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Pobres y beneficencia en Teruel (y II) Pobres y beneficencia en Teruel (y II)
Las Hijas de la Caridad, regentes la Beneficencia

Pobres y beneficencia en Teruel (y II)

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Serafín Aldecoa

En nuestra anterior entrega escribíamos sobre la abundancia de pobres en Teruel a finales del siglo XIX y primer tercio del XX, su "clasificación" en diferentes categorías y la acción institucional, siempre interesada y caritativa, de las autoridades religiosas y laicas para buscar algún remedio ocasional y puntual de dicha pobreza.

Hoy nos ocuparemos de la sociedad civil, de las iniciativas privadas de toda índole orientadas a socorrer en la medida de sus posibilidades a los pobres como el llamado Comedor de la Caridad, cuyo nombre ya nos indica el tipo de labor que realizaba.

A principios de 1933 la Junta que regía esta sociedad estaba presidida por Juan Antonio Muñoz, el fenomenal arquitecto que realizó la planificación del modélico primer Ensanche de la ciudad junto a Luis González Gutiérrez y de otros inmuebles en la provincia. Esta institución de carácter benéfico en Teruel hundía sus raíces en siglos pasados y perdurara independientemente del color del Gobierno que rigiese la provincia.

L@s niñ@s también sufrían hambre y, sobre todo, analfabetismo. Para eso se crearon en la ciudad de Teruel las cantinas escolares en las que en época invernal comían alrededor de un centenar de chic@s. El panorama de la infancia  debía de ser aterrador y más en el mundo rural para que dos “magnánimas” mujeres como  Juana del Corral y Dolores Romero fundasen entidades educativas que procurasen paliar el hambre y la ignorancia en las primeras décadas del siglo XX. En el primer caso, los dos centros formativos –y nutritivos a la vez- se construyeron en Monreal del Campo y en Alfambra y en el segundo, en Teruel (San Nicolás de Bari), todos ellos financiados con los bienes de ambas protectoras.

Pero volviendo a 1933, en ese momento  del mes de enero, el Comedor de la Caridad proporcionaba sustento diario, por término medio, a 110 pobres permanentes y 20 transeúntes a los que se les entregaba una comida diaria y una merienda-cena, todo ello con un presupuesto ordinario de 1.650 pesetas mensuales, cantidad realmente escasa por lo que era necesario que se abrieran entonces las suscripciones a los particulares cuyos nombres aparecían pública y detalladamente en la prensa con la cantidad que aportaba cada uno.

Una imagen más moderna de la Beneficencia

Es así como se financiaba el Comedor con los donativos en metálico que entregaban las familias más potentadas especialmente las “señoras de” y/o las  “bellas señoritas” que eran las que figuraban como benefactoras y protectoras de los humillados pobres. Como ejemplos de dicho año citaremos a la señora de José Mª Rivera (abogado, ex presidente de la Diputación) que aportaba 25 pesetas mientras que la de Juan Espinal (inspector de Educación) entregaba 5, la misma cantidad que la señora viuda de Torán de la Rad (ingeniero e industrial), cuyo marido había fallecido hacía un año. Cantidades realmente ridículas para familias cuyos caudales económicos les permitían realizar donativos mucho más elevados pero que con estas dádivas mínimas cubrían las apariencias y calmaban sus conciencias cristianas.

El periodista, siempre adulador, daba las gracias a la Junta de Damas de protección de la infancia y especialmente a “Doña” Dolores de Mohíno, su presidenta, que en esos momentos era la mujer del Gobernador provincial y a las Hermanitas y al capellán del Hospital de la Asunción que habían trabajado en pro de esta “bella obra” junto a “un ramillete de muchachas tan bonitas que a los muchachos les avivaba el apetito y de ellas voy a dar su nombre: Amparito Rivera, Gloria Guardo, Milagros Losada, Joaquinita Millán y Mercedes Rodríguez". Este era el panorama altruista que se perfilaba en el horizonte turolense.

El arquitecto Juan Antonio Muñoz, natural de Aguilar del Alfambra

Otra institución de socorro y auxilio de los menesterosos hacía siglos que se habían fundado en Teruel siempre de carácter privado aunque fuera la Iglesia la que tomase las riendas. En este caso citaremos al reconocido y venerado por los turolenses Francés de Aranda (Francisco Fernández Pérez de Aranda) que ya en el siglo XV creó una entidad benéfica de ayuda a los pobres y que puso bajo protección del Concejo de Teruel y de los canónigos de la iglesia de Santa María conocida como la Santa Limosna. Esta fundación perdurará durante siglos, por lo menos hasta 1928 cuando se repartía a  los pobres “vergonzantes” una peseta los lunes a las nueve de la mañana en los sillones del coro de la catedral.

Pero, claro, con la llegada de las nieves y el crudo y frío  invierno aumentaba el número de indigentes y de sus necesidades básicas entre las que surgía la de vestir a los “desarropados, abrigándoles sus desnudas carnes”. Entonces  había que echar mano de los “roperos”, otras desconocidas instituciones turolenses, también de carácter benéfico, que se dedicaban a recoger ropa usada y entregarla a los menesterosos. Uno de los más famosos fue el llamado Ropero de Santa Victoria (en honor a la reina consorte de Alfonso XIII) cuya presidenta provincial era “doña” Felisa, mujer de “don” Francisco Garzarán (banquero e industrial). Nuevamente había que recurrir a la entrega voluntaria de ropa por parte de las familias pudientes como el caso de la “señora de” Ferrán (comerciante) que entregó 12 abrigos o la de Simón Julián (propietario) que donó “diversas ropas”.

Solo nos queda para concluir una breve reflexión: la Historia nos muestra hechos que ocurrieron en otra época y que no debieran volver a repetirse pero, dadas las circunstancias actuales,  nos queda la duda de si se volverán a reproducir, si la pobreza sistémica se va a enraizar en nuestra sociedad actual y si la beneficencia, perfectamente institucionalizada, se acabará por instalar como en siglos anteriores en lugar de una justicia social de distribución equitativa de los bienes.

Francisco Fernández Pérez de Aranda (Francés de Aranda)