Ahora empezamos a valorar públicamente a las mujeres de los pueblos porque vemos que, si ellas apuestan por quedarse, la familia entera está allí sujetando el bar, la tienda y el colegio. Son las que mueven los hilos de la sociedad rural, sin duda, pese a que todavía están poco presentes en los ayuntamientos, donde solo el 18% del total provincial están gobernados por mujeres. Sin embargo, todos sabemos que son los engranajes de todo lo que se mueve en los pueblos. Ellas son las que organizan desde la chocolatada de las fiestas a las cenas en las peñas o la fiesta de Halloween, que es en breve, por cierto.
Tradicionalmente han estado en un segundo plano de la sociedad y esto se acentuaba (o se acentúa, no tengo muy claro qué tiempo usar) más en los pueblos, donde los hombres son los que ocupan las juntas de las comunidades de regantes o antaño incluso las comisiones de fiestas, al menos nominalmente. Recuerdo de niña cuando a mi padre le tocó ser de la comisión, que él era el que iba a las reuniones, pero mi madre fue quien preparó las comidas y cenas para los de la orquesta, porque entonces no había restaurante en el pueblo y los músicos rotaban por las casas de los de la comisión, hogares sin igualdad ni reparto de tareas, que es lo que ¿predomina? ahora.
Muchas mujeres de los pueblos no trabajaban fuera de casa. Esto en las ciudades ha cambiado sustancialmente, pero en los pueblos el empleo continua siendo eminentemente masculino, algo que es un error si queremos fijar población. Muchas de ellas no tienen una nómina ni cotizan en la seguridad social, pero saben perfectamente cómo funciona el automatismo de los comederos de los cerdos, cuándo hay que sembrar las judías o lo bien que va la lluvia de primavera para recoger una buena cosecha.
Siempre han ido con sus maridos al campo y les han echado una mano con el ganado aunque, como dice María Sánchez en su libro Tierra de mujeres, no aparecían, su nombre no figuraba en ningún sitio. Su valía era la misma antes que ahora, pero ahora se las valora más. Menos mal porque nos jugamos mucho.