispuestos en capas, fruto de esa laminación producida al quedar sepultados por sedimentos sucesivos. Eso ha hecho que los helechos aparezcan en rocas que se abren como si fuesen muñecas rusas, de forma que en un lado se ve el fósil y en el otro el molde.
Coge dos partes de una misma roca fragmentada y enseña el proceso. En la superficie se ve un helecho, abre la roca y en el interior aparece otro fósil con la planta a un lado y el molde al otro, y en los laterales se divisan tallos y restos de raíces dispuestos de forma laminada tras quedar aplastados.
En otro fósil muestra cómo se estrajo una pequeño trozo del helecho y tras un ataque químico se observó con un microscopio electrónico de barrido para ver el material genético de la planta, cuya preservación es tan excepcional que parece de un ser todavía vivo.
Estos estudios permiten conocer cómo eran los ambientes en los que vivieron los dinosaurios y al observar los fósiles es como si las plantas cobrasen vida y apareciese de súbito un dinosaurio de la especie Europelta para ponerse a ramonear helechos en aquella llanura deltaica de lo que hoy es Oliete hace 110 millones de años, en una imagen idílica de un mundo extinguido en el que afortunadamente todavía no habíamos aparecido los humanos para destruirlo.
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