Hola, me llamo May y soy adicta a la serie Mad Men.
De Mad Men me gustan hasta los andares de Joan. Todo, absolutamente todo lo que te pueda pasar en esta vida está reflejado en la serie. Los personajes están tan bien construidos que tienen mil aristas y las muestran sin pudor. El vestuario es de una belleza hipnótica. Dicen que el proagonista es Don Draper, un publicista en Manhatan, pero en realidad Draper es la excusa para pasaearnos por la vida de todos los habitantes de la magnífica oficina de Madison Avenue.
Estos días estoy viviendo mi recaída numero 13 o 14, ¡yo que sé! Ya saben cómo somos las adictas...mentimos para no reconocer nuestras debilidades. Mentimos como Don Draper, con esa cara de pánfilo que pone cuando le cuestionan que te entran ganas de abofetearle y decirle “¡espabila!”.
¿Saben de lo que hablo? Es un careto de “esto conmigo no va”, “no sé de qué me hablas” y va acompañado de un silencio largo y profundo como para demostrar que no tenemos nada que esconder que es la otra persona la que se imagina cosas raras. Pero si te quedas observando y miras a los ojos puedes ver brillar un letrero luminoso que reza: ES MENTIRA.
Se ve a la legua.
En el capítulo de ayer Betty, la mujer de Don Draper, está tumbada en el diván de su psicoanalista y confiesa que sabe toda la verdad, que se da cuenta de todas y cada una de sus mentiras pero que no dice nada, se hace la tonta...
Como la vida misma, ¿no?
Una puede oír mentiras seguidas durante 24 horas
-¿Esta corvina es fresca o congelada?
-¡Fresca, fresca!!
O cuando quedas con alguien y se está retrasando:
-Llego en 5 minutos...
Solomillos de pollo, jamón sin glutén, fast fashion confeccionada en condiciones dignas de trabajo, el Torico es de bronce, nadie sabía nada de las malas condiciones del edificio Amantes... ponga aquí su mentira favorita.
Se está perfectamente entrenada cuando comienza la segunda pre-campaña electoral y haces como que te lo crees ¡ncluso votas a ese partido de siempre que no para de inventar datos, proponer imposibles, decir una cosa y luego hacer otra!
Como Betty, tumbadas en nuestro diván tragamos con lo que sea con tal de que nuestra vida no se mueva ni un ápice.
Por lo que sea, preferimos vivir en sitios pequeños, incómodos y falsos que tener nuestro propio jardín.
Y ¿por qué hacemos eso?
¿Puede ser miedo? Miedo a estar mejor que nunca...
¿Pereza?
O no saber qué hacer...
Me imagino que cada una tendrá sus motivos para creerse las mentiras que le llueven como el xirimiri en agosto.
De todas las falsedades, las más gordas son sin duda las que nos decimos a nosotras mismas. No, no soy adicta, puedo dejar Mad Men cuando quiera. Mientras recorro todas las plataformas de streaming para buscar la siguiente temporada.
Hubo un momento que no estaba en ninguna y lo pasé mal. Hubiera deseado volver a la época de los video clubs para poder alquilarla una vez más, la última, de verdad...
Fue en ese momento cuando me sinceré conmigo misma: May, eres una pobre adicta.
Después se lo confesé a mi familia.
“Ya era hora de que te dieras cuenta, nosotras ya lo sabiamos por la cara de pánfila que ponias cuando te preguntábamos si habias visto OTRA VEZ Mad Men.”
Mi familia me regaló un cofre con las 7 temporadas, 24 discos, 80 horas en vena...
A veces, sincerarse merece la pena... Si me ven estos días con un Old Fasshion en la mano no crean nada de lo que les digo.
De Mad Men me gustan hasta los andares de Joan. Todo, absolutamente todo lo que te pueda pasar en esta vida está reflejado en la serie. Los personajes están tan bien construidos que tienen mil aristas y las muestran sin pudor. El vestuario es de una belleza hipnótica. Dicen que el proagonista es Don Draper, un publicista en Manhatan, pero en realidad Draper es la excusa para pasaearnos por la vida de todos los habitantes de la magnífica oficina de Madison Avenue.
Estos días estoy viviendo mi recaída numero 13 o 14, ¡yo que sé! Ya saben cómo somos las adictas...mentimos para no reconocer nuestras debilidades. Mentimos como Don Draper, con esa cara de pánfilo que pone cuando le cuestionan que te entran ganas de abofetearle y decirle “¡espabila!”.
¿Saben de lo que hablo? Es un careto de “esto conmigo no va”, “no sé de qué me hablas” y va acompañado de un silencio largo y profundo como para demostrar que no tenemos nada que esconder que es la otra persona la que se imagina cosas raras. Pero si te quedas observando y miras a los ojos puedes ver brillar un letrero luminoso que reza: ES MENTIRA.
Se ve a la legua.
En el capítulo de ayer Betty, la mujer de Don Draper, está tumbada en el diván de su psicoanalista y confiesa que sabe toda la verdad, que se da cuenta de todas y cada una de sus mentiras pero que no dice nada, se hace la tonta...
Como la vida misma, ¿no?
Una puede oír mentiras seguidas durante 24 horas
-¿Esta corvina es fresca o congelada?
-¡Fresca, fresca!!
O cuando quedas con alguien y se está retrasando:
-Llego en 5 minutos...
Solomillos de pollo, jamón sin glutén, fast fashion confeccionada en condiciones dignas de trabajo, el Torico es de bronce, nadie sabía nada de las malas condiciones del edificio Amantes... ponga aquí su mentira favorita.
Se está perfectamente entrenada cuando comienza la segunda pre-campaña electoral y haces como que te lo crees ¡ncluso votas a ese partido de siempre que no para de inventar datos, proponer imposibles, decir una cosa y luego hacer otra!
Como Betty, tumbadas en nuestro diván tragamos con lo que sea con tal de que nuestra vida no se mueva ni un ápice.
Por lo que sea, preferimos vivir en sitios pequeños, incómodos y falsos que tener nuestro propio jardín.
Y ¿por qué hacemos eso?
¿Puede ser miedo? Miedo a estar mejor que nunca...
¿Pereza?
O no saber qué hacer...
Me imagino que cada una tendrá sus motivos para creerse las mentiras que le llueven como el xirimiri en agosto.
De todas las falsedades, las más gordas son sin duda las que nos decimos a nosotras mismas. No, no soy adicta, puedo dejar Mad Men cuando quiera. Mientras recorro todas las plataformas de streaming para buscar la siguiente temporada.
Hubo un momento que no estaba en ninguna y lo pasé mal. Hubiera deseado volver a la época de los video clubs para poder alquilarla una vez más, la última, de verdad...
Fue en ese momento cuando me sinceré conmigo misma: May, eres una pobre adicta.
Después se lo confesé a mi familia.
“Ya era hora de que te dieras cuenta, nosotras ya lo sabiamos por la cara de pánfila que ponias cuando te preguntábamos si habias visto OTRA VEZ Mad Men.”
Mi familia me regaló un cofre con las 7 temporadas, 24 discos, 80 horas en vena...
A veces, sincerarse merece la pena... Si me ven estos días con un Old Fasshion en la mano no crean nada de lo que les digo.